Los multimillonarios Jeff Bezzos y Elon Musk
Los multimillonarios Jeff Bezzos y Elon Musk

Fue una esfera de metal pulido de 58 centímetros de diámetro lanzada al espacio por la extinta Unión Soviética el 4 de octubre de 1957. Le llamaron Sputnik y fue el primer objeto fabricado por el hombre en orbitar nuestro planeta. Si bien tuvo una vida útil de solo tres semanas, Sputnik marcó el inicio de la primera carrera espacial de la historia, carrera que calentó la Guerra Fría con los EE.UU., la otra gran súper potencia del siglo XX.

Durante las siguientes dos décadas, nombres como Laika, Yuri Gagarin, Soyuz y Apolo se incorporaron al imaginario popular, pero el clímax espacial se alcanzó el 21 de julio de 1969 cuando el astronauta Neil Armstrong se convirtió en el primer hombre en pisar la luna. Su inmortal frase “un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad” definió una época en la que la tecnología servía al ser humano y aún se valoraban y exaltaban sus virtudes.

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Desde entonces, más de 8.800 objetos, principalmente satélites y sondas, han sido enviados al espacio con fines comerciales, científicos y militares, siendo el sector de telecomunicaciones uno de los mayores impulsores de estas tecnologías. Actualmente, empresas como Viasat y Hughes Network Systems operan satélites en Órbita Terrestre Geoestacionaria (OTG) a alturas de 36.000 km. para proveer servicios de telefonía e internet. En el caso de internet, la transmisión satelital es 40% más veloz que la de fibra óptica por lo que no es necesaria la instalación de cables y estaciones de retransmisión en la tierra. Sin embargo, al ser satélites “fijos” y limitados en número, solo cubren 40% de la superficie terrestre. Tampoco son muy eficientes en términos de latencia –la demora entre la acción de un usuario y la respuesta a esa acción en internet– debido a la distancia. Solamente 2% de usuarios en los EE.UU. cuenta con internet satelital geoestacionario lo que eleva su costo debido al limitado efecto de red.

La lógica filantrópica es muy sencilla; más cobertura, más usuarios, más datos, más ingresos, más poder y más control

Según la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT) de la Organización de Naciones Unidas (ONU), en octubre de 2020 había 4.660 millones de usuarios de internet –60% de la población mundial- de los cuales aproximadamente el 90% accedía al servicio vía telefonía móvil. El 40% sin acceso vive principalmente en zonas rurales y remotas de países en vías de desarrollo. Motivados por la ambición más que por altruismo, algunos mecenas de Big Tech han soñado con capturar a los no conectados vía internet. La lógica filantrópica es muy sencilla; más cobertura, más usuarios, más datos, más ingresos, más poder y más control. Ya en 2016, Facebook presentó el proyecto Aquila consistente en drones impulsados por energía solar con señal de internet de alta velocidad. Estos satélites atmosféricos tenían una extensión similar a las alas de un Boeing 737 y el peso de un automóvil familiar. Si bien dos prototipos fueron lanzados con éxito, Aquila fue cancelado en 2018.

Prototipo del proyecto Aquila

Sin embargo, la empresa de Zuckerberg continúa desarrollando satélites como parte de su proyecto Athena. El primer prototipo fue lanzado a fines del año pasado por intermedio de la compañía aeroespacial francesa Arianespace, pero Facebook parece no tener interés en escalar esta iniciativa. Otro proyecto importante fue Loon LLC, subsidiaria de Alphabet, que consistió en el desarrollo de globos aerostáticos de polietileno a alturas entre 18 y 25 km. Los globos estaban equipados con antenas direccionales para ofrecer conectividad a internet en zonas de difícil acceso, pero Google anunció el término de este proyecto en enero de este año.

La pandemia de manual ha confinado a billones de personas a sus hogares, forzándolas a despersonalizar sus relaciones familiares, sociales y laborales mediante la virtualización. Los menos agobiados por el hambre y desempleo han prestado atención a la implementación global de redes 5G en Occidente para facilitar la interconectividad, pero observan también, con justificada preocupación, el desarrollo de sistemas de control y vigilancia digital como los que ya operan en China. La gran mayoría desconoce los proyectos Aquila, Athena y Loon y solo unos curiosos han seguido las misiones de los cohetes reutilizables Falcon 9 de la empresa aeroespacial Space X. Más aún, en noviembre del año pasado, China lanzó con éxito el satélite experimental Tianyan-5 con tecnología 6G. A pesar de que todavía no existen estándares internacionales que definan los parámetros técnicos de esta red, se estima que 6G soporta transmisiones de hasta 8,000 gigabits por segundo, traduciéndose en una latencia exponencialmente menor y un ancho de banda muy superior a 5G.

