
Son grandes obras de arte las que consiguen expresar el espíritu de un pueblo y una época. Las pirámides y las esfinges de Egipto, las estatuas de Fidias, los templos y teatros griegos, los acueductos romanos, las catedrales románicas y góticas, las pinturas renacentistas, etc., son ejemplos de esto mismo. Vemos hoy todas esas grandes obras y nos atraen porque, en ellas, efectivamente, hay algo de nuestro propio espíritu. No hace falta estudiar historia del arte para admirarlas, porque incluso, intuitivamente, las entendemos y nos ayudan a comprendernos. Ahora bien, suele pasar inadvertido que las obras de arte, como producto que son de una cultura, están íntimamente relacionadas con la economía de la sociedad de la que proceden. Las pirámides no se hubieran podido construir sin una economía agrícola y comercial dependiente de un rio tan singular como el Nilo, ni los templos griegos se hubieran erigido sin la relación económica entre lo dionisiaco y la ciudad, ni las catedrales románicas y góticas sin la economía de la reliquia o, en fin, la Capilla Sixtina sin el mecenazgo papal.
Pues bien, es en este sentido que Mickey Mouse es una obra de arte a la altura de todo ese arte del pasado. Sí, porque la cultura norteamericana es capitalista. A muchos esto les puede parecer una exageración. ¡¿Cómo comparar las pirámides de Egipto con un dibujito de un ratón!? ¡¿Cómo que lo económico puede ser arte!? Si pensamos que tampoco sería apropiado, en cierto sentido, comparar las pirámides de Egipto con las catedrales europeas y que, por otro lado, el ingenio humano puede elevar a categoría de arte cualquier cosa (hasta una piedra), quizás, lo que estamos señalando no es tan erróneo. Y es que, como hemos dicho, lo propio de la obra de arte no es ser mejor o peor que aquella o esa otra de aquel tiempo o este otro. No, lo propio es precipitar el espíritu de un pueblo y una época. Y, claro, en este sentido, Mickey Mouse será una obra de arte si efectivamente consigue esto.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraMickey Mouse nace allí donde el espíritu de la época moderna domina. Nace en los Estados Unidos. En una nación que da su primer paso en la historia salvaguardando el principio de la libertad personal para que cada ciudadano busque la felicidad. Este principio echará por tierra todas las ideas paternalistas europeas que, al menos desde Platón, habían dado forma al alma del viejo continente. Los Estados Unidos sentenciaban en su Declaración de independencia (1776) que había llegado la hora de la responsabilidad personal.
Este espíritu no se hubiera podido desarrollar de la manera que lo hizo sin la ayuda del mercado y el capitalismo. El mercado capitalista arrebató de las manos de los reyes, de los nobles y, en fin, del Estado, el monopolio del instrumento primordial de la riqueza. El capitalismo independizó en buena medida la riqueza de la propiedad de la tierra. El mercado capitalista se encargaría de premiar económicamente el ingenio, la imaginación y el talento de las personas. Un invento, una buena idea, podía convertir a cualquiera en una persona más rica que el rey. Y esta mentalidad y contexto afectó al arte. El artista capitalista ya no tenía que andar rogando a un aristócrata o un mecenas para que le financiase, ni tenía que doblegar su creatividad a lo a los deseos de su bienhechor. El mercado había dado libertad a su talento. Además, el mercado capitalista abrió los museos hacia lugares insospechados. El diseño de los zapatos, los trajes, los envases, la publicidad de todo tipo, etc., convertía en museo las vitrinas de las tiendas, las estanterías de los supermercados y, en fin, las habitaciones de las casas de la clase media.
Este empuje económico en lo artístico hizo que en 1896 apareciese The Yelow Kid, en el diario The Worl de New York. Con ello comenzaba un nuevo tipo de expresión artística: el comic. Un arte alejado de los óleos lentos y que se fundamentaba en la rapidez de las modernas máquinas de impresión. Esta nueva expresión artística no tardó en relacionarse con a otra gran arte producto del capitalismo industrial, el cine. Y, efectivamente, sería con el ratón de Walt Disney cuando esta maravillosa combinación artística despegase gracias al aplauso del mercado. Una de las cosas más interesantes de la historia del ratón Mickey es que comience su andadura de éxito en una época aparentemente poco apropiada. Tenemos que fijarnos en este dato para darnos cuenta de lo bien que el ratón animado precipita el espíritu de la cultura norteamericana.
Mickey Mouse se concibe en 1928 y es en plena crisis de 1929 cuando se estrena en las pantallas de cine. ¿Quién iba a pensar que un cómic, un produjo de recreo, fuera a ser consumido por quienes necesitaban hasta el último dólar para comer? Pero así fue. Y lo fue por una razón. El espíritu norteamericano sabía que la solución de aquella crisis económica vendría, principalmente, de la imaginación, el ingenio y el talento de las personas. Así que para aquellas personas era tan importante no perder la ilusión como el comer. La sonrisa que, en los pequeños cortos antes de la película principal, les arrancaba el ratón les daba la suficiente esperanza para comenzar al día siguiente.
