Hay un ciclo en política en el que todo parece ir a favor de obra. No hay más que recordar el primer Podemos, el que deslumbró en las elecciones europeas de mayo de 2014. En diciembre de ese año, el partido de Pablo Iglesias era, según el CIS pre-Tezanos, el primer partido de España en intención de voto. Ese fue su momento para haber acabado con la democracia española, tal como la conocemos. Pero las elecciones generales esperaron a que Podemos demostrase, desde el poder local, su incompetencia, sectarismo y afición por vivir del cuento.
Pedro Sánchez también tuvo un ciclo virtuoso, en el que todo parecía salirle bien. Ya ni nos acordamos de ello. Ahora, el efecto de sus golpes de efecto, como la destitución del ex confidente de Sánchez, Iván Redondo, no dura ni 24 horas. Sánchez aguanta en un gobierno que es el ‘pim pam pun’ de sus apoyos políticos y de los intereses políticos y económicos que le mantienen y condicionan. No tiene una sola iniciativa política exitosa. No es capaz de vender ni la recuperación económica, aunque sea el rebote del mayor batacazo económico de la democracia española. Sus apoyos mediáticos le respaldan sin fisuras, pero la desesperación ha sustituido al entusiasmo, aunque se mantenga el histerismo.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraPablo Casado observa desde la barrera cómo el morlaco se tambalea de lado a lado. Y espera que cualquier eventualidad, una crisis financiera (o unos precios de la energía disparados), le propine la estocada final. También quiere dar la vuelta al ruedo, con las dos orejas en la mano, y el rabo si se tercia. Pero no acaba de hacer la faena. Quizás no lo necesite. Las encuestas le colocan ya a las puertas de La Moncloa, con el permiso de Vox. Un permiso, todos lo saben, que Vox no puede negarle.
Yo puedo considerar que la de esperar y ver es una estrategia de corto alcance, arriesgada de tan prudente que parece. Pero lo que me ocupa en este momento no es eso, sino el sorprendente espectáculo que está ofreciendo su partido a causa del liderazgo de Isabel Díaz Ayuso.
Ese liderazgo, en Madrid, es indiscutible. Si alguien hubiera concebido la loca idea de ponerla en duda con un candidato alternativo a liderar el partido en la región, todavía Génova, 13 tendría que salir a desmentirlo con claridad y celeridad sin máculas. Y Pablo Casado debe presumir en público, ya lo hace en privado, de que fue él quien situó a Ayuso donde está, contra el criterio de casi todos. Y presumir de que el éxito de la presidenta de Madrid es también el suyo, aunque sea en parte. El PP iba clavándose despaciosamente esta daga en la espalda, cuando Esperanza Aguirre, en una entrevista concedida al diario El Mundo, ha empezado a menearla con el filo ya ensangrentado.
Díaz Ayuso parece darse por aludida. En unas palabras concedidas a EsRadio, ha dicho que ella es partidaria de las carreras políticas breves pero “explosivas”, eficaces. Transformadoras, diría si fuera de izquierdas. Pero que para ello necesita el apoyo del partido, dice, como si no lo tuviese.
Y esa es la clave. La carrera política de Isabel Díaz Ayuso está escrita de aquí a 2027: Será la presidenta de la Comunidad de Madrid. Esa debe ser su meta para el próximo lustro largo, aprovechar este ciclo virtuoso y salir antes de que todo empiece a salirle mal. Y acompañar a Casado, y que éste le acompañe, en sus proyectos respectivos. Y cuando salga de la Puerta del Sol… entonces nos acordaremos de que en su momento el espacio hizo de plaza de toros.