Algunos de los asaltantes del Capitolio el 6 de enero de 2020 /EFE
Algunos de los asaltantes del Capitolio el 6 de enero de 2020 /EFE

Dentro de poco, se cumplirá el primer aniversario de la muerte del insigne filósofo conservador británico Roger Scruton. Él, siempre contaba cómo se dio cuenta de manera un tanto visceral, por así decirlo, de que era un conservador. Fue durante las revueltas callejeras de Mayo del 68 en París. En medio de tan grotesca escena en la que los hijos de la nueva burguesía francesa atacaba a policías, hijos de la verdadera clase obrera. Scruton se dio cuenta de que, a diferencia de la opinión pública en general, él estaba con aquellos policías y no con las turbas. Es decir, que estaba con la Ley y el Orden frente a turba revolucionaria cuyo único fin era la destrucción, el caos y el juego de un adolescente tardío.

Algo análogo, aunque salvando las distancias y la coyuntura histórica, me ocurrió ayer cuando vi lo que ocurría en el Capitolio. Mientras que los que han hecho de Trump una suerte de semidiós se jactaban de lo que estaba ocurriendo, yo sentía nauseas. Decían: “A veces solo a través de la fuerza se pueden lograr nuestros objetivos”. Pues eso, nauseas. En esta modernidad líquida en la que las lealtades naturales a la patria, a la familia o a la comunidad viven una seria erosión, la lealtad sin fisuras a un personaje carismático acaba siendo lo normal. Pero, lo peor de todo, es que han creado un Trump hecho a su medida en internet. Un Donald Trump que iba a luchar contra una conspiración de demócratas pedófilos y luego, tras dar un golpe de Estado, hacerse proclamar dictador. Evidentemente, esto ha tenido siempre más poso de chanza que de realidad pero, muchísimos se lo han creído de verdad y Trump ha jugado tanto con ello que ha acabado por destruirle.

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Cierto es que los que ayer asaltaron el Capitolio fueron unos pocos frikis conspiranoicos que no representan para nada a la base republicana y que, han encontrado en Trump una causa que dé sentido a sus vidas en este mundo que deja a tanta gente atrás. Pero, Trump tiene gran parte de la culpa de lo que ayer ocurrió.

Primero, por dar falsas esperanzas a su gente. Por mentirles descaradamente con que iba a demostrar el fraude mientras se le acababan todas las salidas posibles. Segundo, por pretender que el Vicepresidente Mike Pence se saltara la Constitución y calificarle por twitter de “traidor” cuando la cumplió ¿es Trump el culpable de todo esto? No, directamente, pero sí indirectamente. Ayer demostró que no tiene la talla de un estadista. Que se dejó llevar por sus pasiones y su propio mito megalómano en lugar de prever que una situación así podía ocurrir. Trump ha querido que todo el mundo se hunda con él. Ha faltado, como sucedía en la Antigua Roma, alguien que le susurrara al oído “Memento Mori”. Recuerda que morirás.

La laxidad de la seguridad del Capitolio es evidente. Algunos dirían que sospechosamente laxa. Pero eso no significa, como creen algunos, que haya sido un acto de falsa bandera. Últimamente, está muy de moda apelar a esto cuando a lo largo de la Historia, muchas veces, las cosas han ocurrido por la propia deriva de los acontecimientos. Esto no ha sido ninguna infiltración de grupos Antifa entre los manifestantes trumpistas como algunos dicen para poder sacar a relucir su chivo expiatorio y no admitir que Trump se inmoló ayer. Siempre ha existido una extrema derecha conspiranoica en EE. UU. con tendencia a ser y actuar como turba. Quien conoce la Historia de ese país, lo sabe.

Pudo haber habido fraude pero no se ha demostrado aún absolutamente nada que lo certifique. La verdad se sabrá en unos años, pero no ahora. Esa es la realidad y no puedes poner en peligro a la República por ello

Son los mismos que intentaron asaltar la residencia de George Washington en Filadelfia liderados por Guizot y, a escondidas, por Jefferson. Son los mismos que linchaban a personas negras en el Sur ya fuesen ataviados o no con las túnicas del Klan. Son los mismos que se enfrentaron a la policía de Atlanta en los 60 porque querían matar al Doctor Luther King. Son los mismos que se atrincheraban en cabañas de Montana con fotos de Thomas Jefferson mientras creían hacer la “Segunda Revolución Americana”. Estos grupúsculos han existido siempre en ese país aunque nunca han sido, ni mucho menos, mayoritarios. Pero, cuando les alientas, hacen cosas como las ocurridas ayer o peores.

