“La democracia liberal está en peligro” exclaman los nuevos alcaldes de Móstoles, ante la amenaza de los populismos. Son ensayistas tan interesantes -por otro lado- como Sergio del Molino, autor de Contra la España vacía; filósofos como -el siempre sugerente- Daniel Innerarity; periodistas -como el perspicaz- Esteban Hernández de El Confidencial, y por supuesto, el Gobierno socialcomunista, y buena parte de una oposición amaestrada y/o interesada.
¿Tienen o no tienen razón?
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Suscríbete ahoraVoy a dejar, por esta vez, de analizar los populismos, para centrarme en lo que ellos llaman “democracia liberal”. Esta ha sido, en efecto, la que más estabilidad, prosperidad, y libertad ha proporcionado a Occidente, desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Gracias a ella gozamos de conquistas sociales, derechos humanos, y libertades fundamentales inimaginables hace sólo un siglo.
La democracia liberal aloja en su entraña un monstruo totalitario, que a modo de ‘alien’ habita en su interior y emponzoña todo lo demás
Pero, ya siento ir de aguafiestas, desde hace unas décadas esa democracia liberal aloja en su entraña un monstruo totalitario, que a modo de ‘alien’ habita en su interior y emponzoña todo lo demás, vaciándolo de significado. Me refiero al exterminio masivo de inocentes en el seno materno. Y lo peor no es eso, lo peor es que esté siendo legitimado por leyes, aprobadas en Parlamentos. ¿Se puede llamar democracia liberal y Estado de derecho? a unos regímenes que legitiman, insisto, -no simplemente toleran, sino que legitiman- la existencia de abortorios, donde se succionan cabecitas humanas, se trocean bracitos y piernas, o se abrasan directamente diminutos cuerpecillos. Ya perdonarán la crudeza, pero me limito a describir la actividad de esos centros. Es que si no descendemos al detalle macabro, no nos enteramos de que en nuestras ciudades siguen existiendo Auschwitz de bata blanca, en pleno siglo XXI y en plena democracia liberal, y seguimos funcionando como si tal cosa, satisfechos de nuestro sistema.
Nos creemos que vivimos en el mejor de los regímenes posibles, el mundo de Tocqueville, Martin Luther King y la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y resulta que dentro de ese mundo tenemos campos de exterminio y doctores Mengele que masacran miles de vidas cada día.
El abortismo, metástasis del sistema, hace que en el Estado de derecho desaparezca el derecho y quede solo el Estado. Totalitarismo puro y duro. Nada que ver, por tanto, ni con la democracia ni con el liberalismo. No por casualidad, el primero que legitimó el exterminio de bebés fue el régimen de Lenin.
En noviembre de 1920 se publicó una resolución de los Comisariados del Pueblo de Salud y de Justicia de la URSS, que permitía el aborto gratuito en los hospitales públicos. Y en la Alemania nazi, el aborto fue utilizado como arma eugenésica: estaba prohibido para los arios, pero permitido para judíos, gitanos y homosexuales. Durante la Segunda Guerra Mundial, los nazis promovieron el aborto y las esterilizaciones entre la población eslava de los países ocupados por la Wehrmacht.
Tampoco parece casualidad que el primer país en América Latina en despenalizar el aborto fuera la Cuba castrista, en 1965. Y no sólo eso, sino que además lo reconoció como un derecho humano, anticipándose medio siglo a Naciones Unidas. Fidel Castro. Nada que ver ni con la democracia ni con el liberalismo.
No tiene demasiado que ver con la democracia y el liberalismo, que el PSOE pretenda castigar con penas de cárcel a los pro-vida
Tampoco tiene demasiado que ver con la democracia y el liberalismo, que el PSOE -uno de los que claman por la amenaza de los populismos- pretenda castigar con penas de cárcel a los pro-vida que se concentren en las proximidades de abortorios. Alega que coartan la libertad de la mujer que ejerce su derecho a “interrumpir el embarazo”. Burda excusa porque, al menos en España, las ambulancias por la vida, por ejemplo, no coaccionan sino que se limitan a informar a las mujeres y son éstas las que libremente deciden si quieren abortar o no.
El PSOE no sólo ha introducido el exterminio de bebés en España -con la ley despenalizadora de 1985-, y ha permitido que puedan abortar menores sin el permiso materno, sino que ahora pretende poner a la sombra a quienes defienden la vida. Hemos pasado de despenalizar el aborto “para que ninguna mujer vaya a la cárcel”, como dijo Zapatero, a esta forma de sadismo -no se me ocurre otra palabra-.
Bastante tienen las que abortan con el terrible trauma que les va a quedar de por vida. La prisión sería, en efecto, un castigo añadido. Pero de ahí a perseguir, a multas y a rejas, a quienes claman contra esa forma de crimen organizado que es la red abortista, media un abismo.
Si se deja impune el crimen y se castiga a quien trata de evitarlo… ¿de qué tipo de régimen estamos hablando? Si falla el derecho a la vida, el abecé de la democracia, sobra todo lo demás. Si nos cargamos la premisa mayor, se acabó lo que se daba. Entonces todo es una gigantesca farsa, en la que todos estamos fingiendo, mientras los cadáveres se acumulan en el armario.