
Si algo no le están faltando a las elecciones presidenciales estadounidenses de este año son sorpresas, vaivenes e imprevistos. Primero, todos los análisis sobre la situación económica, los puestos de trabajo creados o el balance en política exterior pasaron a un segundo o tercer plano por la irrupción de la pandemia del Covid19. Luego llegó el caso George Floyd, la campaña Black Lives Matter y los disturbios por ella instigados. Y cuando pensábamos que estos dos factores iban a ser los decisivos a la hora de movilizar y orientar el voto de los norteamericanos, ¡noticia bomba! ¡Ruth Bader Ginsburg ha muerto… y lo ha hecho a tiempo de que Trump nombre a su sucesora!
Se cuela pues en esta campaña un nuevo elemento con una capacidad de movilizar al electorado enorme. Porque probablemente, después de declarar la guerra, la decisión más trascendental que tiene en sus manos un presidente de los Estados Unidos es la de nombrar a los jueces del Tribunal Supremo. Una cuestión que ya fue clave en 2016, en la que Trump puede presentar a sus votantes una hoja de deberes cumplidos, y con la que ahora puede conseguir matrícula de honor.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraBader Ginsburg no era una jueza más del Supremo, era la jueza, el icono del progresismo izquierdista que incluso ha logrado que Hollywood filme un biopic a mayor gloria suya. Nombrada por Clinton en 1993, Bader Ginsburg lideró con vigor y eficacia la mayoría izquierdista en el Supremo. Enferma desde hacía tiempo, se aferraba a su puesto a pesar de no poder asistir a muchas sesiones del Supremo, con la esperanza de alargar su vida hasta después de la derrota de Trump, algo que no ha conseguido por muy poco y que coloca su sustitución en el epicentro de la campaña.
Ahora Trump ha movido ficha con determinación y ha propuesto a Amy Coney Barret para ocupar la vacante dejada por Bader Ginsburg. Una nominación que deja a los demócratas en una posición delicada: ¿por qué motivo la van a atacar? ¿por ser católica, como ya hicieron en 2017, ahora que su candidato a la presidencia se pavonea de serlo? ¿por ser mujer y brillante jurista reconocida incluso por quienes no comparten sus planteamientos? ¿por ser madre de siete hijos, dos de ellos negros haitianos adoptados y uno síndrome de Down? Ahora la propuesta pasará a un comité especial, el “Senate Judiciary Committee”, que revisa la pertinencia del candidato y decide si puede proponerlo a la votación final del Senado, pero todo parece indicar que ambos trámites serán superados.
Si Trump consigue, como todo parece indicar, que Amy Coney Barret sea refrendado, habrá conseguido un doble efecto: motivar a los suyos y desanimar a muchos demócratas
Al elegir a Gorsuch y Kavanaugh en 2017 y 2018 respectivamente, Trump cumplió con su promesa de nombrar jueces originalistas y a favor de la vida, aunque la votación en el Senado no fue precisamente fácil: Gorsuch fue elegido con 54 votos a 45 y Kavanaugh con 51 a 49. Para conseguir que bastara con la mayoría simple en el Senado y no se aplicara la «Regla de los 60», que prevé una mayoría cualificada de tres quintos, el líder de la mayoría republicana en el Senado, Mitch McConnell, tuvo que activar la llamada, de modo hiperbólico, «opción nuclear», una opción que el reglamento del Senado permite para poner fin al obstruccionismo parlamentario que, de otro modo, podría bloquear el voto de forma indefinida. El primero en utilizarla fue, en 2013, el entonces presidente del Senado, el demócrata Harry Reid, y en las actuales circunstancias de la vida política estadounidense, si esta «opción nuclear» no se usara, prácticamente no se podrían hacer nombramientos federales y mucho menos los relativos al Supremo. Eso sí, McConnell, ahora, tendrá que contradecir lo que dijo e hizo en 2016, cuando Obama quería nominar a Merrick Garland y el líder republicano bloqueó su nominación.
Biden pidió que, en esta ocasión, no se aplique la “opción nuclear” y que, en un gesto de elegancia y deportividad, Trump dejase la nominación de la vacante al próximo presidente. Pero a Trump no le ha temblado el pulso; no es precisamente su estilo, y además pedir deportividad ahora es poco creíble: la propia Bader Ginsburg no la tuvo cuando, a pesar de no poder asistir a las sesiones del Supremo, se aferró a su cargo consciente de lo que estaba en juego. Su nieta ha hecho público que, pocos días antes de su muerte, había declarado que, en caso de morir, “es mi ferviente deseo no ser reemplazada antes de que un nuevo presidente tome el cargo». Lástima que Estados Unidos no funcione en base a los deseos de los servidores públicos, sino siguiendo leyes y reglamentos precisos.
La lucha en el Senado, que inicialmente se anunciaba tremenda, parece encarrilarse a favor de una candidata con credenciales irreprochables. Los republicanos tienen actualmente una mayoría de 53 escaños y necesitarán 51 votos. Dos senadoras republicanas, Lisa Murkowski de Alaska y Susan Collins de Maine, se apresuraron a declarar que no iban a votar a favor de ningún candidato al Supremo antes de las elecciones de noviembre, pero cuando todo el mundo temía que Mitt Romney iba a aprovechar la situación para vengarse de Trump y hacer que la mayoría republicana en el Senado se evapore, ha sorprendido anunciando su disposición favorable a votar a favor de Amy Coney Barret. En cualquier caso, si se diera un empate a 50 votos, sería el vicepresidente, Mike Pence, quien debería decidir.
Octubre va a ser, pues, un mes en el que el proceso de aprobación de Barret va a estar constantemente en el foco de la atención pública, influyendo en el voto de noviembre. Si Trump consigue, como todo parece indicar, que Amy Coney Barret sea refrendado, habrá conseguido un doble efecto: motivar a los suyos, confirmando que es capaz de actuar con determinación cuando se trata de desafiar a la izquierda y cumplir con sus promesas electorales, y desanimar a muchos demócratas, que con la nueva composición del Supremo sospechan que muchas de las iniciativas de un potencial presidente Biden serían frenadas por ese Tribunal. Quizás por ello los demócratas (nada menos que el congresista por Massachusetts Joe Kennedy III) ya están amenazando con que, si Trump se sale con la suya, aumentarán el número de jueces en el Supremo. Una amenaza pensada para movilizar a los tuyos que puede acabar movilizando también a tus rivales.