Ahora bien, esto no quiere decir que los votantes de Trump sean todos así y que las élites político-mediáticas tengan razón. Ni mucho menos. Para empezar, porque lo de ayer fue la minoría de una minoría. Es así. La rabia de todos los manifestantes pacíficos está justificada. Con sus muchas deficiencias, ellos sentían que Trump era el único que les escuchaba. El único que estaba limpio de la corrupción de D.C. y que, a priori, no estaba comprometido con todos los dogmas de la Sociedad Abierta liberal-progresista. No obstante, Trump les ha mentido a la cara por no decirles la realidad: que él no seguirá siendo el presidente de los Estados Unidos. Pudo haber habido fraude pero no se ha demostrado aún absolutamente nada que lo certifique. Y no creo que todos los jueces de ese vasto país sean “globalistas peligrosos”. La verdad se sabrá en unos años, pero no ahora. Esa es la realidad y no puedes poner en peligro a la República por ello.

Estados Unidos cada vez me recuerda más a lo ocurrido con la República Romana. Primero, las élites dejaron de creer en el ser de esa República en aras del enriquecimiento personal y los placeres mundanos. Luego, empezó la división cada vez más grande entre ricos y pobres que hace imposible el buen funcionamiento del sistema republicano. Después, la gente, al ver que las élites del país se olvidaban del Bien Común, recurrió a personajes carismáticos que les prometían luchar por ellos. Las instituciones republicanas quedaron diezmadas y desprestigiadas por culpa de las élites y, esos personajes carismáticos empezaron a ver en la mera fuerza una herramienta política no solo legítima, sino deseable. El caos y la división es tal, que uno de los personajes carismáticos se impone para restaurar el orden mientras la libertad republicana ha muerto por el camino. Solo quedará en el recuerdo melancólico de unos pocos literatos que sueñan con esa época en la que no existía la tiranía. Época, que llegaron a idealizar en un grado enorme.

Aunque mucho iluminado que tiene un desmerecido altavoz a través de las redes sociales quiere ver a Trump como “Emperador del Universo”, es evidente que ayer el presidente de Estados Unidos pudo poner en peligro esa preciada República. No solo por montar el espectáculo que montó delante del Capitolio que dio alas al lumpen siempre presente. La realidad es que, quien dio la orden de movilizar a la Guardia Nacional fue el vicepresidente Mike Pence, no el presidente Donald Trump. Esto era inconstitucional, pues no entraba en las facultades del vicepresidente, pero la excepcionalidad necesita de medidas excepcionales y, ayer, Mike Pence salvó a la República. Al menos por el momento. Mientras, Trump no tenía intención de hacer nada y solo salió pidiendo calma tras saber de la orden de Pence. El Gobierno Federal está desquebrajado. Normal, después de que el presidente de EE. UU. llamara “traidor” a uno de los vicepresidentes más dóciles de la Historia del país. Si China quiere lanzar un ataque preventivo contra Estados Unidos, este es el momento oportuno, ciertamente.

En verdad, es una pena. Las imágenes de ayer pasarán a la Historia como el fin de Donald Trump. Una gran mancha final en una presidencia, por lo general, bastante buena. Todo lo de ayer podía haberse evitado si el magante neoyorquino no fuera tan sumamente egocéntrico y tuviera tan poca talla de estadista. Podía haber concedido la victoria hace un mes mientras seguía promoviendo la investigación por el fraude. Sin embargo, ha decidido inmolarse y dañar al conservadurismo estadounidense con él.

Trump, se supone que sería el presidente de la “Ley y el Orden” pero, no tuvo las agallas de desplegar al ejército mientras el país ardía por los secuaces de Black Lives Matter ni las tuvo ayer para frenar a los conspiranoicos neoconfederados que han visto en él una suerte de mesías. Por suerte, la primera línea del conservadurismo estadounidense se lamentó rápidamente de lo ocurrido y se apartó de Trump. Es el momento de que todos nos apartemos de Trump. Uno de sus lemas de campaña fue “Trabajos, no turbas” pero, su presidencia llega a su fin con un “Turbas, no trabajos”. Adiós Donald. Fue bonito mientras duró pero tu narcisismo te ha matado.

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