La privatización de la industria aeroespacial occidental

La conectividad a internet de alta velocidad, baja latencia y cobertura total constituye una de las grandes promesas – o principales excusas – para conquistar el espacio en el siglo 21. La gran diferencia con la primera carrera espacial es que la actual no es protagonizada por estados-nación -con excepción de China- sino por dos multimillonarios que comparten una visión instrumentalista del ser humano.

El primero es Elon Musk, fundador y accionista principal de la ya mencionada Space X. El otro es el implacable Jeff Bezos, fundador de Blue Origin y Amazon. Según Business Insider, en febrero de este año, Bezos tenía con una fortuna estimada en 193.400 millones de dólares mientras que Musk acumulaba un total de 171.600 millones de dólares. Para poner estas cifras en perspectiva, la riqueza de Bezos es comparable al PBI de Nueva Zelanda mientras que la de Musk supera el PBI agregado de los 50 países más pobres del mundo. Son solo dos individuos con enorme poder económico y político que no necesitan lidiar con tecnocracias estatales ni legisladores de oposición para movilizar sus recursos.

A la fecha, aparte de Space X y Blue Origin, una decena de empresas privadas ha solicitado permiso a la Comisión Federal de Comunicaciones de los EE. UU. (FCC, sus siglas en inglés) para poner en órbita satélites de internet de alta velocidad. No son pocas unidades sino, literalmente, constelaciones de centenares o miles de satélites en Órbita Terrestre Baja (OTB), entre 180 y 2.000 km. de altura. Algunas estimaciones indican que al final de esta década, el número de satélites podría totalizar 100,000. Los satélites en OTB viajan a 27.000 km. por hora lo que les permite completar la órbita terrestre en 109 minutos. Estos satélites ofrecen una latencia entre cinco y 10 veces menor que aquellos en OTG, alcanzando actualmente velocidades de transmisión de 610 megabits por segundo. Esta velocidad es seis a 12 veces mayor que la ofrecida por redes 4G pero significativamente menor que 5G. La menor altura de los satélites en OTB se traduce en una menor cobertura de superficie terrestre por unidad y la mayor velocidad y volumen de datos transmitidos demanda mayor consumo energético. Estas razones explican el descomunal número de satélites proyectado que será complementado con millones de antenas de retransmisión en tierra.

Entre las empresas más importantes de internet satelital se encuentran Oneweb y la firma Telesat. La primera, cuyos orígenes se remontan a 2014, tenía entre sus accionistas al multimillonario británico Richard Branson, propietario de Virgin Galactic, pero la empresa se declaró en bancarrota a inicios de 2020. El cierre fue temporal ya que, pocos meses después, Bharti Global –conglomerado del billonario indio Sunil Bharti– y el gobierno del Reino Unido rescataron Oneweb mediante una inversión conjunta de 1.000 millones de dólares. La empresa fabrica satélites en alianza con la multinacional europea Airbus. Inicialmente, Oneweb solicitó permiso a la FCC para poner en órbita 48.000 satélites, pero en enero de este año redujo el número a 6.372. A la fecha, 74 satélites han sido lanzados al espacio por cohetes Soyuz desde la emblemática base de Baikonur, pero la empresa aspira a poner en órbita 648 satélites a 1.200km de altura a fines de 2022. Para entonces, Oneweb ofrecerá una versión beta del servicio en Alaska y el Reino Unido. Recientemente, Softbank de Japón y Hughes Network Systems inyectaron 400 millones de dólares para impulsar esta iniciativa, aunque se estima que el costo total de esta constelación fluctuará entre 5.500 y 7.000 millones.

Space X fue fundada por Elon Musk en 2002 con el doble propósito de reducir los costos de transporte espacial y colonizar Marte

Fundada en 1969, la firma canadiense Telesat también fabrica satélites. En 2016 anunció el desarrollo de su propia constelación Telesat Lightspeed (Velocidad de la luz) con un número inicial de 117 satélites a 1.000km de altura. Un año después, la empresa expandió la constelación a 298 satélites más la construcción de 50 estaciones de retransmisión en la tierra. Una tercera solicitud fue presentada a la FCC en mayo de 2020, para elevar el total a 1,671 satélites. Los satélites fabricados por Telesat pesan 800 kilos, tienen una vida útil de 10 años y se estima que transmitirán una señal de internet a velocidades de 16-24 terabits por segundo. A pesar de las impresionantes cifras y métricas de Telesat y Oneweb, ambas palidecen ante la envergadura y visión del proyecto liderado por el filo-transhumanista Elon Musk.

