Álex Rosal (Barcelona, 1965) es periodista y editor. Dirige las editoriales LibrosLibres y VozdePapel, así como el portal Religión en Libertad. Preside la Fundación Nueva Evangelización para el Siglo XXI. Está casado y tiene tres hijos.
Acaba de publicar “Despierta y combate a los bárbaros que arruinan tu vida” (LibrosLibres) que es un alegato para despertar de la dictadura de la distracción en la que estamos sometidos y dar la batalla para frenar el mal. (Puede leer las primeras páginas del libro aquí)
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– Usted dice en su libro “Despierta y combate a los bárbaros que arruinan tu vida” (LibrosLibres) que los bárbaros quieren deconstruir nuestro modelo de existencia… ¿Quiénes son los bárbaros y por qué nos llevan a la ruina?
– Los bárbaros son arquitectos de la maldad que quieren poner patas arriba al mundo, invitándonos a experimentar un nuevo Paraíso que no es más que otro infierno en la tierra. La utopía de los bárbaros es trastocar el orden natural de las cosas para crear un nuevo estilo de vida que sólo nos traerá más esclavitud. El envoltorio de su mercancía ideológica es sugestiva y atrayente, pero es pura mentira. Provoca víctimas, sobre todo entre los más jóvenes.
– Venden libertad, pero generan esclavitud. ¿Mercancía averiada?
Los bárbaros necesitan crear las condiciones para que los ciudadanos se conviertan en semi-esclavos. Necesitan romper naciones y fragmentarlas en pequeños Estados para poderlas controlar mejor. Precisan dividir las sociedades y enfrentarlas para pescar abundantemente en río revuelto. Requieren comunidades humanas con escasos vínculos para, aislando a las personas, dominarlas con facilidad.
Quieren individuos cada vez más frágiles, subordinados y con adicciones. Para ello impulsan el desmantelamiento de la familia, favoreciendo su desestructuración y división. Crean dudas de identidad desde la más tierna infancia para incrementar los sujetos que tendrán problemas a lo largo de su existencia. Empujan una lucha de sexos para crear desconfianza entre hombres y mujeres. Otra lucha entre razas señalando siempre a los blancos como verdugos. Extensión de una paga universal para crear dependientes económicos de por vida… En fin: enfrentar y fomentar el odio entre iguales para fabricar una sociedad dividida, cuyos hombres y mujeres estén asilados entre sí, y no puedan rebelarse ante un Poder que impone una nueva manera de vivir.
– Está hablando de una guerra cultural en la que estamos enfangados desde hace décadas. ¿Esa guerra no la hemos perdido ya?
– Las batallas que se pierden son las que no se dan. Esta guerra cultural la hemos perdido por incomparecencia. Hemos renunciado a dar la batalla por pereza, distracción o comodidad. O, quizás, por no ser conscientes de que estamos metidos en una guerra que no mata físicamente, pero que sus «bombas» ideológicas destrozan la sociedad. No hay tropas o soldados. Todo es más sutil. En esta guerra el campo de batalla es el mundo de la cultura, la opinión pública y la educación, y ganándola te da acceso total al poder político. Pero lo peor es que no acabamos de darnos cuenta de todo lo que podemos perder si no presentamos batalla.
– ¿Qué podemos perder?
– Todo. Te prohibirán todo lo que no entre en sus parámetros ideológicos: libertad de pensamiento; libertad de expresión; libertad de movimientos; libertad económica; libertad de educación; libertad lingüística; libre iniciativa… y pagarás con tu esfuerzo todo lo que a ellos les gusta: eliminación de la propiedad privada; adoctrinamiento de tus hijos; subvenciones en vena; corrupción; subvertir el sentido natural de las cosas; atacar a la familia y a la protección de la vida; favorecer el Islam frente al Cristianismo; incentivar la inmigración ilegal… Y si no lo haces, te satanizarán públicamente acusándote de fascista y mal ciudadano. Te quemarán tu buen nombre en la plaza pública de las televisiones, y pasarás a ser un paria social. Civilmente estarás muerto.
– ¿Y qué podemos hacer para frenar ese mal?
