La cultura de la muerte avanza de manera inquietante.
La cultura de la muerte avanza de manera inquietante.

El hombre estaba subido a la balaustrada de la azotea de su casa. Llevaba allí subido, a un paso del abismo que representaban los 8 pisos del bloque de vecinos donde vivía, ya hacía al menos media hora. El portero de la finca de enfrente le vio subirse a la barandilla de la azotea. Se puso muy nervioso y llamó al 112. “Por favor vengan a la calle Sánchez Palmero 28. Hay un hombre en la azotea y es un octavo”.

Llegó primero la Policía Municipal, después, la Nacional. Ya se habían arremolinado numerosos viandantes que conforme veían gente mirando hacia arriba, también miraban ellos y quedaban enganchados a la situación. El Sargento Garmendia de la Policía Nacional, ya había lidiado varias veces con asuntos de este tipo, y como tenía la mayor graduación de todos los efectivos que había allí, tomó el mando de forma inmediata y automática. “Martínez, haga con la Municipal un perímetro de seguridad y manténgalo. Llame también a los bomberos, que se espabilen”, y Martínez lo vio alejándose hacia el portal 25 de esa calle, que es donde estaba el presunto suicida. 

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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El Sargento Garmendia encontró fuera del portal al portero de la finca y le pidió que le acompañase a la azotea. Pablo Garmendia ya había manejado tres intentos de suicidio, dos en un edificio como al que estaba subiendo y uno en Entrevías. Sabía que era peligroso, que la gente cuando está desesperada hace estas cosas. Siempre eran problemas de autoestima o ruinas económicas y en general por la maldita soledad en la que vivimos actualmente.

Francisco Echévarri, Paco para los amigos, de 58 años cumplidos, estaba encima del poyete de la balaustrada que daba al vacío de la calle Sánchez Palmero, donde vivía. Iba elegantemente vestido. Paco padecía una depresión crónica, ya en tratamiento, no solo medicamentoso sino también psiquiátrico. Todo empezó cuando su mujer, Martina, después de 15 años sin poder tener hijos, una mañana, mientras él iba al Banco a trabajar (era el Director de la agencia de uno muy conocido), le limpió la cuenta y se marchó para siempre. 

Paco entró en una depresión con síntomas no solo mentales y psicosomáticos: cansancio, dolores intestinales, una angina de pecho y diabetes tipo2. Decía que no quería vivir más y que quería suicidarse. Le concedieron la invalidez parcial, dejó su trabajo y vivía en su piso con la magra pensión del Estado en espera de la jubilación anticipada.

Una vez se tomó todos los psicotrópicos del mes en una noche con una botella de Coñac, pero lo único que pasó, es que su hermana lo encontró por la noche, después de que no contestase a ninguna llamada, en coma encima de su cama. Hospital, lavado gástrico, etc… Y bronca de la hermana.

Y, “regarde oú”, de pronto, se aprobó la Ley de Eutanasia y Suicidio asistido. 2021. Y Paco se dijo, está la mía. Fue a su médico, y solicito el suicidio asistido. Consultaron a sus médicos, pero no había nadie que pudiese medir el sufrimiento de una enfermedad psíquica como la de Paco, sólo la posible empatía que pudieses tener con él, pero eso no daba ninguna cifra ni se ajustaba a cánones de medición que se usan con enfermedades físicas. Al final, sin poder comprobar si se habían agotado las posibilidades de tratamiento psiquiátrico, Paco fue a un Juez y demandó su derecho al suicidio asistido que le prometía la Ley 3/2021 de 24 de Marzo. El Juez le dio la razón, y los médicos tuvieron que asistirle. Se decidió por pastillas, que le proporcionaron, pero en el último momento, tuvo miedo y lo pospuso. Los médicos se fueron y se quedó solo en casa. Ya vestido para morir. Frustrado por su miedo, se subió a la azotea y allí quedó pensando si se tiraba o no.

El Sargento Garmendia accedió a la azotea por una puerta que ya estaba abierta, casi seguro, por Paco. Le pillaba por detrás. Por eso, lo más bajo que pudo, le pidió al portero, que permanecía detrás de él, “vaya Vd. a por mi compañero”. Al portero se le escapó a viva voz un “¿Qué?”. Paco los oyó, volvió la cabeza y perdió el equilibrio. Gritaron en la calle y gritaron en la azotea. “No te muevas, por favor”, dijo el Sargento. 

