
Por Vanessa Vallejo*
Durante semanas, de lo único que se hablaba en los medios estadounidenses era del coronavirus. Los demás problemas del país y del mundo entero desaparecieron, solo había espacio para el covid-19. Los periodistas estaban obsesionados contando día a día los contagiados, como si un contagio fuera una condena a muerte. El relato de la mayoría de medios era casi apocalíptico.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Pero después de meses de tener a millones de personas atemorizadas, viendo día y noche sus interpretaciones apocalípticas, un día, de la nada, el coronavirus desapareció en Estados Unidos. Ya no era un virus el que estaba destruyendo el país, era el racismo.
En cuestión de días los grandes medios pasaron de decirle a los americanos que no salieran ni a la puerta de su casa, a azuzarlos para reunirse en multitudes iracundas y protestar en contra de la policía y sobre todo de Trump quien, por supuesto, era presentado como el culpable de todas las desgracias. Culpable de los muertos y culpable del racismo.
Ocurre la muerte de Floyd y, de repente, los medios que llevaban desde finales de febrero culpando a Trump de todos los muertos por supuestamente privilegiar la economía y no obligar a todos los americanos a encerrarse, aplaudían a quienes salían en multitudes a protestar
Cuando digo que los medios tienen un poder casi místico sobre las personas no exagero. Pueden decir las cosas más absurdas, contradecirse de un día para otro, y aun así millones de televidentes y lectores incautos ni siquiera se percatan del engaño. Bastó con que los medios dejaran de contar hora a hora los contagiados, que dejaran de decir que todos corríamos un riesgo extraordinario de morir, y que abiertamente invitaran a la gente a salir a la calle, para que millones de personas abandonaran la paranoia en la que vivieron durante meses.
La muerte de George Floyd ocurrió el 25 de mayo en Minneapolis, cuando un policía blanco lo inmovilizó poniéndole su rodilla en el cuello, pese a los ruegos de Floyd de que no podía respirar. Lo que, con toda razón, pudo haberse convertido en una demanda importante para frenar los casos de abuso policial, terminó convertido en un falso relato inventado y expandido ampliamente por la izquierda, y específicamente por Black Lives Matter, sobre un supuesto racismo sistemático que destruye Estados Unidos.
Al margen de lo que sucedió, y de cómo los grandes medios analizan la muerte de Floyd, el coronavirus casi que desapareció ese día. A la mayoría de periodistas, unos enamorados de las causas de la izquierda, otros pagados por la izquierda, y otros pagados y enamorados, les resultó más útil para su agenda política desaparecer el coronavirus y empujar a la gente a las calles a protestar contra Trump, que tenerla encerrada y temerosa.
Ocurre la muerte de Floyd y, de repente, los medios que llevaban desde finales de febrero culpando a Trump de todos los muertos por supuestamente privilegiar la economía y no obligar a todos los americanos a encerrarse, aplaudían a quienes salían en multitudes a protestar.
El problema número uno de EE. UU. ahora era el racismo. Los noticieros pasaron de mostrar todo el día historias de coronavirus a hablar día y noche de George Floyd, de los manifestantes y de las demandas de Black Lives Matter. Sin parar, por todas partes lo que había era programas y noticias sobre el supuesto racismo que «destruye» al país. Recuerdo ver al presentador de la CNN, Don Lemon, casi llorando mientras hacía una de las escenas de ese show suyo que se vende como un programa de noticias.
¿Cómo es posible que de un día para otro les pareció bien que la gente esté en la calle? ¿Por qué se volvió más importante cubrir unas protestas que el virus al que durante meses trataron como un apocalipsis?
Aunque intenten decir que son imparciales, que solo dan hechos, que son objetivos, no es cierto. Los periodistas son personas que tienen una visión de la vida, en muchos casos son simpatizantes o directamente militantes izquierdistas, y es imposible separar eso del trabajo que hacen. En el momento en el que alguien decide a quién entrevistar, qué preguntas hacer, qué hechos narrar, ya está plasmando su visión del mundo en el contenido.