Un sudafricano a la conquista de Marte

Space Exploration Technologies Corp., o simplemente Space X, fue fundada por Elon Musk en 2002 con el doble propósito de reducir los costos de transporte espacial y colonizar Marte. Su empresa diseña, fabrica y lanza cohetes y módulos espaciales entre los que destacan el módulo Dragon (1 y 2) para transporte de carga y personas, Falcon 9, el primer propulsor reutilizable de aterrizaje vertical de la historia y Starship, un cohete con capacidad de carga de 100 toneladas que transportará la primera misión tripulada a Marte. La superioridad tecnológica y eficiencia administrativa de Space X le han permitido firmar varios contratos con la Agencia Nacional Aeroespacial de los EE. UU. (NASA) para el transporte de carga y astronautas a la Estación Espacial Internacional (EEI). La empresa también recibe subsidios del gobierno federal de los EE. UU. y está desarrollando tecnología aeroespacial con fines militares en colaboración con las fuerzas armadas de ese país.

Mientras millones de personas continúan soportando criminales confinamientos, Musk tiene la mirada fija hacia el cielo. En 2015, el magnate sudafricano presentó el programa Starlink, su propia constelación de satélites con un costo estimado de 10.000 millones de dólares, monto equivalente al PBI nominal de Namibia. Inicialmente Space X solicitó autorización a la FCC para poner en órbita 12.000 satélites, pero en 2019 agregó 30.000. Los 42.000 satélites proyectados –los primeros 12,000 a ser lanzados en los próximos cinco años- serán complementados con más de un millón de estaciones de retransmisión en tierra. A la fecha, más de 800 satélites de Starlink ya orbitan nuestro planeta a razón de 60 nuevos satélites por cada lanzamiento del Falcon 9. Una vez liberados al espacio, los satélites se conectan entre sí vía rayos láser para mantener su posicionamiento y órbita. El número actual de satélites en OBT fue suficiente para ofrecer desde octubre del año pasado, un servicio de internet beta en el norte de los EE. UU. y zonas fronterizas de Canadá. El costo del servicio es 99 dólares por mes más un pago único de 499 dólares por la antena de recepción. Esta antena tiene el tamaño de una pizza y puede ser fácilmente ensamblada e instalada por el usuario en el techo de su vivienda. La velocidad actual de conexión varía entre 50 y 150 megabits por segundo con una latencia de 20-40 milisegundos. Esta velocidad es suficiente para cargar un video de Youtube en 4K sin problemas. No obstante, se espera que la latencia disminuya a 20 milisegundos o menos a mediados de este año, a medida que más satélites son puestos en órbita.

Según proyecciones del banco de inversión Morgan Stanley, Space X podría lograr una capitalización de mercado de 100.000 millones de dólares en el corto plazo impulsada por Starlink. Ya en febrero de este año su valorización se estimaba en 74.000 millones de dólares. Adicionalmente, el tamaño del mercado global de telecomunicaciones se proyecta en un billón de dólares de los cuales, según Musk, Space X solo buscaría capturar entre uno y 3%, es decir US$30,000 millones, para destinarlos íntegramente al financiamiento de la primera misión tripulada a Marte. Este monto es 10 veces mayor a los ingresos que Space X percibe actualmente por contratos de transporte espacial de tripulantes y/o carga a terceros, principalmente con la NASA. La conquista del planeta rojo incluye el desarrollo de una flota de cohetes Starship que será utilizada para esa misión. Musk desea ofrecer internet satelital en todo el planeta a fin de año disminuyendo a la vez los costos del servicio y las antenas receptoras. Su optimismo es compartido por Google, propietaria del 10% de las acciones de Space X. Si consideramos su trayectoria, es muy probable que Space X y Starlink cumplan los objetivos planteados.

Mientras Musk sueña con colonizar Marte y el espacio exterior, Bezos se siente más cómodo en la tierra y ha movilizado grandes recursos para protegerla de cualquier amenaza

Las pasiones de Jeff Bezos

No cabe duda de que Space X lidera actualmente la carrera espacial por amplio margen. Esta realidad debe haber incomodado al metacapitalista Jeff Bezos quien hace pocas semanas anunció que dejará la dirección general de Amazon en agosto para dedicarse de lleno a “sus pasiones” (Bezos dixit). Entre estas se encuentra Blue Origin LLC, empresa que fundó en el año 2000 con el mismo propósito que Musk; disminuir los costos de transporte aeroespacial. No obstante, sus visiones difieren en un aspecto fundamental; mientras Musk sueña con colonizar Marte y el espacio exterior, Bezos se siente más cómodo en la tierra y ha movilizado grandes recursos para protegerla de cualquier amenaza. Si alguna conexión existe entre su visión y compromiso con la causa verde -expresadas a través de la “Bezos Earth Fund”- y los paquetes legislativos y políticas ambientalistas impuestos por el supranacionalismo, es solo pura coincidencia.

