Yo tenía poco más de 2 años, cuando la banda terrorista, ETA, mató de dos tiros en la cabeza a Miguel Ángel Blanco. Ni 30 años tenía ese joven concejal del Partido Popular, cuando sus verdugos determinaron que no merecía vivir. Ese crimen fue el principio del fin. El fin del blanqueamiento social del terrorismo. España abrió los ojos. Ellos no buscaban combatir los últimos coletazos del franquismo, querían instaurar un nuevo régimen del terror. Y por ahí no íbamos a pasar.
En mi casa no se hablaba mucho de eso, la política en general no llamaba especialmente la atención de mis padres. Vivíamos en un pueblo de Cádiz, y si desde Madrid había un trecho considerable, desde San Sebastián ya ni te cuento. En el sur de España no pasaban estas cosas… ¿o si?.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraRecuerdo un día estar ordenando viejos periódicos en casa con mi madre, cuando comenzó a hablarme de su amiga Ascen, compañera de pupitre en el colegio. Después de contarme mil peripecias de su adolescencia, me enseñó una foto del periódico. Era Ascen con su familia. La habían matado de un tiro por la espalda junto a su marido, Alberto Jimenez-Becerril, concejal del PP. El periódico no tenía más de 3 o 4 años y Sevilla estaba a poco más de 100 km de mi casa. “¿Por qué mamá?”. “Porque hay gente que solo vive para el odio”. Ella no entró en detalles, yo no quise preguntar.
Todo pudo haberse quedado ahí, pero no fue así. Tiempo después sería mi tía Elisa, la que me propondría, en un caluroso verano sevillano, ir a una manifestación. Mi respuesta fue automática: “¿Manifestación? No no, que ahí solo va la gente a quemar cosas”. En aquel entonces, las únicas manifestaciones que yo había visto eran huelgas de trabajadores, con quema de neumáticos y carreteras cortadas, y desde luego yo no quería formar parte de eso. Pero mi tía insistió “Es una manifestación por la paz, por el fin de ETA”, me dijo. Y allá que fuimos con las manos pintadas de blanco. “No estamos todos, falta Miguel Ángel”. Sí, se referían a ese joven concejal del PP. El espíritu de Ermua había llegado a Sevilla, y estaba marcando la vida de una pequeña gaditana.
Fue poco después de esa manifestación, cuando hubo un nuevo atentado de ETA. De este sí que me acuerdo. En aquella ocasión la víctima no era del PP, sino del PSOE, un joven de 25 años que “por suerte” solo perdió la pierna izquierda con la bomba lapa que le pusieron en el coche. Eduardo Madina nunca dejó que el miedo le dominara, y siguió adelante en la política. El terrorismo había fracasado con él, cuando más que apartarlo del panorama político, lo convenció para comprometerse a un nivel mayor. Dos años después sería diputado nacional por Vizcaya y desde su escaño vería como a los culpables le caían 20 años de prisión.
Como millennial nacida en los años noventa, el espíritu de Ermua marcó fuertemente mi vida, me hizo abrir los ojos: Se puede morir por las ideas, pero nunca matar por ellas. En esta vida hay que mojarse y dar un paso al frente, aunque eso suponga ponerte en el centro de una diana. Miguel Angel Blanco dio ese paso hacia la libertad y su valentía consiguió que todo un país dejara de mirar a un lado, ante los crímenes de terrorismo, para ponerse en frente de ellos.
“El coraje no es la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre él. El valiente no es quien no siente miedo, sino aquel que se atreve a conquistarlo” (Nelson Mandela).
Tan pronto como tuve edad para hacerlo, me metí de lleno en la política. No necesariamente en partidos, sino en cualquier agrupación de personas comprometidas y con valores, dispuestas a trabajar por el bien común. Quería hacer que las cosas cambiasen, que el mal diera un paso atrás, que el silencio de los buenos no terminarse por inclinar la balanza. El día que un grupo de amigas organizamos una manifestación por el centro de Sevilla – como no podía ser de otra forma, en defensa de la vida -, sentí que el círculo se cerraba, y que algo grande comenzaba a rodar.
De una forma u otra, nunca he dejado la política, y tampoco tengo intención de hacerlo. En el lugar donde vivo ahora me cruzo, día sí y día también, con placas en recuerdo de las víctimas de ETA, en los lugares en los que fueron asesinados. A día de hoy sigue habiendo 378 crímenes sin resolver, y muchos se empeñan en decir que es cosa del pasado. No señores, el pasado es volver a blanquear el terrorismo, y por ahí si que no voy a pasar. Por Ascen y Alberto, por Miguel Angel, por Eduardo, y por todas aquellas personas que tuvieron que dar su vida, para que España dijera ¡Basta!.