Los economistas han puesto siempre su atención en valorar la oportunidad o no de las medidas del New deal de Roosevelt con respecto a la crisis de 1929. Tan distantes en lo ideológico como, por ejemplo, John Kenneth Galbraith o Milton Friedmann, han dado razones y sin razones de aquella crisis para, luego, valorar lo que hizo el gobierno. Sería bueno que la Economía dejará de lado su “modernismo” pseudocientífico y comenzara a dar razones desde los movimientos del alma del hombre. Si el pueblo de los Estados Unidos no hubiera tenido el espíritu que los llevaba a reírse con Mickey Mouse en el cine, muy probablemente, podrían haber caído en el hechizo con el que la política siempre atrae hacia sí a las masas en épocas de crisis. Esto tampoco es una exageración. Es lo que pasó en la Alemania dañada por la crisis económica de 1923. Así que sí, hizo más por la economía de los Estados Unidos Mickey Mouse que Roosevelt.
Y es que Mickey Mouse no tardó en ser una gran idea para salvar la economía de los Estados Unidos. Kay Kamen, un hombre de aspecto singular y hasta “gris”, con un gran talento para las ventas, cogió el dibujo del ratón e inventó, nada más y nada menos, que el moderno merchandising. Su ingeniosa idea hizo que el ratón salvara en el año 1933 a Ingersoll. Una empresa de relojes a punto de quebrar por la crisis de 1929. La imagen de Mickey en la esfera de un reloj convirtió a ese producto en un superventas en el año 1933. Dinero que sirvió para que Walt Disney siguiera produciendo arte rentable. Nada más y nada menos pudo realizar la película de animación más maravillosa de todos los tiempos: “Blancanieves” . En esta época, detrás de Walt Disney y Kay Kamen, por simple imitación, comenzaron a emerger una cantidad ingente de industrias del entretenimiento, pero, además, emulando sus estrategias comerciales, otra gran cantidad ingente de empresas de otros sectores crecieron como nunca. En fin, la apuesta de los padres fundadores de los Estados Unidos por la libertad personal y la búsqueda individual de la felicidad se había concretado, a finales de los años veinte, en una idea personal de salvación sencilla y genial: Mickey Mouse.
En Europa, como apuntábamos, el camino fue otro. Aquí también había una sociedad de masas. También existía un mercado capitalista. Pero el alma del europeo estaba infectada de platonismo, paternalismo estatista y confianza en el líder. Así que, ante la crisis de 1923, el pueblo alemán y, en general, el europeo, hizo lo que estaba enseñado a hacer desde las escuelas y las universidades desde el s. XVII, a saber, buscar a alguien, un político, que le sacase de la crisis. Y claro, mientras los americanos inventaban el merchandising en su búsqueda de soluciones personales, en Europa los nazis y los socialistas inventaron la propaganda. En los carteles comunistas, socialistas y nazis no veremos a ningún Mickey Mouse. Veremos lo más tenebroso del alma humana. Unos dibujos sólidos, rígidos, angulosos, llenos de símbolos políticos, en los que el líder, el jefe, el salvador político, es exaltado para alimentar la confianza de la masa en que ese sujeto les llevará al paraíso.
El resultado de esta historia ya lo conocemos. Esos líderes colectivistas (socialistas, nacionalsocialistas, comunistas, etc.) de la vieja Europa llevaron a este continente a la hora más oscura de su historia en el s. XX. Hora de la que nos salvó el pueblo de Mickey Mouse.
Estos hechos dan mucho que pensar cuando todavía los europeos siguen confiando en que los políticos son los que tienen que arreglar sus vidas. Es incomprensible que, precisamente en Europa, la ideología más antihumana y criminal de la historia (el socialismo) siga teniendo algo que decir. La montaña de muertos que acumula esta ideología, sus elogios del crimen (título de un opúsculo de Marx), la hipocresía y mentalidad criminal de sus dirigentes, su afecto por la animalidad humana, la promoción social de la inmoralidad, su cochambroso “arte” subvencionado, todo ello, digo, tendría que ser más que suficientes para que cualquier persona sensata dejara de pensar en el socialismo como una opción ideológica para algo bueno (salvo que, claro está, su propósito sea vivir parasitariamente de los demás). Hace dudar mucho de la inteligencia del europeo medio el que se siga dejando engatusar con la propaganda mendaz de las grandes palabras ( “justicia social”, “paz perpetua”, “economía sostenible”, “solidaridad”), mientras que, a la vez, quienes las usan se llenan los bolsillos a manos llenas.
A partir de enero en España vamos a comenzar a vivir otro episodio siniestramente conocido de la propaganda socialista. El gobierno ha sacado el manual del crimen socialista para aplicar la lección número 1: Los hombres pueden dejar de pensar si se les infunde el suficiente miedo. Cien actos a partir de enero de 2025 enalteciendo la muerte de Franco. ¿¡A quién se le ocurre convertir la muerte en motivo de fiesta?! A un sujeto siniestro. Ni con la muerte de los peores criminales de la historia se festeja la muerte, lo que se festeja es lo bueno a que da paso esa muerte. Pero todo esto da igual para los antagonistas de Mickey Mouse; los que, sin talento, ni imaginación, ni capacidad, sólo aspiran a vivir como rémoras de los demás usando el crimen y el miedo.
Emilio Eiranova Encinas