– Decía Edmund Burke que “para que el mal triunfe, sólo hace falta que los hombres buenos no hagan nada”. El problema no es de los bárbaros que cumplen con su hoja de ruta para extender el mal en el mundo. El problema es de los hombres y mujeres buenos que no hacen nada para frenar este mal al delegar su responsabilidad en otros. Creen que son los políticos, empresarios, académicos, periodistas, obispos, otros… los que deben enfrentarse al mal, y es claro que también lo deben hacer, pero no se dan cuentan de que cada uno tenemos una responsabilidad de aportar nuestro pequeño granito de arena a esa tarea.
Esa inacción, ese no hacer nada, esa suma de miles de micro-cobardías, es lo que nos ha llevado al borde del precipicio como sociedad.
– Lo que hay es mucha queja de sillón…
Es posible de que haya quien se quejen agriamente por lo que nos pasa, pero más allá de gritar cuatro bravuconadas, su crítica es estéril.
Es hora de despertar. Los hombres y mujeres buenos tienen que convertir esas micro-cobardías, tan común en nosotros, en micro-valentías, para revertir esta situación.
– Usted también habla de desenmascarar a los apocalípticos y conspiranoicos, que con histerismos crean un pánico innecesario en la sociedad con el fin de dominarla a través del miedo?
– Sí, es necesario desenmascarar a estos profetas de calamidades. Los anuncios apocalípticos producen miedo en la gente. Cuando se repite sin cesar que los recursos naturales son limitados, y que no hay alimentos para todos, por ejemplo, es normal que la gente entre en pánico. Y ese histerismo se traslada a los políticos, que comienzan a aplicar políticas para remediar esa angustia colectiva.
Esta estrategia de meter miedo es una telaraña más de dominio social. Se difunde un argumentario de una futura catástrofe de proporciones bíblicas, y ese terror se interioriza de tal manera, que ya no hay forma de pararlo. No importa que esas tesis estén en fase de estudio, que no sean del todo científicas o que no haya mucho consenso entre los entendidos… el pánico viaja a velocidad de la luz y eso provoca que gritemos en silencio o exijamos públicamente una solución ante ese apocalipsis. Y los poderosos ofrecen una suerte de contrato social a los ciudadanos para aplacar ese desastre que se avecina. “Os exigimos sacrificios a cambio de frenar el cataclismo”. Y de forma gregaria, aceptamos. Nos convertimos en un rebaño. No hay casi rebelión. Damos por bueno que el análisis de la futura hecatombe humanitaria es correcto, y nos arrodillamos ante las medidas que deben frenar ese hipotético desastre.
Por eso, como dice el escritor Michael Crichton: “El reto más grande al que se enfrenta la Humanidad es distinguir la realidad de la fantasía, la verdad de la propaganda”.
–¿Qué tipo de bárbaros hay entre nosotros?
–Hay tres tipos de bárbaros que se auxilian entre ellos. Los primeros son los bárbaros de la izquierda reaccionaria y nacionalistas supremacistas que aspiran a deconstruir la sociedad para alumbrar una nueva. Y para ello necesitan una población sumisa y distraída. Los segundos son los bárbaros-globalitarios que estarían representados por Soros y Bill Gates y que quieren individuos cada vez más frágiles, subordinados y con adicciones, y para ello impulsan el desmantelamiento de la familia, favoreciendo su desestructuración y división. Ellos quieren sacar un buen rédito económico de una población con necesidades de consumo y poca capacidad de ponerse límites. Y, por último, estarían los bárbaros-cobardones que no soportan vivir fuera del calor de la tribu, y que ni se plantean abrazar aquellas causas que los puedan señalar como peligrosos para el consenso que deciden los nuevos clérigos.
– ¿Cómo es esa telaraña diabólica construida por los bárbaros y que nos somete?
– Los bárbaros llevan décadas construyendo esa telaraña diabólica que tiene como finalidad controlar las mentes y las acciones de los ciudadanos. No lo hacen a lo bruto, al estilo nazi o soviético, imponiendo una dictadura violenta y atroz. No. Es todo más sutil. El filósofo Augusto del Noce considera que “el nuevo totalitarismo está tan perfeccionado que no necesita de persecuciones físicas ni campos de concentración”.
Esta telaraña de los bárbaros tiene siete pasos para dominar a la población y perpetuarte en el Poder:
Primero: Llénalos de distracciones. Si logras que los ciudadanos estén entretenidos, sepultados por una avalancha de informaciones intrascendentes, consumiendo horas y horas de televisión, y poniendo su atención en vídeos tontos de TikTok, memes de Whatsapp y chismorreos de Instagram y Facebook… se creerán capaces, aunque no tendrán tiempo para nada más.
