La frase me vino a la cabeza mientras seguía en televisión hace pocos días cómo un tipo estrafalario, un fantoche, ataviado con unas pieles y un casco con dos cuernos, se fotografiaba en la presidencia del Congreso del país más poderoso del mundo. “Lo que se nos viene encima es muy, muy malo. Y creo que son muy, muy pocos los que se dan cuenta”, pensé entonces.

De fondo se escuchaban las voces –los graznidos, parecían en ocasiones- de los analistas quienes, todos a una, con una uniformidad y una simpleza sonrojantes, nos repetían el catón aquel de que Trump es el malo y Biden, el bueno. Sin matices. No fuera a quedar duda. El nivel de profundidad intelectual de sus comentarios no excedía al de un capítulo de Barrio Sésamo.

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Era todo tan endiabladamente burdo al mismo tiempo que magistral; tan pasmosamente sencillo y, a la vez, tan eficaz; tan evidente y, al mismo tiempo, tan incomprensible para una inmensa mayoría; tan engañoso pero con una apariencia de verdad tan demoledora, que no parecía salido de una mente humana.

En el fondo, esos son los rasgos de muchos de los elementos que componen nuestra era actual. Estamos encantados con nuestra comodidad, con nuestro templado letargo, con nuestra ración de anestesia y con nuestro supuesto Estado del bienestar.

Si hoy le preguntamos a cualquiera que pase por la calle si vivimos en el mejor de los mundos posibles –olvidando por un momento el Covid-, seguramente obtendremos una respuesta muy positiva. Te contestarán que hace tiempo que no hay guerra en el mundo occidental, que tecnológicamente estamos más avanzados que nunca, que tenemos Netflix, que “somos la generación mejor preparada de la historia”, que podemos conseguir casi cualquier cosa a golpe de ratón, que Amazon nos trae la compra a casa y que hemos conquistado unos derechos sociales (aunque seguramente ninguno de ellos se movió del sillón para conseguirlos) como el aborto, el matrimonio homosexual, los métodos anticonceptivos, el amor libre, la planificación familiar y demás. ¿No es éste el mejor de los mundos que podíamos imaginar? Teniendo al Estado del bienestar, que vela amorosamente por nosotros, ¿quién necesita un Salvador como antaño?

Es sólo cuestión de tiempo encontrar el gen de la eterna juventud, porque nuestra fe en el progreso humano es absoluta y ciega

Vivimos en democracias, y las viejas dictaduras han sido prácticamente barridas de la faz de la Tierra. Las nuevas generaciones nos han enseñado que todo se resuelve con el diálogo, que no hay que enrocarse en las ideas del pasado y que ellos son una suerte de seres de Luz que han venido a redimir al mundo de su oscuro pasado. Teniendo a este súper hombre entre nosotros, ¿quién necesita un Salvador?

He hablado con numerosos jóvenes que se muestran absolutamente convencidos de que ya no volverá a haber guerras como las de antes, puesto que su generación ha aprendido a solucionar los conflictos con la tolerancia, el consenso, la pluralidad y la solidaridad. Lo que Sócrates, Platón o San Agustín no consiguieron, ellos sí lo van a alcanzar: una sociedad de paz, comprensión, concordia y entendimiento. Teniendo a Greta y a tantos jóvenes brillantes entre nosotros, ¿quién necesita un Salvador?

Hemos desterrado enfermedades que antiguamente suponían la muerte, como la viruela, la peste o la lepra, y la vacuna del Covid apenas ha tardado unos meses en llegar. La ciencia, a través de las multinacionales farmacéuticas, vela amorosamente por nosotros. Es sólo cuestión de tiempo encontrar el gen de la eterna juventud, porque nuestra fe en el progreso humano es absoluta y ciega. Los científicos se han convertido en los nuevos mesías, y todo lo que ellos afirmen es inapelable y verdadero. Teniendo a la ciencia, ¿quién necesita un Salvador que nos rescate?

La Iglesia ha claudicado, en gran medida, en su capacidad para identificar el Mal y se ha plegado con el fin de buscar el aplauso del mundo. El enemigo ya no es Satanás, Lucifer, el pecado y el padre de la mentira; ahora es el cambio climático (hace poco, una conocida revista religiosa abría en portada con un llamado a la conversión ecológica de las parroquias), las desigualdades sociales, los movimientos neoconservadores o Donald Trump, mientras que Kamala se convierte en el dechado de todas las virtudes para la radio de los obispos españoles. Teniendo esa fe casi ilimitada en el mundo y en la capacidad del hombre para resolver los problemas, ¿quién necesita un Salvador?

Creo que, si existe el Maligno, debe de estar especialmente satisfecho con nuestra era. Su obra es, sencillamente, impecable. Ha hecho creer a una amplísima porción de la población que nos encontramos en el mejor de los mundos posibles. Ha logrado nublar de tal modo las mentes que muchos ven, en el mal, bien, y en el bien, mal. ¿No es esto acaso una extraordinaria y poderosa muestra del anticristo, el pensar que ya no necesitamos Salvador puesto que nos salvamos solos?

Termino con Huxley: “La tiranía perfecta tendrá la apariencia de una democracia, pero esencialmente será una prisión sin muros en la que los prisioneros no desearán escapar. Básicamente será un sistema de esclavitud donde, a través del consumo y el entretenimiento, los esclavos querrán su servidumbre”.

Y, mientras, muchos seguirán distraídos pensando que el enemigo es un tipo con un casco y dos cuernos que asalta el Congreso de los Estados Unidos…

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