Pedro Sánchez es el presidente que más miente a más gente durante más tiempo.
Pedro Sánchez es el presidente que más miente a más gente durante más tiempo.

El término se repite en labios de todos los socialistas constantemente y, normalmente, va asociado a facha o fascista. Es la contraposición a democracia adorado por la izquierda. Todo aquel que se opone, reniega o, simplemente, contrapone su opinión a la establecida como oficial por el gobernante de turno recibe el despectivo calificativo. Es así, porque así lo ha establecido el sanchismo, incluso entre sus propios seguidores. Y, de un repaso aséptico de lo cotidiano, no resulta muy apropiado utilizar el concepto “democracia” como el axioma de todos los aconteceres, conductas o relatos. La susodicha máxima cae en el descrédito, no solamente por su uso y abuso, sino por la contradicción que campea en todos los sectores y perímetros de nuestra sociedad, instituciones, organismos, etc.

En estas horas, el líder supremo ha designado gobernador del Banco de España a un ministro converso, fanático diría, al sanchismo, sucedáneo personalísimo de la antigua ideología socialista, caída en desgracia. Y acontece, sencillamente, por los reaños del “puto amo” (Oscar Puente dixit) de este país. Efectivamente, es el dueño y señor de todo lo creado por mor de la Constitución de 1978 y de aquellos socialistas, comunistas, conservadores, nacionalistas y demás que, a impulsos y renuncia de un rey con absolutos poderes, establecieron que España no debía mirar atrás, sino hacia adelante, hacia la Europa del Mercado Común, de los Derechos Humanos. Y lo lograron, sin acritud, sin rencillas, sin rencores. Tanto fue así que, la hoy elevada a los altares progresistas, la Pasionaria, pudo sentarse en un escaño junto a Suarez y ex miembros del Movimiento autoliquidado. Eran otros tiempos, otros personajes, otros modos y otras conciencias. Y, por encima de todo, otra política.

Algunas personas creen que La Sexta da información.

Suscríbete a Actuall y así no caerás nunca en la tentación.

Suscríbete ahora

En la actualidad, con un español adormecido, con un ciudadano interesado únicamente por la terraza, por las series y por el balón, aquella separación de poderes, aquellos políticos, aquellos empresarios, aquellos sindicalistas, han desaparecido para dar paso a un montón de politicastros que han hecho de la política su profesión y de la holganza su cénit. Ya solamente interesa estar a bien con el poder, con el dedo que señala sillas, sueldos o prebendas. Una clase política que sirve únicamente a sus intereses, a sus ambiciones, a sus necesidades personales y que soluciona los problemas con un “ya escampará” y un bono cultural.

Nada de esfuerzo, nada de compromiso, nada de iniciativa, nada de reconocimiento y atención a las necesidades reales de la sociedad, de la empresa, del autónomo, del emprendedor, de la juventud. No, nada de todo ello interesa ni preocupa, la solución se halla en importar ”emprendedores” de Mali, de Senegal, de Mauritania…, de donde sea, con tal de no reconocer que hay más de tres millones de españoles sin trabajo, ni esperanzas de lograrlo. Esta es la esencia de la política progresista; enterrar la realidad, la verdad, con toneladas de falsedades. Luego, a continuación de convenientes “cambios de opinión”, a disfrutar de la vida.

Y el español, exánime, cierra los ojos y claudica en su esencia ciudadana mientras el “puto amo”, sigue colocando a sus peones en los puestos claves, obstaculizando una defensa de la democracia real y efectiva, en la forma más desvergonzada y caciquil que se ha dado desde el duque de Lerma y Felipe III. Ahí están exministros o altos cargos como magistrados del Tribunal Constitucional, presidentes del Consejo de Estado, del CIS, del Consejo Superior de Deportes, del CNI, de embajadores ante la Unesco, ante N.U., ante la Organización de Estados Americanos, o bien empresas públicas como EFE, como Paradores, como Red Eléctrica, como Correos y así hasta el Hipódromo de la Zarzuela. Es decir, todos los resortes establecidos desde Montesquieu para el control del ejecutivo han sido copados por el “puto amo” de ese ejecutivo.

Y, para mayor inri, con el Fiscal General del Reino y la presidente del Congreso sumisos a toda insinuación del líder supremo. Esta es la democracia en la cual sobrevivimos millones de españoles que vemos como, en su caso, debemos trabajar más de 200 días al año para mantener ese inmenso entramado en que se ha convertido aquel Estado de Derecho de 1978. El país, y sus ciudadanos, debe atender y garantizar el gasto de miles de políticos, de cargos, de parlamentarios, de sindicalistas, de empleados públicos, juntamente con cientos de amigos y parientes colocados en canonjías y sinecuras varias. Es decir, un sinfín de impuestos, tasas, exacciones, que exprimen cualquier esfuerzo personal.

Y todo ello, en silencio, sin rechistar, sin levantar la voz, pues, en tal caso, el delito de odio surge raudo, cayendo sobre la conciencia todo el peso de la acusación de turno. Ya no se trata de recordar los asesinados en Paracuellos o los torturados en la checa de Bellas Artes, simplemente, consiste en dar opinión sobre algo tan cristalino como el trato de favor a una Comunidad con el objeto de colocar a un exministro en la presidencia de su gobierno. Esto no es criticable, ni tan siquiera tildado de injustificable. El líder supremo lo precisa y así debe cumplirse.

Esta es la democracia, pero menos, de la cual presume la progresía, mientras el líder supremo, a golpe de decreto ley, ocupa, expropiando, todos los espacios e instancias que harían posible la existencia de tal sistema político en un régimen de normalidad y respeto constitucional.

Llegado a este punto, recordar la frase de R. Reagan, no es superfluo: “No existe ser en el mundo más peligroso, que un ignorante, con poder.”

Y, lamentablemente, España está sufriendo de esa ignorancia y de todo el poder autocrático que emana de ella. La incertidumbre se halla en conocer o adivinar hasta cuándo sus ciudadanos seguirán soportando tal cúmulo de usurpaciones de derechos y libertades, al mismo tiempo que imposiciones ideológicas nefandas. Ojalá llegue el momento de no tener que dar la razón a Einstein con su famosa afirmación:Dos cosas son infinitas: la estupidez humana y el universo; y no estoy seguro de lo segundo”.

Francisco Gilet, Colaborador de Enraizados.

Comentarios

Comentarios