No solo hemos llegado a este punto, sino que algunos incluso van más allá. Ya no somos ‘nosotros’ como plural neutro, sino ‘nosotras’ en un supuesto intento -fallido- de lo que ellos llaman «visibilizar a la mujer». Cómo si hiciera falta llamarnos así para dar visibilidad a algo tan importante.
La Real Academia de la Lengua de España (RAE), al igual que su homónima francesa, han tachado este lenguaje de género/feminista/inclusivo de auténtica barbaridad. Lo que comunmente se ha llamado toda la vida a la «patada al diccionario».
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraPero en la piel de toro, donde parece que brilla el sentido común por su ausencia, pocos o ninguno ha hecho caso de las recomendaciones de los eruditos lingüísticos, no así en Francia donde el gobierno de Macron ha prohibido tajantemente que se aplique este lenguaje en los escritos oficiales.
Bravo por el gobierno francés. Esperamos, sin mucha ilusión, que nuestros políticos tomen nota.
Por su interés, reproducimos el siguiente artículo de Fernando Sánchez Dragó en El Mundo:
La noticia de la semana no está en Cataluña, ni en Bruselas, ni en Caracas, ni en Damasco, ni en Pyongyang, ni en el maletín atómico de Trump… La noticia de la semana ha venido de París en la carlinga de la Red como si fuese uno de esos bebés envueltos en un hatillo que antes nos traían las cigüeñas.
El gobierno francés, sumándose al veredicto formulado con anterioridad por la Academia de su país, ha prohibido el uso en los textos oficiales de esa burrada gramatical a la que la miseria asnalfabética de los tiempos que corren ha dado en llamar lenguaje inclusivo.
Los académicos franceses aseguran que escribir de tal modo equivale a poner fin a la historia de la literatura
O sea: ése -excluyente a más no poder- que con la coartada de atajar el machismo (flatus vocis multiuso similar al del término fascista) proscribe la universalidad del masculino neutro, ignora que éste, por definición, alude a todos los seres humanos, ya sean varones, ya mujeres, ya transexuales, ya eunucos, ya hermafroditas, y constriñe a decir sandeces tales como «todos y todas», «los ciudadanos y las ciudadanas», «los vascos y las vascas», «los vecinos y vecinas del barrio», «el/la abajo firmante» y así hasta el infinito.
Los académicos franceses aseguran que escribir de tal modo equivale a poner fin a la historia de la literatura. Yo iría aún más lejos: con el lenguaje inclusivo, impuesto a golpes de demagogia, favoritismo, sectarismo, supremacismo e incultura por el movimiento feminista, que de inclusivo tiene poco, el homo sapiens retrocede al instante en que el simio bajó del árbol, se irguió, dejó de gruñir, acuñó el lenguaje articulado y empezó a hablar, o sea, a pensar.
La Real Academia Española también condena el uso de tan grotesca y malsonante jerigonza por ir contra el principio de economía del idioma y obedecer a motivos extralingüísticos, pero nuestras instituciones, a diferencia de las del país vecino, no sólo miran, en el caso del gobierno central, hacia otra parte, sino que estimulan y propagan la barbarie léxica, morfológica, sintáctica y semántica a la que esta columna se refiere.
Todo empezó cuando las feministas se empeñaron en sustituir el concepto de sexo por el de género. La RAE considera inadmisible semejante confusión y propone que se recurra, cuando las circunstancias lo exijan, a expresiones como «discriminación o violencia por razón de sexo».
Paradojas: el lenguaje inclusivo es un claro ejemplo de violencia gramatical. ¿De género? Pues sí: de género, digo, de sexo. Ruego a las autoridades que sigan el ejemplo de Macron.