
Hace una generación acuñé la idea del “politiqués”, una especie de jerga característica de las declaraciones y discursos de los políticos. Tengo publicados libros enteros sobre el particular. Ahora, avanzo hacia una noción complementaria, el “oficialés”, una típica forma de expresarse de los que mandan, singularmente, los del actual Gobierno. Viene a ser algo así como una especie de dialecto mandarinesco. Con él se prueba la conocida hipótesis de los lingüistas: el lenguaje sirve para comunicarse, pero, también, para dificultar la comunicación cuando eso es lo que interesa. Veamos algunas ilustraciones.
Está el nuevo verbo topar, en el sentido de fijar, controlar los precios por decisión del Gobierno. Es la respuesta oficial a la inflación galopante. Aparte del capricho del neologismo, lo que llama la atención es que, sencillamente, el Gobierno no puede fijar el precio de un artículo (el gas, la electricidad, los alimentos básicos, etc.). Al hacerlo, la diferencia hay que pagarla por otro lado. Además, de insistir en el “tope”, aparecerán problemas de abastecimiento y de mercado negro. Eso ha sucedido muchas veces, siempre que se han fijado, oficialmente, los precios por medio, por ejemplo, de las cartillas de racionamiento. El Gobierno maneja lo de “topar” los precios como si fuera cosa sabida y taumatúrgica. No se le ocurre que la única forma de controlar la inflación, y eso con muchas cautelas, es aumentar la productividad, bien por razones organizativas, tecnológicas o de aplicación de la moral de trabajo. Pero, con lo de “topar” se mantiene entretenido al vecindario, que es de lo que se trata. Empero, como me señala mi amigo Juan Luis Valderrábano, “la mitad de la actividad económica española depende, directa o indirectamente, de las ayudas públicas. Por tanto, queda descartada la mejora sustancial de la productividad”. Lo del “tope” de los precios se percibe como una salida retórica del laberinto de la inflación. De donde se desprende la necesidad del oficialés mandarinesco.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraMás confuso es, todavía, lo de “las clases medias trabajadoras”, un neologismo sesquipedálico, que emite, continuamente, el presidente del Gobierno para señalar los beneficiarios de sus políticas. Si son clases medias y trabajadoras, ¿dónde quedan las altas o bajas y las no trabajadoras? ¿Los pensionistas son estratos trabajadores, altos, medios o bajos? ¿No sería más entendible referirse a la población en su conjunto? Sí, pero, entonces, ya no sería el lenguaje mandarinesco.
Hasta hace unos años, los que mandaban, para amedrentar a la población, nos machacaban con lo del “calentamiento de la atmósfera” o “el agujero de la capa de ozono”, entre otras sublimes lindezas. Ahora, la música va por otro lado. El presidente del Gobierno se acoge a la expresión “emergencia climática”, un término, deliberadamente, ambiguo. Solo, los mandarines sabrán lo que significa. Desde luego, sirve muy bien para la finalidad del amedrentamiento de los contribuyentes. No está claro qué podría significar que el clima no se alterara. Por ejemplo, para el Paquistán la “emergencia” está en las recientes inundaciones del monzón. Para los europeos, la emergencia ha sido la pertinaz sequía de este verano. Todo eso ¿cómo se cambia?
Otra expresión misteriosa es la de “población vulnerable”, que se emplea con bastante alegría. Puede que sea para no hablar de “marginados”, como, antes, se declaraba. No queda claro (es de lo que se trata) qué estratos son susceptibles de recibir daños y de qué tipo.
A los practicantes del oficialés, se les llena la boca con lo de “pequeñas y medianas empresas”. Nadie sabe dónde se pone el límite para definir tal colectivo. ¿Es por el número de empleados? ¿El criterio sirve igual para todos los ramos de la producción? ¿Puede haber una empresa que sea, a la vez, pequeña y mediana?
Más borroso queda, todavía, la alusión a la “memoria democrática” (antes, “histórica”), título de una ley y de la denominación de un ministerio. Se sospecha que, en la práctica, significa seguir luchando contra el franquismo, en verdad, un empeño prepóstero. Parece ser que el ideal es que la población se olvide de que existió el franquismo. Naturalmente, todo ello con subvenciones oficiales, destinadas a mantener activos a los chiringos clientelares. La “ley de memoria democrática” deja chiquita la ensoñación de 1984, de Orwell con su pretensión totalitaria de reescribir la historia. Es la misma salida que se emplea para referirse a la “transición ecológica y digital”, otra expresión arcana.
¿Hay forma de saber cuándo hemos llegado al final de tal transición? Francamente, no. El oficialés debe dejar la realidad oscurecida. Aquí, también, hay un nuevo ministerio: el de “Ministerio para la transición ecológica y el reto demográfico”. Aunque, nada como la cabalística “agenda 20/30”, que da nombre a ciertas oficinas públicas y esconde una secta. Aunque, pueda parecer increíble, se propone acabar con la desigualdad, la pobreza y otros males para el año 2030. Bueno, al llegar a esa fecha, se supone que ampliarán el plazo. Mientras tanto, el Gobierno tiene que seguir alimentando a los fidelísimos chiringos. Esa es la esencia del régimen que tenemos los españoles. Nos merecemos que nos hablen en oficialés.
Amando de Miguel. Artículo originalmente publicado en Actualidad Almanzora