Ahora bien, este asunto no es necesariamente malo, ni creo que se deba, en consecuencia, recomendar a la gente no ver tanta televisión o no leer ciertos medios. Lo malo, en realidad, es el engaño. Lo verdaderamente aterrador es que millones de personas crean que el mundo es lo que dice un periodista y que ni siquiera se les ocurra cuestionar lo presentado en los medios.
Una conversación con un izquierdista puede ser productiva siempre y cuando se tenga claro cuál es su ideología y cuáles las ideas que lo impulsan a pensar de cierta manera. Otro asunto completamente diferente es que uno sea incapaz de cuestionar lo que asegura esa persona y tome todo lo que diga como una verdad.
Los medios dejaron de presentar el coronavirus como un apocalipsis porque apareció una pasión más grande que podía ser utilizada por los periodistas para mover a la gente de manera más efectiva en la dirección que querían
La gente debería tener clara cuál es la línea editorial de cada medio y comprender que incluso cuando solo se relatan hechos, la visión del autor juega un papel fundamental: si un canal enorme decide dedicarse meses enteros, día y noche, a contar historias terribles de gente infectada, aunque esté narrando solo hechos, está expresando su visión. Para medios como CNN la forma de enfrentar el coronavirus parece que era encerrando a todo el mundo en sus casas e imprimiendo billetes para mantener a millones de personas mientras se encuentra una cura.
Si su visión de las cosas fuera otra, tal vez hubiera hecho más reportajes sobre países que fueron exitosos y no adoptaron cuarentenas estrictas o sobre cómo en los estados con mayores restricciones la gente vivía una situación económica difícil por cuenta de la falta de trabajo.
Los medios dejaron de presentar el coronavirus como un apocalipsis y de utilizarlo como una estrategia para culpar a Trump de todos los muertos porque apareció una pasión más grande que podía ser utilizada por los periodistas para mover a la gente de manera más efectiva en la dirección que querían.
Para finales de mayo, cuando millones de personas llevaban casi tres meses soportando los efectos negativos de las cuarentenas y muchos ya pedían a gritos volver a la normalidad, enfocarse en las protestas y hablar de un racismo sistemático bajo la vieja y conocida lógica de lucha de clases era mucho más provocador y útil para la agenda política izquierdista que seguir todo el día con el relato apocalíptico del coronavirus.
Desde ese momento el plan fue cubrir a un grupo pequeño, pero bullicioso, de gente violenta que alegaba que en EE. UU. hay un racismo que le impide a los negros salir adelante y que los está matando. Desde luego, se señaló como culpables a los republicanos y específicamente a Trump. Enfrentemos a negros contra blancos y digámosle a la gente que luchen contra el racismo votando a Biden, ese fue el plan.
En Cuba, en la época del «periodo especial», cuando la isla soportaba tremenda miseria, los noticieros le decían a los cubanos que el mundo entero aguantaba hambre por cuenta del capitalismo, que en la isla pasaban dificultades, pero no vivían la tragedia que soportaban en otros países. La mayoría de cubanos se lo creían.
Hoy, en el mundo libre, a pesar de las alternativas que tiene la gente para informarse, los medios siguen teniendo el poder de hacer creer a la gente locuras. Que hay que encerrarse, parar todo durante meses, y que el Gobierno debe encargarse de millones de personas o que en un país tan libre como Estados Unidos los negros no pueden realizar sus proyectos de vida. Convencen a la gente de cualquier locura.
Si bien es cierto que en muchas ocasiones la realidad es diferente a lo que presentan los medios, esas mentiras que dicen hoy y que mueven a los individuos a actuar de ciertas formas, crean la realidad de mañana.
* Este artículo forma parte de ‘Pandemonium II: La cura’. Vanessa Vallejo es economista y periodista, editora en jefe de PanAm Post.
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