Rosa Díez, presidenta fundadora del extinto partido Unión, Progreso y Democracia (UPyD).
Rosa Díez, presidenta fundadora del extinto partido Unión, Progreso y Democracia (UPyD).

Camino del estrado, Rosa Díez iba repartiendo sonrisas a izquierda y derecha. Cuando subió al estrado, un silencio expectante llenó el teatro. Sus últimas palabras dieron paso a un cerrado aplauso.

Había cerrado un breve discurso que hablaba de España, y de la firmeza frente a sus enemigos, con la ley en la mano. No hacía falta más. Todos estaban ahí por eso. Yo, que acudí como periodista para cubrir el acto de presentación de Ciudadanos en Madrid, también estaba allí por eso. Recuerdo que Arcadi Espada terminó, sin alharacas, con optimismo, con un “¡viva España!”.

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Díez era entonces (año 2005), eurodiputada del PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero. Un PSOE que abría grietas a machetazos en el dique de la Constitución. El estatuto catalán partía del principio de que era el pueblo de Cataluña, esa ficción, el soberano dueño de sus leyes. “Aprobaré lo que salga del Parlamento catalán”, dijo el ignaro.

Los parlamentos regionales, como el resto de poderes autonómicos, emanan del Estado. Pero ¿qué iba a saber de esto un profesor de Derecho Constitucional?

Díez abandonó el partido después de creer que éste le había abandonado a ella. Dejó el suculento escaño de eurodiputada. Y creó UPyD. Unión, contra la sempiterna deriva rupturista del PSOE. Progreso, porque era un partido de izquierdas. Y Democracia, porque si ésta triunfaba, fracasarían los enemigos históricos de España. El análisis era bueno entonces, y lo sigue siendo ahora, que un juez ha decretado la disolución del partido, ahogado por las deudas.

Una de las obsesiones de Federico Jiménez Losantos, desde que escribía para las páginas de huecograbado de un periódico que hubo en Madrid, y que se llamaba ABC, ha sido siempre la necesidad de que hubiese un partido democrátrico de izquierdas. Una izquierda española, que asumiese por una vez el principio de la solidaridad y la unidad, y que aceptase el juego democrático. Eso fue UPyD.

Ciudadanos tuvo la oportunidad histórica de convertirse en una izquierda democrática creíble. Pero quiso engullirse al PP. Y no aceptó su responsabilidad histórica de ser el socio alternativo frente a Podemos y a los nacionalistas, y ha arruinado el proyecto.

UPyD era necesaria entonces. Hoy, con un PSOE convertido en una maquinaria puesta al servicio de las infinitas ansias de poder de Pedro Sánchez, lo es aún más.

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