¿Vuelve la lucha de clases?
¿Vuelve la lucha de clases?

Siempre que hablamos de clasismo, se nos viene a la cabeza el típico sibarita existencial que mira por encima del hombro y desprecio a un individuo por pertenecer a un estatus social inferior al propio. Nada más lejos de la realidad, la RAE define la palabra clasismo en su única acepción:

“Actitud o tendencia de quien defiende las diferencias de clase y la discriminación por ese motivo”.

Normalmente, al hablar del significado lingüístico hacemos referencia únicamente a una de las facciones que representan su desarrollo en la realidad. No consideramos la vertiente opuesta de los procedentes de una clase humilde y de un estrato social bajo que miran con recelo y resquemor, a aquellos que ocupan el escalafón noble de la estructura.

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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El exdiputado Alberto Rodríguez, condenado por agredir a un policía en una manifestación, dijo en el programa Salvados que no se sentía cómodo en la farándula parlamentaria porque coincidía con personajes distintos a los que él entendía como su gente: los obreros. A ver quién le dice ahora que esos a los que considera su cuadrilla prefieren votar a Santiago Abascal antes que a Podemos. Clasismo del sectario empedernido que se deja llevar por los prejuicios ante unas apariencias traicioneras enemigas de la caridad. Un servidor ha vivido en sus carnes una desconsideración por el estilo. Ocurrió hace unos meses, cuando trabajando en una asesoría jurídica, el titular del despacho en cuestión me confesó en un arrebato que hubiera preferido contratar a una persona que trabajara anteriormente de camarero. Se escandalizó al contarle en la entrevista que mi experiencia anterior había sido de Secretario de Comunicación en Ciudadanos o que era columnista de varios medios. Con el paso del tiempo, éste, me contó sus inicios humildes y até cabos. Una mezcla entre rencor, envidia y celos le impedía verme de manera objetiva, estaba ante un clasista acomplejado de su vida.

Así estamos. Ha vuelto la lucha de clases. La socialdemocracia caduca se ha encargado de resucitarla ante la sospecha de que el socialismo iba a pasar a mejor vida. Si hoy somos más pobres que ayer no es por el destino, es porque a unos burócratas les interesa que lo seamos para eliminar a la clase media y ahondar más en esa batalla polarizada entre ricos y pobres. Enfrentamiento al que hay que sumar las ya conocidas guerras identitarias nacidas para compensar la desaparición de años atrás de esa lucha de clases. Ahora no solo sufrimos la disyuntiva anterior sino que padecemos las florecidas por las nuevas políticas focalizadas en separar más a la ciudadanía.

Se han formado guetos sociales e ideológicos que han llenado de crispación el ecosistema. Puede que nos libremos del CO2, pero estamos contaminando el ambiente de odio. No hacemos más que poner distinciones unos con otros, etiquetas, grupos burbuja. Ignoramos o nos desentendemos de los que hablan, piensan, o son de una manera distinta a la nuestra. Llega la vicepresidenta del Gobierno, Yolanda Díaz, y asegura que tener el combo racial y transgénero dificultan la búsqueda de trabajo. Que manía con encerrarnos en zulos. Dejadnos en paz. No lo hacen porque nos quieren ignorantes, manipulables, saben que todo el que se mueva con ligereza por los marcos ideológicos sin estar encasillado es aliado de la sabiduría y una amenaza del sectarismo.  

Así lo señalaba Antonio Machado:

“Es propio de mentes medianas embestir contra todo aquello que no les entra en la cabeza”.

Homosexuales, lesbianas, heterosexuales, feministas… Todo sería más fácil si todo lo que uno hace en su cama o con su vida quedara en la trinchera infinita de su hogar.

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