Imagen de Cesar Augusto en Zaragoza
Imagen de Cesar Augusto en Zaragoza

Sánchez ha sacado a Franco del Valle de los Caídos y ahora quiere demolerlo, pero no ha tocado un pelo de los acueductos y murallas de una dictadura anterior, que no es que encarcelara a los disidentes, sino que los crucificaba directamente. Y ni Italia nos ha pedido perdón, ni ha compensado a los descendientes de aquellas víctimas. 

La emprende con el facherío pero se deja en el tintero el fascismo propiamente dicho, la antigua Roma, de donde proviene la palabra fascismo: de los fasces (los haces o manojos de varas que llevaban los lictores).

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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Si la muchachada woke tiene vía libre para untar con spray las estatuas de Colón y fray Junípero; y AMLO, a exigirnos disculpas por haber impedido que los aztecas arrancaran corazones de prisioneros con cuchillos de obsidiana, nosotros los descendientes de los íberos y los celtas tenemos derecho a pintarrajear los símbolos de la opresión de Roma.

¿Por dónde empezar?

Si yo fuera Sánchez, empezaría por desmontar toda la red de autovías, que siguen el trazado de las calzadas (40.000 kilómetros), construidas hace dos mil años por los conquistadores venidos de Italia, y habrá que buscar alternativas más ecológicas, tales como sendas de cabras o trochas marcadas por boñigas de vaca, que son más sostenibles.

Y hacer saltar por los aires el ‘colosalismo mussoliniano’ de los puentes de Alcántara o Salamanca; retirar, piedra a piedra, esa muestra de orgullo hetero-ingenieril que es el acueducto de Segovia; cubrir de pintadas los arcos de Bará (Tarragona) o Medinaceli, monumentos ofensivos para la sensibilidad de los indígenas (indígenos e indígenes, que de todo había en la diversidad de la Hispania prehistórica); y demoler, en fin, los teatros de Mérida, Itálica o Cartagena, símbolos de poder del Imperio, para convertirlos en Burger King o McDonald’s

Y antes que cambiar placas de calles del régimen de 1936, deberíamos borrar para siempre los nombres de Lugo (Lucus Augusti), Tarragona (Tarraco), Barcino (Barcelona) (Barcino) o Toledo (Toletum). Y dejar, eso sí, el nombre de Cabra (Provincia de Córdoba) en lugar del romano Igabrium, para que sus naturales dejen de llamarse, de una vez, egabrenses y se llamen otra cosa más fea. Y hacer damnatio memoriae de Zaragoza (Caesaraugusta) y Pamplona (Pompeyópolis), que lucen los nombres de dos sangrientos dictadores que no llegaron al poder por las urnas precisamente, el emperador Octavio Augusto y el cónsul Cneo Pompeyo, respectivamente.

Es injusto que presumamos de producir el 60% de aceite de oliva de la Unión Europea y el 45% del mundo, ya que fue el totalitarismo romano el que contribuyó a desarrollar esos cultivos y darlos a conocer al mundo

En segundo lugar, y antes que remover las fosas de la Guerra Civil, lo coherente con una memoria auténticamente democrática, señor Sánchez, sería arrancar las 2.751.255 hectáreas de superficie de cultivo olivarero de España y tirar a la basura las 7.167.830 toneladas de aceitunas de mesa. Es profundamente injusto que presumamos de producir el 60% de aceite de oliva de la Unión Europea y el 45% del mundo, ya que fue el totalitarismo romano el que contribuyó a desarrollar esos cultivos y darlos a conocer al mundo. La proliferación de aceitunas en banderillas, pizzas o ensaladas nos hace revivir el holocausto sufrido por nuestros abuelos celtíberos, crucificados o reducidos a la esclavitud. El problema es que nos hemos acostumbrado a desayunar barritas de pan con aceite de Jaén, sin acordarnos de Calígula y Nerón. 

También sería un deber ético cancelar, de una vez, el Derecho romano. Que a estas alturas se siga enseñando en las universidades españolas, es como si en las aulas alemanas se explicara Mein Kampf. Vamos a ver, el Romano es un derecho neoliberal, que puede ofender la sensibilidad de ordenamientos más diversos y menos occidento-centristas como la ley del Talión, las fatwas coránicas, o la tradición sati de la India, según la cual la viuda se inmola en la misma pira funeraria de su difunto esposo. Por no hablar de la definición de justicia de Ulpiano, que fomenta la desigualdad. Porque si damos a cada uno lo suyo ¿dónde quedan las cuotas paritarias?; ¿dónde, los chiringuitos subvencionados?; ¿dónde, las minorías random?, ¿dónde, los asesores parasitarios mantenidos con los impuestos de los contribuyentes?

Si pretendemos resolver problemas complejos, como la corrupción, con soluciones simplistas, como la idea de lo injusto o lo injusto, ¿qué hacemos con los políticos malversadores?, ¿o con el tráfico de influencias, la financiación irregular de los partidos, las mordidas a los concejales de urbanismo, el crimen de Estado etcétera? No todo es negro o blanco, también hay grises.