Siguiendo la estela de Starlink, en 2019 Bezos presentó Kuiper Systems LLC para competir en el mercado de internet satelital. El multimillonario estadounidense también anunció la creación de una nueva división de negocios, AWS Ground Station, consistente en la construcción de plantas de retransmisión y gestión de data satelital en 12 ciudades como Hong Kong, Sao Paulo, Sídney, Mumbai y Londres. A las estaciones se sumarán millones de antenas receptoras con una capacidad de retransmisión de 400 megabits por segundo. Como parte de estas actividades, en mayo de 2019 Kuiper solicitó autorización a la UIT-ONU para poner en OTB su constelación de 3.236 satélites: 784 a 590 km. de altura, 1.296 a 610 km. y 1.156 a 630 km. con una cobertura entre las latitudes 56 norte y 56 sur, superficie en la que habita 95% de la población mundial.

Así mismo, el 30 de julio de 2020, Kuiper recibió aprobación de la FCC para desarrollar su constelación con la condición de que no interfiera con las órbitas ya asignadas a Space X. Ahora Blue Origin está obligada a poner en órbita la mitad de los satélites antes de 2026 para retener la licencia de la FCC. Kuiper ha diseñado una estrategia de cinco fases que comenzará con la puesta en órbita de 578 satélites. Este número le permitirá ofrecer un servicio beta similar al de Starlink. Se estima que la constelación completa operará a fines de 2029.

En el corto plazo, la situación actual de Blue Origin y el proyecto Kuiper no genera mayor entusiasmo. Space X ha sido la primera, y a la fecha, única empresa a nivel mundial en desarrollar cohetes/propulsores de aterrizaje vertical (Falcon 9, y más recientemente, Starship). Su constelación Starlink cuenta con casi un millar de satélites en órbita y la empresa ha firmado contratos exclusivos con la NASA. También ofrece un servicio beta de internet satelital y este año alista su oferta pública inicial de acciones que le permitirá capitalizarse en el mercado financiero. Mientras tanto, Kuiper ni siquiera ha concluido la etapa de diseño de sus satélites, su cohete New Glenn realizará el primer vuelo de prueba recién este año y la empresa está muy lejos de transmitir una imagen corporativa con la mística de Space X. Sin embargo, sería un error evaluar la viabilidad del emprendimiento espacial de Bezos desde esta perspectiva.

Starship, uno de los proyectos estelares de Elon Musk

Hay varios factores que diferencian a Amazon de sus competidores y le otorgan a Blue Origin y Starlink una gran ventaja en el mediano y largo plazo. El gigante corporativo de Seattle ya posee una infraestructura física y digital compuesta por Amazon Web Services (AWS) que controla un tercio del mercado mundial de computación en la nube, la plataforma Prime –su servicio de suscripción por pago– y un gigantesco sistema logístico aéreo y terrestre. Además, ninguno de sus competidores en Occidente la iguala en activos. Lo más probable es que Kuiper sea integrado verticalmente a la infraestructura ya existente como parte de un paquete integral de servicios de almacenamiento, transmisión y gestión de datos. Cabe recordar que Amazon es líder mundial en el desarrollo de Inteligencia Artificial (i.e. Aprendizaje de máquinas o Machine Learning) y sus algoritmos se nutren diariamente de una fuente propia y creciente de Big Data. Al igual que Musk, Bezos estima la inversión total en 10.000 millones y ya ha comprometido aportes adicionales de 1.000 millones de dólares anuales mediante la venta de acciones de Amazon. Con esta gran cantidad de recursos, Blue Origin y Kuiper pueden operar con pérdidas durante varios años, a diferencia de Space X, Oneweb y Telesat que no cuentan con el poder económico de Bezos. Además, el proyecto Kuiper tampoco necesita reclutar un número masivo de nuevos suscriptores porque ya cuenta con los clientes de Amazon.

Mientras Occidente lidiaba con el coronavirus, en abril de 2020 China incorporó formalmente la provisión de internet satelital como prioridad de su infraestructura espacial

Por lo tanto, desde una perspectiva de mediano y largo plazo, Blue Origin está mejor posicionada que sus competidores. A pesar de no haber puesto un solo satélite en OTB y no contar con ningún vuelo espacial, la empresa ya ha firmado contratos con Telesat y Oneweb para transportar sus satélites. Morgan Stanley estima que la oportunidad de negocio para Kuiper rozaría los 100.000 millones y que Blue Origin podría lograr una capitalización de mercado superior al billón de dólares en los próximos 20 años, uniéndose al exclusivo Trillion Dollar Club al que ya pertenecen su matriz Amazon y los gigantes tecnológicos Apple, Google y Microsoft. No obstante, la competencia por el espacio no se restringe a Occidente y las trayectorias tecnológicas de la privatización de la OTB dependerán del rol que juegue China, el último gran protagonista de la historia espacial contemporánea.

