Hombres y mujeres no somos iguales; ¡bendita diferencia!
Hombres y mujeres no somos iguales; ¡bendita diferencia!

No esperamos del elefante de la India nada distinto al que habita en África. Ni nadie espera más docilidad por parte del tigre siberiano que del de Bengala. Y no lo hacemos porque son animales, miembros de una especie, y por eso iguales. 

Con el ser humano no sucede esto. Existen seres humanos mucho más peligrosos que el tigre, claro que sí, pero también buenos y hasta santos. De manera que con este sencillo contraste podemos entender que las ideologías que exaltan la igualdad entre los hombres lo que hacen es poner al ser humano al nivel de las bestias. La perversión moral que subyace al socialismo y todas sus ramificaciones ideológicas es ésta. Al encumbrar como un valor absoluto la “igualdad” entre los seres humanos, desprecia la excelencia en el ser humano – lo mejor que un solo individuo puede aportarnos a todos -. La consecuencia es desastrosa. Al propugnar una “igualdad” social general lo que resulta es que las ocurrencias disparatadas y las inmoralidades de los peores llegan a esgrimirse como “derechos”. El “derecho” de que el peor ocupe un puesto de gobierno está impulsado desde el socialismo; la idea de que el legislador puede igualar con supuestos “derechos” lo que la naturaleza diferencia (ej. sexos) es una idea socialista; el supuesto “derecho” a que alguien pueda ocupar la casa que otro ha conseguido después de mucho esfuerzo, es también del socialismo, etc.

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La perversión moral del supuesto “derecho a la igualdad” violenta de tal manera la naturaleza humana que la degrada. Porque, efectivamente, degradación es que los hombres dejen de progresar y caigan en la decadencia social, y degradación es que el hombre subsista ejerciendo violencia contra sus semejantes. Veamos este doble efecto (decadencia y violencia) de la degradación humana que provoca el socialismo y la manera en la que entiende el “derecho de igualdad”. Decimos que produce el efecto de la decadencia, sí, porque al atentar contra lo diferencial del ser humano, ataca a todo aquello que pueda suponer una diferencia positiva (el talento, la propiedad, la moral, las buenas costumbres, etc.), dando como resultado que lo pervertido sustituya a lo natural en el hombre, lo inmoral a lo moral, el delito a la ley, la injusticia a la justica y, en fin, el mal al bien. Y, porque esto es muy práctico, los países que caen bajo lo antinatural del socialismo se quedan vacíos de los mejores talentos, se empobrecen hasta la miseria, sus individuos no piensan ni obran sino a través del dictado que sobre su conciencia hace el líder. Este resultado es el que hemos visto en la antigua Unión soviética y hoy vemos en Cuba, Venezuela, Corea del Norte. Quien los mire verá un rebaño exaltado de mediocres guiados por el peor de todos de todos ellos.

Pero también hemos dicho que el supuesto “derecho de igualdad” socialista lleva a la violencia. Existe una tradición ideológica, que arranca de los Jacobinos de la Revolución francesa y a la que se apunta Marx, que defiende la legitimidad del crimen por “razones políticas”. Estas “razones” son un poco diferentes a las “razones de Estado”. Las “razones de Estado” siempre han servido para justificar la acción violenta. La subsistencia de un Estado cuando es atacado por otro, efectivamente, justifica la guerra y las acciones que se derivan de esa situación. Pero las “razones políticas” son de otra clase, pues, fijémonos, justifican que parte de una misma sociedad cometa delitos contra la otra. Esto es lo que sucede exactamente cuando la “igualdad” se exalta como bandera ideológica. A aquellos que se sienten discriminados se les da un título para ser aún peores. Si antes eran sólo personas comunes, mediocres, el socialismo les da un “derecho” contra el mejor y, además, justifica que lo haga efectivo usando de la violencia.

Naturalmente, una ideología tan pervertida sólo puede calar en personas de poca altura moral. Max Scheler señaló con total acierto que el socialismo encuentra suelo fecundo en el “resentimiento moral”. El envidioso, el resentido, el acomplejado, la persona, en fin, que se odia a sí misma porque no es como los mejores, es campo abonado para que la semilla mortal de la “igualdad” prenda en él y, a partir de ahí, comience su camino de degeneración a través del crimen contra sus semejantes.

