Vincent Lambert y Ramón Sampedro, dos casos mediáticos en torno a la eutanasia.
Vincent Lambert y Ramón Sampedro, dos casos mediáticos en torno a la eutanasia.

La reciente noticia de que el Comité de Bioética de España (CBE) ha suscrito por unanimidad un informe que rechaza la ley de eutanasia, pendiente actualmente de su posible aprobación parlamentaria, podría suponer una buena ocasión para que una parte importante de la opinión pública y los medios de comunicación se planteasen la más que dudosa idoneidad de esta legislación. De hecho, el informe aprobado después de una larga reflexión señala claramente que admitir la eutanasia como un derecho “puede afectar al futuro de las personas más vulnerables” y se advierte de que “ni la eutanasia ni el auxilio al suicidio son signos de progreso, sino un retroceso de la civilización”.

Sin embargo, el tópico de que parece una crueldad negar la “ayuda para morir” a una persona que está sufriendo a causa de una enfermedad ha calado fuertemente en muchas personas y no nos damos cuenta de que eso es precisamente lo que hacen día a día los equipos de Salud Mental con gran esfuerzo e implicación personal, salvando de ese modo vidas que, sin su profesionalidad y buen hacer, se perderían.

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Por ello, Celso Arango, presidente de la Asociación Española de Psiquiatría recordaba recientemente que en los pocos países europeos en los que la eutanasia se practica legalmente, “detrás del 90% de los casos en que se nos plantea un deseo de morir, existe un trastorno de salud mental que es temporal y tratable. En Holanda, hemos visto casos de personas con depresiones tratables  a los que se les ha aceptado un suicidio asistido”.

La crueldad, por tanto, es abandonar a los pacientes con la excusa de que la eutanasia es un derecho, olvidando que ante un paciente con ideaciones suicidas, sano o enfermo,  lo auténticamente ético es implicarse ayudándole a encontrar una solución a su problema  para seguir viviendo.

Por otra parte, sería lamentable que toda la argumentación teórica, expresada tan detalladamente a través de las 74 páginas del informe del Comité de Bioética de España, se menospreciara al recordar los casos mediáticos que han servido para introducir una mentalidad de aprobación de la eutanasia en España. Sin duda, las noticias en prensa y medios audiovisuales sobre Ramón Sampedro, Inmaculada Echevarría o María José Carrasco han creado un clima propicio a aceptar la eutanasia, mostrándolos como sufrimiento insoportable. Sin embargo, no se suele mostrar la otra cara de la moneda, los casos en los que la aprobación de la eutanasia, aceptada como muerte por compasión, ha llevado a acabar con vidas cuyo sufrimiento era recuperable.

Se sigue asociando la eutanasia al concepto de “muerte digna” o de “morir dignamente”, pero ese término es tremendamente equívoco y hasta ofensivo

Desgraciadamente, esa fue la situación de Noa Pothoven, una adolescente de 17 años a la que los médicos dejaron morir por inanición en Holanda, ya que no conseguía superar las secuelas psíquicas que en ella había dejado una violación previa. En España, seguramente se habría gestionado su ingreso en un servicio de Psiquiatría y se la hubiera ayudado, al igual que se hace en múltiples casos de anorexia refractaria que son acompañados y tratados con éxito por excelentes psicoterapeutas. En Holanda, simplemente se la dejó morir al considerar que ese era su deseo.

También hace unos años en Bélgica en 2013, a Nathan Verhelst, transexual de 44 años al que se había realizado una cirugía de cambio de sexo con un resultado considerado subjetivamente insatisfactorio desarrollando una depresión reactiva, se le aceptó su petición de eutanasia cuando manifestó que no quería seguir viviendo, al considerarse su sufrimiento psicológico como insoportable. Si su situación se hubiera dado en otro país sin eutanasia, habría recibido el apoyo psicológico y sanitario correspondiente y, muy probablemente, se habría resuelto atendiendo a sus necesidades y aún estaría vivo.

El recurso inapropiado a la eutanasia se puso de manifiesto también el año pasado en Francia con Vincent Lambert, un paciente en estado vegetativo al que algunos de sus familiares pidieron retirar los cuidados vitales básicos, que eran lo único que precisaba. A pesar del dictamen en contra del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, sus médicos aceptaron dejarlo morir propiciando así su eutanasia por omisión de cuidados. Estos casos, que también han sido mediáticos, suelen ignorarse y, sin embargo, ponen de manifiesto cómo la aprobación de la eutanasia y el suicidio asistido desembocan en el abandono y la indiferencia ante los pacientes, anulando la implicación asistencial imprescindible.

A pesar de todo esto, se sigue asociando la eutanasia al concepto de “muerte digna” o de “morir dignamente”, pero ese término es tremendamente equívoco y hasta ofensivo para aquellas personas que día a día luchan por sus vidas superando las dificultades propias de la enfermedad. ¿Asumir la propia vida luchando contra la adversidad supone acaso morir indignamente?, ¿es acaso más digna la muerte del que renuncia a su vida bruscamente que la del que ha aceptado molestias y dolores para seguir estando con los suyos por decisión propia hasta el final?

Aceptemos que la muerte voluntariamente provocada, bien sea por eutanasia o por suicidio asistido, no es más que un ‘suicidio exprés’ legalizado y, como tal, lo que único que merece es la implicación social para intentar evitarlo, aportando todos los recursos humanos y sanitarios que podamos ofrecer, lo que no merece es su aprobación.

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José Jara es presidente de la Asociación de Bioética de Madrid y miembro del 'European Board of Urology'. Autor de artículos científicos y de divulgación relacionados con la Ética asistencial, ha ocupado diversos cargos directivos en asociaciones científicas y recibido premios por la labor desarrollada. Es profesor universitario con espíritu inquieto, abierto y siempre en búsqueda de ideas que consigan una mayor humanizacíón de la Medicina.