Segundo: Mételes miedo. Genera pánico. Fíjate en los corderitos. Cuando el pastor grita “¡qué viene el lobo!”, los animalitos corren como locos a refugiarse en el establo. Los humanos somos iguales que esos borregos. Buscamos protección ante una catástrofe, y si el Poder nos ofrece esa seguridad, aceptamos cualquier sacrificio que nos pida.
Tercero: Crea las condiciones para que se censuren. Lograrás un gran éxito si una buena parte de los ciudadanos se convierten en policías del pensamiento y acusan a otros de comportamientos incorrectos, amenazándolos con expulsarlos de la tribu.
Cuarto: Crea enfrentamientos. Hombres contra mujeres, negros contra blancos, zurdos contra diestros, proletarios contra capitalistas… que haya tensión y clima de lucha permanente.
Quinto: Controla a la población con un sistema de crédito social. Copia a los chinos. Ellos han conseguido un sistema que combina sanciones con recompensa, obligando a un comportamiento que facilita un control casi total. Es un autoritarismo casi invisible.
Sexto: Subvenciona a los medios. No hace falta que tengas la titularidad de sus cabeceras, simplemente cómpralos con ayudas y subvenciones, y te asegurarás su lealtad.
Séptimo: No discutas; ese debate ya está perdido. Cada vez que salte un escándalo no dediques mucho esfuerzo a defenderte.. Entierra ese alboroto ofreciendo nuevas distracciones y noticias. Oblígalos a que hablen de otros temas…
Ah, y por último, los bárbaros saben algo muy importante: apenas tienen resistencia. Sus adversarios se quejan mucho, pero delegan siempre su responsabilidad de combate en otros. Son inofensivos…
– Usted afirma en su libro que los medios dominantes están en crisis y su audiencia se resiente. También señala que esos medios no son creíbles…
– Es así. Esos medios tradicionales tienen tantos peajes que pagar, y tantos compromisos que cumplir, que al final ejercen más de relaciones públicas que de altavoces incómodos para el poder. Tienen tanta dependencia con las ayudas que les brindan los políticos y el gran capital, que no tienen más remedio que plegarse a lo que le dicten. No son libres, y los lectores acaban huyendo a otros altavoces, quizás más pequeños, pero más auténticos.
– ¿Debemos ser “inactuales” como decía el maestro Chesterton?
– Un amigo venezolano me decía que hace una década, cuando el peligro totalitario era cada vez más evidente en su país, sus amigos no paraban de repetirle: «Aquí no puede pasar; aquí es imposible que pasen esas cosas», pero esas cosas pasaron. Y me temo que en España estamos con la misma cantinela: «Aquí no puede pasar», pero está pasando. Y los bárbaros que nos gobiernan están tranquilos, muy tranquilos, sabiendo que su hoja de ruta se va a cumplir ya que no tienen a casi nadie enfrente que ponga pie en pared. Saben que somos inofensivos. Nos quejamos mucho, protestamos, criticamos e incluso amenazamos con hacer algo que no cumpliremos… pero al final delegamos nuestra responsabilidad de combate en otros. No damos la batalla, y el camino para extender el mal lo tienen libre…
– ¿Qué debemos hacer?
– Hemos llegado a esta situación de colapso político, y de estar al borde del precipicio como sociedad, por la suma de miles y millones de micro-cobardías de todos nosotros. Hemos creído que con votar cada cuatro años y quejarnos en voz alta, ya cumplíamos el papel de buen ciudadano. Y delegábamos nuestra responsabilidad en otros: en los políticos, empresarios, académicos, periodistas, obispos… Einstein decía que «el mundo es un lugar peligroso para vivir; no por las personas malvadas, sino por las personas buenas que no hacen nada al respecto». Es hora de despertar y convertir esas micro-cobardías, tan común en nosotros, en micro-valentías, para revertir esta situación.
– Nos llama a combatir, pues…
– Mire, decía Chesterton que «el verdadero soldado no lucha porque odia lo que tiene delante, sino porque ama lo que tiene detrás». Es necesario que despertemos de esta permanente distracción en la que estamos metidos, y que combatamos a los bárbaros que quieren quitarnos lo que más amamos. Está en juego que nuestro estilo de vida sea destruido y sustituido por la promesa de un supuesto Paraíso que solo nos va a llevar al infierno en la tierra.
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