¿Vivimos una era del odio? Rodrigo Lloret, desde las páginas de Perfil, así lo aseguraba hace casi un año. El sociólogo lo achacaba al Covid, sin mayor prueba. Tantea el uso de las redes sociales, y tiende un hilo invisible entre ellas y el odio. Acaso el mundo autorreferencial de las redes sociales, o su capacidad de convertirse en cámaras de eco nos lleven a afilar nuestro perfil ideológico, a podar nuestros matices. Y convierta el debate público en un baile de afilados cuchillos. Eso sugiere Lloret, y no faltan estudios sociológicos que lo sustenten. Con todo, me parecen razones insuficientes.
Sí parece que vivimos una era de malos sentimientos, como se llamó a la era de enconado partidismo en las presidencias de John Adams y Thomas Jefferson. Entonces, los republicano-demócratas abominaban de las leyes de Adams que violaban los derechos individuales. Y los federalistas de Adams temían que los afrancesados de Jefferson impusieran el terror revolucionario en el país. Ambos bandos veían en el contrario una amenaza a la república y a la propia vida.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraEn cierto sentido, esta era de odio resulta paradójica. España, pese a las diferencias ideológicas propias de cualquier democracia, estrenó la suya con cierto aire de esperanza. La dictadura era cada vez más extemporánea, y los españoles volcaron sobre la democracia todas sus esperanzas de progreso. Pero ha sido la propia democracia la que ha favorecido este encono.
Ahora, las raíces de ese odio parecen ser ideológicas, como las de la era de los malos sentimientos. Ahora, esas raíces son muy otras. Es difícil ver en lo que llamamos la derecha una ideología de oposición necesaria dentro de la sociedad, ya que por lo general entiende que hay mucho más en común entre los individuos de una comunidad política que lo que les separa. Y entiende, con alguna excepción, que las diferencias entre personas se pueden solventar la mayoría de las veces con un amplio margen de libertad sustentado en instituciones comunes.
No ocurre así en la izquierda. Las ideas de Karl Marx han quedado para la arqueología del pensamiento económico, pero quedan dos concepciones generales: que hay una oposición dentro de la sociedad que es irresoluble, y que la única solución a ese conflicto interno necesario es la destrucción de la propia sociedad por medio de una revolución. Este esquema ha pasado de la economía a la cultura, y de las clases sociales al mosaico de identidades que, como las células, se multiplican al dividirse.
John Adams y Thomas Jefferson mantuvieron una larguísima correspondencia, en la que se cultivó una bonita amistad. La relación terminó el día de la muerte de los dos antiguos enemigos, el 4 de julio de 1826, cuando se cumplían exactamente 50 años de la Declaración de Independencia que había escrito la pluma de Thomas Jefferson. Esa amistad fue posible porque los dos vivieron en una sociedad que compartía muchos consensos. Ahora vivimos en una sociedad que destruye los consensos, y con ellos las bases del entramado social. Y ahí también está el origen de la actual era de los malos sentimientos.