China y la Nueva Ruta de la Seda espacial

Con ocasión del septuagésimo aniversario de la fundación de la República Popular China celebrado el primero de octubre de 2019, el actual líder del Partido Comunista Chino (PCCh), Xi Jinping, afirmó que nada ni nadie detendría la larga marcha del gigante asiático hacia el progreso. Curiosamente, solo un mes después, el PCCh estrenó oficialmente la red 5G en 50 ciudades del país. Dos meses más tarde, forzado por la filtración de información a Occidente, el PCCh comunicó tardíamente a la Organización Mundial de la Salud (OMS) el brote de una enfermedad que luego el mundo conocería como Síndrome Respiratorio Agudo Severo por Coronavirus 2 o SARS-CoV-2. Sin embargo, ni el virus que paralizó a medio mundo fue capaz de detener al gigante asiático, validando así las palabras de su líder supremo. Además, el progreso de China al que aludió Xi no se limita a la tierra, sino que también llegará, literalmente, al cielo.

El año pasado se llevaron a cabo 40 misiones al espacio desde territorio estadounidense de las cuales 26 le correspondieron a Space X. China completó 34. Los notables avances tecnológicos de Space X -especialmente el desarrollo de los cohetes Falcon 9 y Starship- no pasaron desapercibidos en Beijing. Las raíces del Programa Espacial Chino (PECh) se remontan a los tiempos de Sputnik, pero los logros concretos recién se alcanzaron a inicios del nuevo milenio con la exitosa misión del módulo tripulado Shenzhou-5, y más recientemente, el envío de la sonda Tianwen-1 a Marte. China ya tiene capacidad para desarrollar tecnología aeroespacial de punta. Esta capacidad fue puesta a prueba cuando en 2011, el congreso estadounidense prohibió el acceso de taikonautas a la EEI. China respondió de inmediato fabricando su propia estación espacial, la cual estará lista el próximo año. También está diseñando el cohete reutilizable “Larga Marcha”, versión nueve, que posee una capacidad de carga 40% mayor que Starship. Su lista de entregables incluye satélites multipropósito, sondas espaciales y misiles balísticos capaces de derribar satélites enemigos en OTB.

Aproximadamente 70 países en África, Medio Oriente, Sudeste Asiático, América Latina y Europa que participan en la NRS serán incorporados a la esfera de influencia china

Mientras Occidente lidiaba con el coronavirus, en abril de 2020 China incorporó formalmente la provisión de internet satelital como prioridad de su infraestructura espacial. Si bien el omnipotente PCCh promueve y lidera el desarrollo del PECh –su presupuesto estimado es de 2,2 billones de dólares- empresarios privados chinos se han sumado a este esfuerzo. Sea de manera independiente o mediante iniciativas público-privadas, más de una docena de empresas como Ispace, Galaxy Space, CAS Aerospace, SpaceTrek, Expace y Deepblue Aerospace participan en el diseño y fabricación de bases y satélites y propulsores reutilizables con fines civiles y militares. Solo en 2020, estas empresas lograron recaudar 154.000 millones de dólares empequeñeciendo los 10.000 millones de Space X y Blue Origin. El temporal rezago con respecto a Space X no les genera mayor preocupación ya que el PCCh bloqueará todo acceso a señales provenientes de satélites externos y porque ya cuenta con una red 5G con mayor ancho de banda y velocidad de transmisión que internet satelital. Además, el país posee suficiente capacidad militar disuasiva y ofensiva para implementar su programa espacial sin mayores contratiempos. Mientras el gobierno federal de EE. UU. tercerizó gran parte de sus actividades de investigación, manufactura y logística espacial al sector privado, China recurrió al capitalismo estatal para implementar el suyo.

A pesar del gran progreso económico y tecnológico de China, aproximadamente 30% de su población aún no cuenta con acceso a internet, siendo su complicada geografía el principal obstáculo para aumentar la cobertura. La opción de internet satelital no es de reciente consideración. Ya en 1999, el PCCh ordenó la creación de la Corporación de Ciencia y Tecnología Aeroespacial de China (CASC, sus siglas en inglés) y el proyecto Hongyan (Ganso silvestre), una constelación de 320 satélites de banda ancha y alta velocidad en OTB con fines comerciales y militares.

El primer satélite fue puesto en órbita en 2019, aunque se proyectan 60 más hasta 2023, y la constelación completa iniciará operaciones en 2025. Simultáneamente se creó la constelación Hongyun (Nube de arcoíris) con 864 satélites a 1,175km de altura para uso civil. Este proyecto es administrado por la Corporación de Ciencia e Industria Aeroespacial de China (CASIC, sus siglas en inglés) y aspira a ofrecer internet de alta velocidad en zonas remotas. Una sub-constelación de Hongyun de 156 satélites ya estaría lista para iniciar operaciones el próximo año y empresas como Galaxy Space están colaborando en la fabricación de estos satélites con velocidades de conexión de hasta 10 gigabits por segundo.