La “igualdad socialista” nada tiene que ver con la igualdad cristiana. Esto es muy importante dejarlo subrayado. En cualquier conversación sobre la “igualdad” siempre hay algún desinformado diciendo que Cristo fue el primero en propugnar la “igualdad entre los hombres”. De esta manera, el desinformado pone al Nazareno al nivel de cualquier politicastro. La gravedad de estas afirmaciones aumenta cuando vemos a sacerdotes simpatizando con el socialismo e incluso haciendo apología del crimen socialista al amparo de la teología (vgr. Teología de la liberación). La igualdad cristiana no prescinde de lo diferencial del ser humano. Es una igualdad adoptiva, es decir, como hijos de Dios. Lo que supone, individualmente, respetar lo diferencial que hay entre los hombres y, socialmente, que sean precisamente esas diferencias las que sirvan para que los resultados que consiguen los mejores sirvan para que aumente el bienestar de los que no lo somos. Digo bien, pues en mi caso no me considero una persona cuyas cualidades diferenciales puedan aportar demasiado a la sociedad. Dios sabrá la razón de traerme a este mundo. Ahora bien, por esto mismo, me conviene mucho que los mejores prosperen y, además, sean buenos. Prosperando harán que la sociedad sea más rica y, siendo buenos, la harán mejor. Y que duda cabe que en un entorno así alguien como yo podrá pasar su vida con un mayor bienestar. 

Desde que en España se instauró la partitocracia de 1978 se ha ido degenerando progresivamente en la dirección de la “igualdad” socialista. La jurisprudencia que se ha desarrollado sobre el derecho de igualdad del art. 14 de la Constitución ha dejado de lado la idea de que la igualdad es “igualdad ante la ley”. El perspectivismo ideológico de género, por ejemplo, ha suplantado el carácter formal de ese “derecho” haciéndolo cómplice de la ideología política socialista. Que el “derecho de igualdad” del art. 14 CE sea compatible con las desigualdades ideológicas que se introducen en la legislación de género es el acta de defunción de la ley. Si a través de la ley se puede discriminar por razones ideológicas, sencillamente, la ley ha dejado de cumplir su función protectora del ciudadano. A partir de que se produzca este fenómeno (y se ha producido ya), el ciudadano está más protegido teniendo en su bolsillo el carné del partido que por la ley. Esto no es una exageración. Es algo que podemos percibir con mucha claridad a estas alturas. No sólo es que la ley reconozca más “derechos” a las mujeres que a los hombres, es que se usa por los políticos para absolverse de los delitos que cometen (ley de amnistía).

Hace unos días asistí a una conferencia de un ex Magistrado del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. En esa conferencia, ante la pregunta de qué le parecía la ley de amnistía dijo, más o menos, que no veía ninguna dificultad en ella. Que el poder legislativo era soberano y podía dictar cualquier disposición que deseara siempre que no contraviniera la Constitución. Pero, claro, es que en la Constitución está el derecho de igualdad del art. 14, y claro también, es que se supone que el poder judicial tiene entre sus misiones vigilar porque la acción del poder legislativo no contravenga la Constitución. Entonces, ¿pueden los políticos por su sola voluntad salirse del esquema de igualdad ante la ley? ¿Pueden dictar una norma cuando ellos están en claro conflicto de intereses (al ser los beneficiados de ella)? La persona a la que me refiero no contestó. No obstante, voy a contestar yo. No deberían, pero lo han hecho, y, además, el Tribunal Constitucional va a validar ese disparate. La razón, porque el “derecho de igualdad” frente a la ley está totalmente desnaturalizado ideológicamente en la Jurisprudencia constitucional y cabrá que se diga que, por no sé qué interés político-ideológico (el de la convivencia, el de la democracia, etc.), la ley deje de cumplir su función con los políticos criminales. 

La perspectiva para España es desalentadora. Tiene un gobierno formado por personas sin vergüenza alguna. Ya pueden salir titulares de corrupción que nadie de ese gobierno dimite. Al miembro de ese gobierno encargado del cuidado del barranco del Poyo en Valencia se le ha aupado al órgano de gobierno de la Unión Europea sin que, ni una vez, haya ido a visitar a los valencianos que han sufrido la riada del barrando del Poyo estos días atrás. La cabeza de la institución encargada de salvaguardar el imperio de la ley está siendo investigado por atentar contra un particular para favorecer una maniobra política contra la presidenta de la comunidad de Madrid. Los delincuentes condenados por el “procés” camino de ser amnistiados. Los presuntos delincuentes investigados por casos de corrupción poniendo en solfa a los Jueces. Los partidos de la oposición que tampoco exigen responsabilidades a los diputados que votan a favor de una reforma legal que mejora la situación penal de etarras. El Partido Popular en concreto, que no se deshace del presidente de la Comunidad de Valencia, pese a que este andaba de comilona mientas los ciudadanos de Valencia se ahogaban. Aquí ya no dimite ningún político. Estas actitudes políticas están “acostumbrando” a los españoles a vivir condenados al gobierno de sinvergüenzas. Y lo que nos queda. A saber, que el Tribunal Constitucional retuerza ideológicamente un poco más la igualdad ante la ley, por no se sabe todavía que “razón política” (paz social, bien de la democracia, etc.), para justificar el crimen social por parte de los políticos.

Emilio Eiranova Encinas. Abogado. Doctor en Derecho y Economía. Prof. Universitario.

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