Hemiciclo del Congreso de los Diputados en España.
Hemiciclo del Congreso de los Diputados en España.

Hay un consenso general en el mundo de los opinadores sobre la degradación de nuestros políticos en estos tiempos de pandemia. Es habitual leer de mano de articulistas de distinta ideología criticar la poca catadura moral de unos dirigentes obcecados únicamente en sus propios intereses obviando las circunstancias extraordinarias que vivimos. 

Hastío de la clase política que es extrapolable a la ciudadanía. Hables con quien hables, salvo algún disperso idealista de sus propias creencias opacas, la mayoría pone el grito en el cielo al comprobar cómo ni en una pandemia mundial nuestros gobernantes son capaces de respetarse ni de guardar decoro hacia nuestro sistema constitucional. Solo les importa su ombligo, ese que observan impasibles mientras cientos de personas pierden la vida diariamente y los que deberían velar por nosotros se dedican a vivir aventuras alocadas en programas de televisión. De escándalo.

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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Parece cosa del destino que la semana pasada al visitar una librería de viejo me topara con un vinilo de Raphael. Son los políticos los que se deberían de ir con la música a otra parte… Cantinela jocosa en la que personajes como Gabriel Rufián salen al escenario teatral del Congreso de los Diputados para tirar de sorna y oficio bribonesco con el que humillar al Rey deslegitimando no su figura, sino a España en sí. Lo triste es que algunos que se protegen la cara con la bandera nacional están dispuestos a pactar los presupuestos con él.

Coincide el pequeño mundo del poder ciudadano que tenemos la peor clase política en el peor momento. Únicamente unos pocos valientes soberanos se salvan en esta quema de la incompetencia. “Para estar en política hay que tener un título de mediocridad”, me decía un buen amigo al que han cesado como cargo institucional en un partido político. Esa misma sensación, la de que estamos gobernados por lo peor de cada casa es una realidad percibida no solo por los que han pasado por los ambientes burocráticos de la política, sino también por los españoles que madrugan, sacan su familia adelante, y aportan su grano a la sociedad. Gente quemada de lo que representan los dirigentes en general.

Toni Aira, politólogo y exasesor de Marta Pascal, dijo en una entrevista en La Vanguardia que, si los ciudadanos viéramos la política por dentro, habría más desafección. Aversión que ciertamente suele aumentar cuando uno ha estado involucrado en algún tinglado político. Al comprobar como los partidos están formados no por tecnócratas de reconocido prestigio sino por medradores arribistas ansiosos de colmar su ego con un poder volátil uno corre el riesgo de dejar de creer en cambiar las cosas, en tirar la toalla y agachar la cabeza dejando que los demás actúen por uno mismo. 

Desgraciadamente hoy, en mitad de la mayor catástrofe sanitaria de la historia moderna de España, estamos viendo la representación clara de la peor calaña que ha ostentado algún poder durante nuestro tiempo.

Por un lado tenemos a un Ciudadanos en la Comunidad de Madrid encabezado por Ignacio Aguado que está deseando ocupar la Puerta del Sol para liderar un gobierno en coalición con el PSOE y que ha empezado la partida de la sucesión moviendo a un peón nato como Alberto Reyero, -conocido en UPyD por su oportunismo-, que ha dimitido de su cargo como consejero sin devolver el acta de diputado esperando ordenes de arriba a que se consume una de las mayores traiciones en el tablero político madrileño.

Por otra parte, nos encontramos a un Gobierno de España afanado en destruir o al menos prostituir nuestro sistema para contentar a sus socios antisistema a la vez que consigue en meses lo que amasó Hugo Chávez en Venezuela durante años: convertir un país en una democracia iliberal.  

Ya me avisaron algunos disidentes venezolanos afincados en España: como gobernara Podemos, sería el principio del fin de nuestra democracia tal y como la conocemos. No les creímos, o al menos les ignoraron aquellos que escucharon también su voz y tenían la capacidad para cambiar las cosas y así estamos, aguantando violaciones de derechos por doquier como la libertad de culto en algunos territorios, vulnerando la separación de poderes a través de reformas legislativas para poner y quitar jueces a su antojo o sufriendo la doble vara de medir en el parlamento como cuando la presidenta del Congreso Meritxell Batet silencia a Cayetana Álvarez de Toledo suprimiendo del libro de sesiones sus palabras al referirse al pasado terrorista del padre de Pablo Iglesias mientras deja recrearse dialécticamente a Gabriel Rufián pese a su ataque al Jefe del Estado. De película.  

Largometraje de terror acompañado de fuertes dosis del surrealismo encarnado por una oposición que, en ocasiones, ensordecidos por el propio sonido de su voz se adorna en sus preguntas al Gobierno consultando todo tipo de disparatados asuntos en lugar de centrarse en un elemento en concreto. ¿Acaso pretenden doblegar al peor Gobierno de la historia de España con ilusionismo? Solo atacando con la realidad podremos cambiar las cosas. La verdad nos hará libres.  

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