La tecnología satelital es un tema central de la política exterior china. Dentro del marco de la Nueva Ruta de la Seda (NRS), proyecto anunciado por Xi Jinping en 2013 con una inversión de 900.000 millones de dólares, el PCCh contempla integrar sus constelaciones a la infraestructura física y digital ya existente de la NRS. De esta manera, aproximadamente 70 países en África, Medio Oriente, Sudeste Asiático, América Latina y Europa que participan en la NRS serán incorporados a la esfera de influencia china. La información de estos países también será almacenada en las bases de datos de empresas como Huawei, ZTE, Xiaomi, Tencent y Bytedance que estarán integradas al complejo sistema de telecomunicaciones cielo-tierra chino. La NRS es una estrategia con tintes hegemónicos presentada por la diplomacia china como multilateralismo solidario y su horizonte operativo se extiende hasta 2049. Fuera del marco de la NRS, China también ha encontrado en la Unión Europea un aliado para su agenda expansionista en el espacio. Mediante un acuerdo de cooperación técnica con la Agencia Espacial Europea (AEE), el PECh tiene como meta llegar a la luna y Marte en 10 años, y a partir de 2030, utilizar el cohete “Larga Marcha” 9 para misiones rutinarias al espacio exterior.

Curiosamente, China ha sido el único país a nivel mundial capaz de escalar política, económica y tecnológicamente su programa espacial durante la pandemia. Sin embargo, a diferencia de la primera carrera espacial, sus competidores ya no son otros estados-nación sino gigantes tecnológicos privados. A la gradual privatización de la industria aeroespacial estadounidense encontramos a una

Rusia reducida a plataforma de lanzamientos y transporte espacial para terceros. La industria aeroespacial europea cuenta con suficientes competencias técnicas pero insuficientes fondos para financiar un programa espacial a gran escala y países como India y Japón, adversarios históricos de China, se han visto obligados a formalizar acuerdos de cooperación espacial – misiones conjuntas a la luna incluidas – para mitigar riesgos y amenazas comunes. Ni siquiera la ONU escapa de la influencia china: de las 15 agencias especializadas de esta organización, cuatro son lideradas por representantes de ese país, incluyendo la ya mencionada UIT que es dirigida por el chino Houlin Zha0 desde 2014. Si la UIT no fuese responsable de asignar los espectros radiales y órbitas satelitales a nivel internacional ni desarrollar los estándares técnicos del sector, este detalle no tendría mayor relevancia. Sin embargo, cuando en Occidente se habla de “coincidencias” o “conspiración” en China saben que se trata de estrategia, propósito y mucha paciencia.

Limitaciones, riesgos y medidas de mitigación

La tecnología satelital y las posibilidades que ofrece han generado desbordado optimismo en un sector interesado de la población, especialmente entre los más jóvenes, pero también justificadas preocupaciones de orden político, económico, científico y sociocultural entre una minoría de pesimistas responsables. Por ejemplo, a mediados de 2019, la Unión Astronómica Internacional (UAI) emitió un comunicado alertando que las señales emitidas por satélites en OTB podrían distorsionar las frecuencias radiales dedicadas a la investigación radioastronómica. También informaron que la superficie inferior de los satélites de Starlink reflejaba la luz solar afectando seriamente las imágenes captadas por telescopios. En respuesta a este comunicado, el propio Elon Musk se comprometió a aplicar una cobertura anti-reflectora en todos sus satélites y a no afectar radiofrecuencias con fines de investigación. Si bien, en principio, el compromiso asumido por Musk podría mitigar efectos no deseados sobre actividades científicas, el número de satélites proyectado al final de esta década abre la puerta a riesgos mucho más graves.

En 1978, el astrofísico estadounidense de la NASA, Donald J. Kessler elaboró un escenario teórico conocido como el Síndrome Kessler. Su teoría postula que cuando dos objetos colisionan en OTB, los escombros resultantes pueden impactar sobre otros objetos generándose una reacción en cadena. En un escenario con 100.000 satélites, este efecto podría llevar a la destrucción parcial o total de constelaciones. Algunos escombros se dirigirían al espacio exterior mientras que otros reingresarían a la atmósfera. Los escombros más pequeños se incinerarían por la fricción con el viento, pero los de mayor tamaño podrían impactar sobre la tierra comportándose como bombas con enorme poder destructivo. Ya en 2009, dos satélites rusos colisionaron en OTB generando aproximadamente 2.000 escombros, pero debido a la baja densidad satelital, el problema no llegó a mayores. Se estima que los nuevos satélites tendrán una vida útil entre cinco y diez años, la mitad de los satélites en OTG. Una vez dados de baja, los satélites reingresarán a la atmósfera guiados por sistemas de navegación con inteligencia artificial para incinerarse, pero ni esta tecnología garantiza total seguridad.

