Corría el año 573 y el rey visigodo Leovigildo decide asociar al trono a sus dos hijos Hermenegildo y Recaredo, con el fin de asegurar la sucesión. Esta acción quedó respaldada por los apoyos que consiguió de la nobleza. La intención de la medida fue clara: potenciar la institución monárquica basada en un sistema hereditario y no electivo, con el fin de evitar las luchas continuas entre nobles que aspiraban al trono. Pues bien aquella medida tomada por Leovigildo hace 1.451 años supuso el primer impulso para instituir de forma hereditaria la monarquía en España. Con este precedente podemos comprobar como las monarquías son, incluso, anteriores a las Naciones.

Para los grupos republicanos el concepto de Monarquía constituye algo rancio y anacrónico. De ser así, deberíamos renegar de la democracia que como tal nació en la antigua Grecia hace mas de dos mil años, del binomio Estado-Nación que surgió en el siglo XVII y los americanos, en particular, deberían aborrecer su caduca Constitución por ser de finales del siglo XVIII.

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Uno de los reproches que los partidarios de una república suelen argumentar es el carácter no electivo de la Monarquía y por lo tanto su carácter antidemocrático. El carácter no electivo del Jefe del Estado es precisamente una ventaja, dado que su función ha de ser arbitral. Esta cualidad, la no elección, le permite al Rey tener dos características primordiales: la primera es su no dependencia de ningún partido político y la segunda es el desempeño del cargo a largo plazo, lo cual es una ventaja añadida, ya que de esta forma el monarca podrá desempeñar sus funciones sin la perspectiva de tener que revalidar su puesto mediante elecciones a corto plazo. Es inherente a un político el pensar en las próximas elecciones, pensamiento que se agravará en función de la moralidad del individuo de turno. El Rey se ahorra esa inquietud y dentro de la imperfección del sistema, la experiencia histórica nos dice que es el mejor de ellos.

La mejor forma de que el Rey ejerza su función de “arbitrar y moderar el funcionamiento de las instituciones políticas” – como dice la Constitución en su artículo 56- es que sea independiente de los partidos políticos. El carácter hereditario permitirá, de forma práctica, que los sectarismos políticos no invadan y degraden la institución.

Esto no quiere decir que el Rey sea ajeno a la legalidad vigente, está sujeto de hecho, aunque no de derecho, a responsabilidad política y debe abdicar cuando cometa errores graves que desprestigien a la Corona. De las cosas más caras que paga una Monarquía constitucional es el escándalo; los ciudadanos exigen ejemplaridad a la familia real, y están en su derecho. Esto ya lo dijo la reina Sofía. Ella misma extendió su afirmación diciendo que la Monarquía es útil si garantiza la paz, la estabilidad, la democracia, la libertad y da prestigio al país. Es decir, que ha de servir al pueblo. La reina no hizo más que redescubrir lo que la Escuela de Salamanca ya había postulado en el siglo XVI, una de sus principales figuras fue la de Francisco Suárez quien introdujo que la soberanía reside en el pueblo y que sería justo deponer a un rey tirano, puesto que los hombres nacen libres, y no siervos.

En España tenemos precedentes más que de sobra para entender que esto se cumple cuando sucede. Carlos IV se marchó de España tras una ignominiosa abdicación, Isabel II también se fue al exilio tras el pronunciamiento de los espadones; Alfonso XIII huyó a París con el advenimiento de la II República, la cual acabó en la Guerra Civil; y el Rey Juan Carlos I tuvo que abdicar por sus errores y dejar en sus últimos años de reinado bastante desprestigiada a la Monarquía. En todos los casos, excepto en el último, el remedio fue peor que la solución anterior aunque los reyes citados no fuesen modélicos.

En una Monarquía Parlamentaria como la nuestra, el Rey es un funcionario de alto rango que tiene encomendada la función de mediar en los grandes conflictos y moderar el funcionamiento regular de las instituciones. Ninguna institución representa mejor la continuidad histórica que la Monarquía. Con el desarrollo social, económico y educacional vimos la evolución de la condición de vasallo a súbdito y de súbdito a ciudadano. Y con la llegada de la ciudadanía se desarrolló el concepto de Nación, entendida como unión, es decir, la Monarquía perdió la soberanía que pasó a residir en la Nación. Como compensación, la Monarquía pasó a representar la continuidad histórica y los valores y principios que se encuentran en nuestra convivencia. De ahí, que la Monarquía tenga un valor añadido que evidencia que España no es una construcción política ideada en tiempos recientes. Monarquía y Nación se han desarrollado juntas y sin ellas no se puede entender España.

El último de los argumentos que el republicanismo esgrime con mayor vehemencia es el gasto que para España supone la Monarquía. El presupuesto anual de nuestra institución está alrededor de 8,5 millones de euros, lo que convierte a nuestra Monarquía en una de las baratas de Europa junto con la de Suecia y el Principado de Liechtenstein. Si comparamos la cantidad con la de Repúblicas de nuestro entorno, resulta ridícula. El gasto de la República francesa supone más de 100 millones de euros y el de la República de Italia más de 200 millones de euros.

El coste de la Casa Real representa el 0,001% del presupuesto total del Estado. Sí, no me he equivocado representa el 0,001% del total del presupuesto de España, para algunos puede resultar un estipendio ingente, cuando en realidad es ínfimo. Además, si lo comparamos con el gasto de algunos Ministerios de dudosa utilidad, y que no se me malinterprete no he dicho que sean inútiles, descubrimos lo siguiente: el Ministerio de Igualdad que estuvo gobernado por Irene Montero tenía un presupuesto 70 veces superior al de la Casa Real.

En conclusión, dejemos a nuestra Monarquía que se desarrolle según transcurran los hechos y los tiempos. El valor de la misma es inmenso. A España le ha dado una época de paz y progreso como no tenía desde hacía siglos, y todo ello cimentado por una Transición desde la dictadura a la democracia que ha sido digna de elogio, estudio y admiración a nivel internacional.

José Carlos Sacristán, Colaborador de Enraizados

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