“¿Cómo te llamas?”, “no se acerque o me tiro ahora mismo”. “Yo, me llamo Pablo, ¿y tú?”. Pasaron unos 4 o 5 segundos que parecieron horas. “Paco”, dijo. 

“Paco ¿porque quieres tirarte?”.

“Es muy largo de contar, pero estoy sufriendo mucho”.

“¿Por qué?, dijo Pablo” (el caso era ganar tiempo),

“Ya no viene al caso. Pedí el suicidio asistido, un juez me lo concedió y no he sido capaz de hacerlo. Se acaban de ir los médicos, me siento peor que nunca y me voy a tirar a la calle. Quiero morir ya”,

“pero sea razonable”, dijo Pablo…

“Vd. que sabrá”, “Si me lo impide lo denunciaré por ir en contra de la decisión de un juez”. Pablo dijo,

“Pero Paco, el suicidio asistido no es tirarse a la calle, se hace con médicos, con inyección autoaplicada o con pastillas, no así”.

Paco le dijo, “mire Vd., si me impide suicidarme, le voy a llevar ante un juez, seguramente entre medias, yo me suicidare con todas las de la ley, pero Vd. va a estar con abogados y juicios hasta que las ranas críen pelo”. “Así que, váyase de una vez y déjeme en paz”

Pablo Garmendia pensó “Caramba, esto no me había pasado nunca”, “Vengo a jugarme la vida por él y me amenaza”. “No quiero líos ni con la justicia ni con la Policía. Mi familia es antes que este individuo”. “Si lo salvan los bomberos, estupendo, he hecho lo que tenía que hacer y punto”, “interpreto que hago mi papel y a casa”.

De pronto oyó, ¡Adiós! Y Paco desapareció hacia abajo. Cuando se asomó, el griterío de la gente era brutal, Paco había caído encima de un banco de madera con respaldo, su cuerpo prácticamente se había partido en dos, la sangre a litros y algunas de sus vísceras desparramadas por el suelo. Los bomberos estaban entrando en la calle. Nadie podrá olvidarlo.

Así como la mayor parte de los abortos en España, antes y ahora (más antes, pero también ahora en los abortos fuera de plazo), se producen por enfermedad psíquica grave de la madre (cosa que nunca se va a poder probar), la evolución mundial de la Eutanasia es hacia la extinción de los enfermos psíquicos, bien por Eutanasia activa o por Suicidio Asistido. Nunca se podrá probar cuanto y como sufren estos enfermos, ni podremos medir su sufrimiento como se hace en una enfermedad física, ni nunca sabremos como su consentimiento es verdadero o mediatizado por su enfermedad. 

No son enfermos que vayan a morir en un plazo inmediato, como se podría predecir en un cáncer o en una enfermedad neurológica terminal (ELA, etc..). Los familiares que tengan concedida su tutela judicial, podrán pedir para ellos la Eutanasia. Presumiblemente, estos enfermos, van a ser masacrados por una sociedad que no es capaz de darles el tratamiento, el acompañamiento y el amor que necesitan. Los van a matar para que no molesten a nadie y no gasten presupuestos que se “desperdiciarían”. Y le llamaran UNA MUERTE DIGNA.

En Canadá y en Holanda ya hay organizaciones que opinan y están luchando por poder practicar la Eutanasia a personas sanas. Hay una pareja que vive en Canadá, en la que el marido está enfermo y su mujer, que no lo está, nos ha dicho: “Si mi esposo se va, yo también me iría al mismo tiempo que él”. Esto constituye un problema para nosotros y probablemente vamos ahora a ir a los tribunales para clarificar esta cuestión, ha declarado a la BBC, Ludwig Minelli, el fundador de la Clínica suiza DIGNITAS, especializada en la práctica de la Eutanasia y del Suicidio Asistido.

Señores, la muerte no para, y va a por todas. Ya no le basta con devorar nonatos, quiere devorar natos y cuantos más mejor. Para qué hablar de solidaridad, amor a la vida, aceptación de la muerte cuando llega, ejemplo de vida y muerte, trascendencia, la vida misma…

Los demás, que no aceptamos la cultura de la muerte, por lo visto, vamos a morir INDIGNAMENTE. Con dolor y sufrimiento, como si no existiesen los “cuidados paliativos” y como si hasta los que piden la Eutanasia no sufriesen hasta que se la aplican.  Y a esto, le van a llamar DIGNIDAD. 

Carmelo Alvarez Fernández de Gamarra, Colaborador de Enraizados

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