La frase de Margaret Thatcher es demoledora: «El peor enemigo del socialismo no es el capitalismo. Es la realidad». Conozco a numerosas personas que, en su juventud, fueron de izquierdas (ya conocen la manida frase de Churchill de que «el que no es de izquierdas a los 20 años no tiene corazón, pero el que a los 40 lo sigue siendo, no tiene cerebro») y que, con el paso de los años, se dieron cuenta de lo inconsistente de su ideología.
Me lo confirmaba un buen amigo ex socialista: «Los eslóganes están muy bien cuando eres joven. Pero, precisamente, si eres inconformista y tienes un mínimo de honestidad intelectual, te das cuenta de que las ideas de izquierdas no soportan un mínimo análisis y, menos aún, el contacto con la terca realidad».
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahora«La maldad no entiende de derechas o de izquierdas, sino que arraiga en cualquier corazón humano, se encuentre en el espectro político que se encuentre»
No, el votante de izquierdas no es moralmente superior al resto. «Pero nos lo creíamos, estábamos convencidos de ello», prosigue mi amigo. «La derecha encarnaba lo peor de la sociedad: el egoísmo, el odio, el racismo, la exclusión, la opresión, la homofobia». Cuando se revelaba que un dirigente conservador había cometido alguno de estos «pecados», se magnificaba. «Pero si era uno de izquierdas, se silenciaba», prosigue. «Sin embargo, esto no era honesto», reconoce. Y empiezas a cuestionar, a darte cuenta de la mentira, de la doble vara de medir.
Te das cuenta de que la gente corrupta, egoísta y mentirosa no se ubica sólo en la derecha. La maldad no entiende de derechas o de izquierdas, sino que arraiga en cualquier corazón humano, se encuentre en el espectro político que se encuentre. Pero la diferencia estriba en si hay deseo de buscar el bien y la verdad, o sólo de tapar los trapos sucios de los propios compañeros de filas.
No se condenaba la corrupción, sino la corrupción de la derecha. No se rechazaba la mentira, sino la mentira de la derecha. Por lo que te va quedando claro que no les preocupa realmente la corrupción y la mentira, sino éstas solo en cuanto arma arrojadiza contra el adversario político.
«EN EL FONDO, EL SOCIALISMO Y EL MARXISMO SON UNA NUEVA HEREJÍA DE LAS MUCHAS QUE HA SUFRIDO LA IGLESIA DESDE SU FUNDACIÓN HACE DOS MILENIOS»
El orgullo de creerse moralmente superiores les hace incapaces de reconocer sus errores. Ellos son el pueblo, «la gente», el sentido común, la virtud, la bondad. Si ha habido un fracaso, el fallo siempre será del oponente, que habrá tratado de sabotear de algún modo nuestra buena obra, porque ellos son incapaces de cometer un error.
Se da un peligrosísimo adanismo, por el cual todo estaba incompleto e imperfecto a la espera de que llegaran ellos. Son los nuevos mesías, que prometen un paraíso terrenal libre de injusticias y pleno de igualdad. Exigen una fe ciega en ellos y en su sistema, que llenan de dogmas –ecologismo, feminismo, ideología de género, tolerancia- y de castigos inflexibles para los que osen dudar del dogma. Como dijo alguien, toleran todo, excepto a quienes no toleran todo.
«LA IZQUIERDA LLAMA A LA REVOLUCIÓN, AL CAMBIO, A LA TRANSFORMACIÓN TOTAL, PERO NO DICE CÓMO VA A ACTUAR TRAS LA REVOLUCIÓN»
En el fondo, el socialismo y el marxismo son una nueva herejía de las muchas que ha sufrido la Iglesia desde su fundación hace dos milenios. Ratzinger ya lo señaló en su «Informe sobre la fe»: «La ideología marxista aprovecha elementos de la tradición judeocristiana, aunque transformada en un profetismo sin Dios; instrumentaliza para fines políticos las energías religiosas del hombre, encaminándolas a una esperanza meramente terrena, que es el reverso de la tensión cristiana hacia la vida eterna».
La izquierda es idealista. Y muchos de sus sueños y postulados son válidos para todos. ¿Quién no querría más justicia social, un planeta más verde, menos racismo, más solidaridad entre todos los hombres? El problema pasa a la hora de convertir esos sueños en realidades. La izquierda llama a la revolución, al cambio, a la transformación total, pero no dice cómo va a actuar tras la revolución.
Cuando las cosas comienzan a fallar, surgen tímidamente las primeras voces discrepantes, que son inmediatamente acalladas y purgadas. La inmensa mayoría ve esos mismos errores -que hay incoherencias, que se critica al oponente que yerra pero se encubre al correligionario que comete el mismo error, que los líderes no practican lo que predican- pero les falta el coraje para denunciarlos.
Por tanto, y recuperando la pregunta que encabeza este artículo, ¿cómo se deja la secta de izquierdas? Yo diría que, en primer lugar, hay que reconciliarse con la realidad. Acéptela tal cual es, y no como le dicen que es. Tenga después el coraje de exponer sus dudas, de cuestionar, de señalar los errores e incoherencias. Le empezarán a llover críticas y probablemente insultos y descalificativos. Acostúmbrese: así se las gastan estos tolerantes con los que usted compadreaba hasta hace poco. Se volverá sospechoso a sus ojos. Le dirán que le están engañando. Finalmente, es muy probable que le dejen de hablar o le pretendan marginar.
Pero no se preocupe. Es el inicio de caminar en libertad (¿creía usted que la libertad era algo sencillo al alcance de cualquiera?), de responder ante la propia conciencia, de hacerse cargo de la propia vida, de sacudirse una ideología tóxica y llena de odio.
Y bienvenido. Sí, bienvenido. Pero no a la derecha, sino a la realidad y a la libertad. Y, dentro de éstas, muévase usted por donde quiera. Verá como hay suficiente espacio.