
Llevamos ya unos cuantos años asistiendo a una situación política y social que podíamos calificar de grotesca, de esperpéntica, inimaginable para los que, de jóvenes, participamos en la Transición y recibimos con mucha ilusión aquella democracia recién estrenada con las primeras elecciones y la aprobación de la Constitución.
Todo era nuevo para nosotros y se abría el camino hacia un futuro esperanzador, alcanzando como país un estatus diferente que nos permitía homologarnos con los países del entorno. El mundo entero admiraba nuestra transición.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraCasi cincuenta años después nos damos cuenta de que aquella transición no fue tan perfecta y es que en sus entrañas se había inoculado un virus: el virus de los nacionalismos, que con el tiempo se ha ido haciendo fuerte para, en los últimos años, acelerar su fortalecimiento de forma exponencial, llegando a la situación actual en la que cinco o seis diputados (nacionalistas) son los que pueden decidir el destino de todo un pueblo: un esperpento.
Un esperpento al que están contribuyendo y han contribuido en el pasado, sobre todo, los políticos: los partidos nacionales siempre se han apoyado en los nacionalistas para gobernar a cambio de concesiones.
No obstante, la generación de políticos actuales es particularmente responsable de esta deriva porque ha llegado a cruzar unos límites que ponen en entredicho la propia democracia. Unos, los que ahora están gobernando, porque se han apoyado en los que quieren destruir España concediendo indultos, modificando el Código Penal y dando todo aquello que estos partidos le han pedido. Estos mismos políticos han roto con la separación de poderes, con la libertad de expresión en igualdad de condiciones y con la igualdad ante la ley de todos los españoles.
Y otros, los que están en la oposición que, salvo honrosas excepciones, han apoyado y promovido en las comunidades en las que gobiernan, leyes que atentan contra la vida y la dignidad de las personas. De “memoria histórica” y de género; adoctrinan en los colegios a los niños y atacan a la familia. En todo esto, Gobierno y oposición defienden los mismos postulados.
Los políticos que padecemos hoy, en lugar de ser ejemplo para los demás por su entrega, por su capacidad de servicio, y por su honestidad, son el contraejemplo por su mediocridad, por su falta de coherencia, por su ambición y por su desprecio a la voluntad de los españoles. Es cierto que no lo son todos; pero creo que a nivel nacional son muy pocas las excepciones.
Los líderes son las cabezas visibles y los que mayor empeño ponen en aplicar estas políticas pero el resto: portavoces, parlamentarios, secretarios, etc. siguen a sus jefes con disciplina férrea, sin rechistar, repitiendo las consigas que les han grabado, apoyando contradicciones y mentiras, dispuestos a todo por conservar su posición, aún a costa de sus propias convicciones. Descorazonador.
La política es un oficio muy noble; pero ¿merece la pena dedicarse a él si no es para servir a los demás y luchar por el bien común?
También los medios de comunicación son responsables de esta situación y lo son porque han supeditado la búsqueda de la verdad a los beneficios moviéndose exclusivamente por intereses económicos.
Es escandaloso ver cómo ocultan información relevante o la manipulan para que no salga a la luz aquello que pueda perjudicar a sus financiadores, sobre todo, políticos. Me estoy refiriendo a todos los medios de comunicación: la televisión, la radio y la prensa de ámbito nacional, sin excepción alguna.
Es cierto que los profesionales de la comunicación están supeditados a los mandatos de sus superiores, pero no todo es admisible, sobre todo cuando a través de los medios, los comunicadores llegan a conformar los estados de opinión. Especial responsabilidad tienen, sobre todo, los “primeros espadas”, algunos de ellos aparentemente críticos con el poder, pero muy cuidadosos para no dejar de ser “políticamente correctos”. Lamentable.
La comunicación es muy importante en nuestra sociedad, se la considera el “cuarto poder”, pero ¿merece la pena ser comunicador si no es para buscar la verdad y darla a conocer?
También hemos contribuido en esta deriva las personas de a pie, la ciudadanía dice ahora, que con nuestro voto determinamos quién debe gobernar y, atendiendo a su programa, para qué debe gobernar. La experiencia nos dice que los políticos nunca cumplen lo que han prometido. Recuerdo que el profesor Tierno Galván, que fue alcalde de Madrid, dijo: “Las promesas electorales están para no cumplirse”. Eso es lo que ha estado y está ocurriendo.
Digo que estamos viviendo una situación esperpéntica en los últimos años porque aquel que ha conducido nuestro país haciendo todo lo contrario a lo que había prometido solemnemente- repitiéndolo hasta veinte veces-, puede continuar siendo presidente de España, gracias a los votos que ha recibido en las recientes elecciones y a sus políticas de pactos, ya bien conocidas por todos, Demencial.
Con nuestros votos contribuimos también a darle forma a este esperpento y hacemos bueno el dicho que “cada pueblo tiene los gobernantes que se merece”.
Las democracias no suelen ser perfectas, pero cuando los que votamos no lo hacemos con el convencimiento de votar a los mejores, a los que mejor nos van a servir, después de haber leído sus programas, estaremos contribuyendo a que nuestra democracia sea todavía más imperfecta, incluso, como es nuestro caso, vaya tomando tildes de dictadura.
El voto es uno de los mecanismos, el más importante, que tenemos para participar en democracia. No degrademos nuestra democracia, votemos con conocimiento de causa y en conciencia.
Javier Espinosa Martínez, socio y colaborador de Asociación Enraizados