En cuanto al internet satelital, dos limitaciones actuales del servicio deben ser explicadas. En primer lugar, los confinamientos forzados por el virus chino han derivado en una mayor interconectividad. Por lo tanto, la demanda por internet de mayor velocidad y ancho de banda ha aumentado para satisfacer los requerimientos técnicos de plataformas digitales -educativas, comerciales y laborales- cada vez más complejas. Sin embargo, esta demanda seguirá siendo satisfecha en el corto y mediano plazo por redes 5G implementadas y administradas por empresas de telecomunicaciones en tierra. Adicionalmente, en zonas urbanas densamente pobladas, la infraestructura existente (i.e. edificios) limita seriamente la penetración de la señal satelital.

En segundo lugar, un alto porcentaje de la población no conectada no estará en condiciones de pagar el servicio lo que diluirá el efecto de economías de escala. En el caso de China, esta limitación no plantea ningún inconveniente ya que el servicio será subsidiado por el estado, pero no será necesariamente así en Occidente donde actualmente se está configurando un mercado oligopólico de generación, transmisión y almacenamiento de datos a nivel espacial y terrestre (5G). De ofrecer Starlink, Kuiper y/o sus competidores algún tipo de subsidio, serán los supuestos beneficiarios quienes terminarán pagando la factura mediante la rendición total de sus datos e información personal.

Tecnología, sí. Oligopolios, no

Para quienes crean que la pandemia es un fenómeno espontáneo, el desarrollo de enormes constelaciones en OTB no guardará relación alguna con el emergente orden de base tecnológica. Es cierto que el internet satelital brindará más oportunidades a poblaciones marginales y empobrecidas para integrarse a la economía digital. También es cierto que millones de adolescentes y jóvenes podrán disfrutar sus videojuegos con más cuadros por segundo y mayor resolución gracias al ídolo de multitudes, Musk, y al líder supremo Xi. Sin embargo, quienes consideran que la pandemia ha sido la excusa perfecta para reconfigurar la estructura política y económica vigente, la provisión de este servicio solo es un componente más del modelo de digitalización y automatización que impondrá costos punitivos a la privacidad y libertad de todos los seres humanos.

La economía digital se sostiene mediante una serie de tecnologías, servicios e infraestructura controladas por un puñado de propietarios y desarrolladores. Quienes controlen los activos físicos y digitales del emergente modelo económico controlarán los datos, y quienes controlen los datos, controlarán todo, no solo el mercado. Bien lo sabe el equipo de la red social Parler y algunos ciudadanos chinos que escapan de la muralla digital de internet en su país. En este sentido, la actual carrera espacial protagonizada por Space X, China, Blue Origin y compañía exhibe el mismo patrón observado en otros sectores tecnológicos: pocos competidores y altísimas barreras de ingreso (i.e. competencias técnicas, financiamiento y contactos políticos al más alto nivel) que derivan en mercados oligopólicos.

Por ejemplo, en el último tercio de 2020, el mercado global de equipos 5G estaba dominado por las empresas chinas Huawei y ZTE Corporation con 30% y 11% de participación, seguidas por Nokia y Ericsson con 15% y 14% respectivamente. En el mercado de servicios de nube (Cloud Computing) Amazon Web Services controla 32%, seguida por Microsoft Azure con 20%, Google Cloud, 7%, y la china Ali Baba con 6%. El mercado de teléfonos móviles lo lideran Samsung y Apple con 29% y 27% respectivamente y las empresas chinas Huawei y Xiaomi con 10% cada una. Lo mismo se observa en el mercado global de computadoras portátiles con otra empresa china, Lenovo, capturando 25% de la torta, seguida por las firmas estadounidenses Hewlett Packard, Dell y Apple con 21%, 16% y 8% respectivamente.

El patrón se repite a nivel nacional. El servicio de telefonía móvil en EE. UU. está dominado por Verizon, AT&T y T-Mobile con una participación de 42%, 29% y 27% respectivamente mientras que en China comandan China Telecom, China Unicom y China Mobile. La historia se repite en el Reino Unido, Francia, Alemania y demás países: tres o cuatro empresas controlando más del 70% de mercados de productos y servicios tecnológicos, lo que configura oligopolios de facto. Las empresas chinas se someterán a los dictados del PCCh mientras que las de Occidente continuarán acumulando poder económico mediante sus rentas y poder político mediante la filantropía. Más aún, mediante atractivos incentivos –donaciones, salarios, cargos, becas, condecoraciones, cobertura mediática entre otros– continuarán alquilando operadores políticos en organismos supranacionales, partidos políticos, medios de prensa, universidades, ONGs y cualquier otra organización que sea funcional a sus intereses. A los rebeldes solo les esperará la ley.

