Biden y Trump han firmado sendos decretos indultando a los suyos.
Biden y Trump han firmado sendos decretos indultando a los suyos.

Ayer juró el cargo de presidente de los Estados Unidos (Donald Trump). Su mandato comienza con la peor de las aberraciones que haya padecido la democracia más directa y liberal de Occidente. El presidente saliente (Joe Biden) ha indultado a su hijo y, preventivamente, ha hecho lo mismo con quienes considera que pueden verse afectados por la política del nuevo presidente. Por su parte, Donald Trump, al haber ganado la presidencia, no irá a la cárcel y, como Joe Biden, entre sus primeros decretos ha estado aquel con el que indulta a quienes hace cuatro años asaltaron el Capitolio. La consiga de los dos presidentes es muy clara: la ley es para los demás, no para los “míos”.

Esta forma de obrar es exactamente la misma que vemos en nuestro país. Nos gobierna un presidente gracias a una Ley que amnistía a unos políticos criminales. Presidente que, sin ambages, se ha querellado contra el Juez que investiga a su esposa, usa de coro de sus ministros para poner en entredicho a los Jueces y, en su penúltima maniobra, pretende quitar a los ciudadanos la posibilidad de ejercitar la acusación popular y recusar a los jueces que no sintonizan con sus intereses. Un presidente que ya controla el Tribunal Constitucional, el cual, mansamente, ha puesto en solfa a todos los Jueces de la Jurisdicción ordinaria para beneficiar a los hombres del presidente, a los “míos”, a los miembros del “partido” en el caso “Ere” de Andalucía.

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En los dos casos, el esperpento democrático es el mismo. La arbitrariedad del gobernante suplanta el imperio de la ley. Unos y otros, en los Estados Unidos y en España, están dispuestos a usar la ley en beneficio de sus propios intereses y los de su banda. Unos y otros han perdido totalmente la vergüenza a que la sociedad vea que dictan leyes alineadas con intereses particulares y no con el interés general. Esto, sencillamente, es la muerte de la democracia.

Se piensa, de manera general y equivocadamente, que la esencia de la democracia está en que cada cierto tiempo los ciudadanos pueden acudir a las urnas a elegir a sus representantes. No se suele reparar en la idea de que esta acción puede dar lugar a la tiranía. Si la elaboración de la ley no está presidida por el interés general, si la ley, por estar hecha de esta manera, no gobierna sobre todos (también sobre los gobernantes), inmediatamente, es la voluntad política la que usará la ley como un instrumento para la arbitrariedad de los intereses del líder, del partido.

Los nazis llegaron al poder en una votación muy democrática. Una vez en el poder, el pueblo quedó asimilado con el partido y éste con el líder. En las circunstancias de la Alemania de 1933 y en las actuales la falta de percepción de los ciudadanos es exactamente la misma. En los dos casos, la sociedad no ve el peligro que entraña que los intereses de unos (aún de la mayoría) sirvan para definir el interés general. Y, así, en nuestras circunstancias concretas, se deja de percibir como peligroso el que jamás un gobierno acosado por la corrupción podría dictar leyes relacionadas con la corrupción por estar en “conflicto de intereses”.

Esta falta de sentido de la realidad y de criterio es, verdaderamente, pasmosa. A nadie en su sano juicio se le ocurriría dejar a los presos que redactaran el Código Penal o la legislación penitenciaria. La razón, porque existe un “conflicto de intereses”. Tampoco se dejaría a un Juez juzgar una causa en la que su madre o hermano fueran parte. La razón, porque existe un “conflicto de intereses”. De la misma manera, no se nombraría tutor de un incapaz a una persona que le odiara. La razón, porque existe un “conflicto de intereses”. Los ejemplos se podrían multiplicar hasta el infinito. Ahora bien, cuando se trata del gobierno y de los representantes de los ciudadanos, resulta que se llegan a situaciones como las actuales en las que, efectivamente, los ciudadanos aplauden mientras los políticos legislan en evidente “conflicto de intereses”.

En el caso de España, la situación es bastante más grave que en los Estados Unidos. Ciertamente, lo que han hecho Joe Biden y Donald Trump (absolviéndose, indultando de forma preventiva o efectiva) era impensable en la mentalidad de quienes redactaron la Constitución de los Estados Unidos. No obstante, en aquel país los ciudadanos tuvieron mucho cuidado en no dejarse desarmar frente al gobierno. Es ahora cuando, quizás, quienes niegan el derecho a tener armas por parte de los ciudadanos, entiendan la razón de este derecho. Los ciudadanos siempre han de estar en condiciones de defenderse del tirano.

Pero, en la ‘partidocracia’ española no es así. Los redactores de la Constitución de 1978 pusieron mucho cuidado en dejar desarmados a los ciudadanos frente al Estado (lo mismo que en la ‘dictablanda’ de Francisco Franco) y en que los partidos controlaran los tres poderes del Estado. A los redactores de la Constitución española les debió parecer imposible que un tirano se hiciera dueño y señor del partido en el gobierno y, desde ahí, pusiera al Estado al servicio de sus intereses usando la ley. Con este panorama, con un gobierno que dicta leyes en “conflicto de intereses”, con unos Jueces que, al final, van a estar atados por la “ley” que bendiga el Tribunal Constitucional, el panorama que nos queda por delante es bastante negro. El único instrumento que nos protege a los ciudadanos del abuso del poder es la ley y ésta hoy se usa en España para proteger intereses particulares y de partido.

La tiranía es algo más que posible tanto en Estados Unidos como en España. Donald Trump ha dicho que el Congreso podría aceptar en el futuro que, después de este mandato, él pudiera volver a presentarse. Si esto se produjera, se daría al traste con la norma no escrita desde Washington de que ningún presidente puede estar más de dos legislaturas. En España, por su parte, el presidente del gobierno no se cansa de repetir que no va a dimitir y, aún más, que piensa seguir más allá de esta legislatura. Estas afirmaciones no deben caer en saco roto. Las hacen personas para quienes la ley ya no es ningún límite.

Emilio Eiranova Encinas

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