Hace unos días terminé La era del enfrentamiento del historiador francés Christian Salmon. Continuación de su anterior obra, Storytelling, en la que nos mostró la eficacia de las historias para influir en la publicidad y en la política, en esta nuevo libro nos explica el cambio de rumbo surgido en los últimos años en los que el abuso del storytelling ha llevado al descrédito a la palabra pública, las redes sociales han sustituido a los parlamentos y el debate público ha sido desplazado por una bronca permanente que se revela como única forma de captar la atención de los votantes.
No puedo estar más de acuerdo con Salmon en la forma en la que describe la degradación y el carácter destructivo de la política actual. Es una pena, pero los estadistas han sido desplazados por los spin doctors y los políticos dedican mucho más tiempo y energía a la conquista y conservación del poder que en la búsqueda del bien común.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraEn lo único que no estoy de acuerdo con el autor es en cargar a Trump y al resto de la derecha alternativa con el mochuelo de habernos traído esta forma de hacer política. Sin duda, la filiación izquierdista del autor, reconocido columnista de Liberation, le hace pasar por alto que ha sido precisamente la izquierda la que inauguró la era de enfrentamiento actual que actualmente padecemos.
La caída del muro de Berlín sumió a la izquierda en una profunda depresión ideológica. Los felices años noventa fueron los años de la moderación. Los partidos socialdemócratas y los del centro derecha aproximaron sus posiciones de tal forma que era prácticamente imposible distinguir las políticas del partido laborista de Tony Blair de las de los conservadores españoles de Aznar.
La izquierda necesitaba nuevos sujetos revolucionarios. Y a falta de uno, encontraron varios
Pero la izquierda no se iba a dar rendida tan fácilmente y redefinió su discurso. De la mano del partido de los trabajadores del convicto Lula, la izquierda se reorganizó en Sao Paulo y reformuló su estrategia. Marx se había equivocado mucho. El capitalismo no solo no había empobrecido a los obreros, sino que los había hecho prosperar. Y en vez de hacer la revolución, a lo único que aspiraban era a mejorar sus condiciones de vida y convertirse en pequeños burgueses.
La izquierda necesitaba nuevos sujetos revolucionarios. Y a falta de uno, encontraron varios. Los homosexuales, los indígenas, las mujeres, las personas “racializadas”, los defensores del medio ambiente, los represaliados por las dictaduras, los miembros de minorías nacionales. Todo aquel al que se pudiera convencer de que el sistema le debía algo podía ser sumado a esa gran mayoría social que los pedantes profesores de la complutense llaman hegemonía.
En España, Zapatero fue el primero en comprenderlo. Y apostó sin dudarlo por apoyar a todos esos colectivos. Fue entonces, a partir de 2005, cuando ya habían pasado 30 años de la muerte del dictador, cuando la memoria histórica se convirtió en una de las prioridades de nuestros políticos. Y ahí seguimos, 15 años después, viendo a nuestros políticos sacar nuevas leyes para reparar a las víctimas del franquismo, asunto que, al parecer, es más urgente ahora que en los años 80. Zapatero fue también el que promovió la ley de matrimonio homosexual y la Ley de Violencia de Género. Y el que promovió la desdichada reforma del Estatuto de Cataluña que fue la antesala del interminable proceso independentista de Cataluña.
Ha pasado casi una década de la salida de Zapatero del Gobierno y la izquierda sigue anclada en los mismos temas. Pretende sacar adelante una nueva Ley de Memoria Histórica, esta vez llamada Memoria Democrática, sin que sepamos que ha cambiado en diez años para que haya que retomar el tema con tanto entusiasmo. Y el gobierno prepara nuevas leyes para mitigar el sufrimiento del colectivo LGTBI o de las mujeres.
Desde luego, ninguna de estas cuestiones responde a los problemas más acuciantes que sufrimos los españoles, pero tienen todas algo en común: son cuestiones identitarias y que tienen una importante carga emocional. Y es que de lo que se trata es de estimular emociones en los diferentes colectivos con los que la izquierda pretende construir una mayoría electoral que le permita mantener el poder en España durante los próximos 25 años.
Y mientras tanto, Pablo Casado y Teodoro García Egea, tratan de replicar la estrategia de la moderación que llevó al PP al gobierno en los benditos noventa, la era de la gran moderación.
Si leyeran La era del enfrentamiento, se darían cuenta de lo equivocados que están.