La emergente economía digital continúa debilitando el modelo capitalista. “A mayor inversión, mayor crecimiento” fue la lógica que permitió el surgimiento de gigantes corporativos cada vez más ávidos de recursos para mantenerse rentables y competitivos. Las empresas estaban obligadas a invertir en factores de producción: capital (i.e. infraestructura y equipos), tierra (i.e. terrenos) y trabajo (i.e. mano de obra), pero fueron las innovaciones constantes y disruptivas de “Big Tech” las que modificaron gradualmente el modelo dominante de los últimos dos siglos. A medida que más actividades e intercambios económicos se digitalizaban y más procesos se automatizaban, los factores de producción físicos comenzaron a perder relevancia. La información – variable que

Friedrich Hayek consideró inmanejable por su complejidad y volumen y por nuestras limitaciones cognitivas para procesarla y aplicarla comenzó a ser recolectada y sistematizada por potentes procesadores e ingeniosos algoritmos que hoy toman algunas decisiones por nosotros. La mano ya no es invisible y el vertiginoso desarrollo tecnológico abre la posibilidad –teórica y técnica- de impulsar la transición desde el libre mercado hacia un modelo de planificación central completamente automatizado. Es un cambio de paradigma en el que los datos se convierten en el activo principal y el ser humano pasa a ser otro elemento indistinto y cuantificable del sistema (i.e. Internet de todas las cosas), en línea con la Teoría Red-Actor elaborada por los sociólogos franceses Bruno Latour y Michel Callon.

El siglo 20 fue un período marcado por dos guerras mundiales, la Conferencia de Paz de París (1919) y Bretton Woods (1944) que establecieron los fundamentos organizacionales e institucionales de dos estructuras de poder mundial. El siglo 21 nos ha dado una pandemia y el Gran Reinicio para cumplir el mismo objetivo. Sin embargo, los actores y propósitos del proceso de reingeniería política, económica y sociocultural actual son diferentes. Mientras China aprovechó la pandemia para fortalecerse, los estados-nación occidentales han cedido protagonismo (y poder) a un exclusivo club de multimillonarios con complejo mesiánico cuyo Plan Marshall hoy conocemos como Cuarta Revolución Industrial. Como toda “revolución”, esta no persigue la preservación y reconstrucción de los estados-nación sino la completa destrucción de su soberanía y autodeterminación mediante una creciente dependencia de la infraestructura, productos y servicios tecnológicos que desarrollan y controlan. Se disfrazaron de fundaciones y foros internacionales para ocultar sus verdaderas intenciones y formar, en términos de Douglass North, “coaliciones dominantes” esquivas a la transparencia, rendición de cuentas y contrapesos de poder. Son, en resumen, quienes crearon los problemas para ofrecernos su solución: la gobernanza global.

Ya Locke advirtió sobre los peligros del Leviatán hobbesiano. La oposición no es a la tecnología –bienvenida cuando sirve a la humanidad sin deshumanizarla– ni a las millonarias rentas generadas por quienes las desarrollan, sino al poder total que deriva en corrupción total. A lo largo de la historia, los imperios perduraron gracias al control que ejercieron sobre las poblaciones, recursos naturales y rutas comerciales conquistadas. En tiempos donde los datos son el principal recurso y sus redes de transmisión, gestión y almacenamiento, las nuevas rutas de comercio, los oligopolios de telecomunicaciones e internet satelital plantean serias amenazas a la libertad individual y a la soberanía nacional. Si pensábamos que los mecanismos de vigilancia y control se limitarían a la tierra hoy sabemos que, desde el cielo, cientos de miles de satélites extenderán estas funciones en todo el planeta. No nos quedará nada, pero seremos felices.

* Este artículo forma parte de Pandemonium III: La tormenta Perfecta.

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Miklos Lukacs de Pereny es PhD en Management de la Alliance Manchester Business School, University of Manchester, Reino Unido. Ha sido profesor de las universidades de Essex, Manchester y ESAN Graduate School of Business. Actualmente se desempeña como Profesor Principal de Ciencia y Tecnología en la Universidad de San Martín de Porres en Lima, Perú. Ha participado como expositor en conferencias académicas en Brasil, China, Cuba, Francia, India, Indonesia, Inglaterra, Perú y Suecia. Sus temas de investigación son las tecnologías convergentes, filosofía de la tecnología, ética aplicada y filosofía política.