Si aplicamos los usos de la anticuada Roma a la política actual, ¿qué hacemos con los traidores, a los que estamos acostumbrados a pagar (e indultar) como se está viendo con los golpistas indepes, en contra de lo que sentenció el cónsul Cepión ante los asesinos de Viriato?

¿Y qué hacemos con esa casta de muertos-de-hambre que se aferran al cargo porque no tienen ir donde ir fuera de la burbuja del Congreso y del Partido, donde se colocaron de jovencitos? Nada que ver con aquellos patricios que, una vez resueltas las crisis y vencidos los enemigos de la República, se despojaban de la toga orlada de púrpura de gobernantes y retornaban a la vida privada, volviendo a tirar del arado, como el famoso Cincinato, en el siglo V a.C. 

Hay que vetar de colegios y bibliotecas, autores que hieren la sensibilidad de una sociedad liberal, diversa e inclusiva: sobran los Séneca, los Marco Aurelio, o ese apologeta del imperialismo que es Virgilio. Lo más triste es que algunos fueron españoles colaboracionistas, como los andaluces Trajano o Adriano, que llegaron a ser emperadores. Son ofensivos Adriano y sus memorias, no entiendo como el juez Garzón no ha pedido la extradición de los descendientes de Marguerite Duras, para sentarlos en el banquillo, exigiendo daños y perjuicios. 

Y hay que acabar con el padre de los tuiteros, un Elon Musk del siglo I, el romano -de Calatayud- Marcial, y sus epigramas satíricos, preñados de odio al diferente. 

Y ¿qué me dicen del latín? Apenas queda un resto en 2º de Bachillerato, que resiste como los galos de Astérix, pero deberíamos liquidar para siempre el dativo, el genitivo y el ablativo. Sobre todo porque sus palabras presentan sesgos fascistas, como Vox; u ofender a las personas que menstrúan y no son binarias, como mater; y muchos de sus derivados contienen mensajes de odio contra los gobernantes corruptos que no dimiten ni con agua caliente, como cesarismo; o contra los parientes de los gobernantes como nepotismo.

Los romanos, o sus descendientes, deberían pedir perdón, rodilla en tierra, porque toda la ciencia hasta el siglo XIX (física, química, matemática, biología etc.) está escrita en latín, y por lo tanto carece de perspectiva de género. Por lo tanto, hay que cancelarla y abolir leyes colonialistas y falocéntricas como la ley de la gravitación universal de Isaac Newton, formulada en el libro Philosophiae Naturalis Principia Mathematica.

Hay que acabar con los extranjerismos de la lengua del Imperio… por qué decir per cápita si podemos decir roughly; o para qué factotum si tenemos Google. Mantener el latín en las misas, en los planes de estudio o en el lenguaje común es un craso error.

Hay que deconstruir, en fin, el calendario. Marzo, de Marte, es militarista; y Julio evoca a un populista del siglo I a.C., que ha dado nombre al César Carlos y a los zares de Rusia; además nos trae malos recuerdos el día 18. Proponemos cambiar el 18 de julio por el 18 de brumario (de Napoleón).

Urge montar talleres para combatir la romanidad tóxica, igual que hay talleres para que los hombres rebajen la masculinidad tóxica y se abran a la sororidad. O igual que en los colegios ya se les instruye a los varoncitos para que jueguen con muñecas y abandonen deportes rudos que incitan al odio y a la patada en la espinilla; y a la sección femenina a disfrazarse de Rambo y a estudiar Ingeniería y Matemáticas (tú no te preocupes que ya bajaremos la nota y subiremos la cuota, para que cumplas tu deseo de autopercibirte CEO de una compañía del Ibex). Mutatis mutandis, hay que hacer lo mismo con la herencia de la higiene romana, el alcantarillado, Horacio, y el verbo sum

El problema es que nuestro romanismo es sistémico y estructural, como el racismo blanco en EE.UU., y no hay forma de quitarse de encima los tics fascio-patriarcales que pesan sobre nuestra identidad. Basta ya. Es preciso reducir a cenizas, ipso facto, y sin dejarlo ad calendas graecas, el legado de Roma y hacer tabula rasa. ¡Hasta cuando abusarás de nuestra paciencia!

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Nacido en Zaragoza, lleva más de 30 años dándole a las teclas, y espera seguir así en esta vida y en la otra. Estudió Periodismo en la Universidad de Navarra y se doctoró cum laude por el CEU, ha participado en la fundación de periódicos (como El Mundo) y en la refundación de otros (como La Gaceta), ha dirigido el semanario Época y ha sido contertulio en Intereconomía TV, Telemadrid y 13 TV. Fue fundador y director de Actuall. Es coautor, junto con su mujer Teresa Díez, de los libros Pijama para dos y “Manzana para dos”, best-sellers sobre el matrimonio. Ha publicado libros sobre terrorismo, cine e historia.