
Una ciudad sitiada, un Gobierno que huye y los sublevados a punto de dar un golpe casi definitivo si logran tomar la capital. Son los primeros días de noviembre de 1936 y todos creen que la Guerra Civil puede acabar en cuestión de semanas. O incluso de días.
El general Varela penetra con 5.000 hombres en la Casa de Campo y amenaza un Madrid en el que muchos aguardan su liberación.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraEl Gobierno de la República, ya camino de Valencia, lo ve inevitable. En Madrid queda la Junta de Defensa, encargada de repeler la ofensiva del ejército nacional, mientras que la consejería de orden público -con Santiago Carrillo al frente- es la responsable de la seguridad ciudadana.

Las primeras bombas en la Casa de Campo precipitan la reunión entre Carrillo y los agentes soviéticos enviados por Stalin. El joven comunista asturiano, militante de las Juventudes socialistas Unificadas, decide trasladar a los presos -militares, profesionales, profesores, estudiantes, abogados, escritores… todos ellos desafectos a la República- de la cárcel Modelo -a escasos metros del frente en el parque del Oeste- por miedo a que se unan a los nacionales.
¿Sólo por miedo? Ni mucho menos. La causa principal es el deseo de aniquilar al enemigo. Es lo que asegura el historiador Luis E. Togores. «Los comunistas siguieron la lógica revolucionaria: ¿para qué llevar a los presos a Valencia si son contrarrevolucionarios en potencia? Mejor matarlos, es lo mismo que hicieron en Katyn. No olvidemos que el comunismo ha asesinado a 100 millones de personas», declara a Actuall.
Sorpresa en la fosa número seis
Pero el traslado, ya se sabe, es mortal: en la madrugada del 7 de noviembre son fusilados en Paracuellos de Jarama los presos del primer convoy procedente de la Modelo. Más tarde corren la misma suerte reclusos de otras cárceles como las de San Antón, Ventas o Porlier. Diversos estudios historiográficos sitúan en 4.000 el total de las personas asesinadas.
Muchos de los que fueron camino de una muerte que ya intuían segura lo hicieron rezando, portando rosarios o medallas de la Virgen, en fin, cada uno se encomendaba a su santo. Las pruebas materiales han sido desveladas en un reciente trabajo («Paracuellos: las pruebas balísticas del genocidio») del profesor de la Universidad CEU San Pablo, Jesús Romero Samper, y el historiador José Manuel Ezpeleta.

Si las balas y rosarios han sido hallados tanto tiempo después es en gran parte debido a los conejos que hoy pululan por la zona y se dedican a excavar en cualquier parte. Así ha salido a la superficie objetos religiosos de lo más variado. Los que se aportan en estas fotos corresponden a la fosa número seis, es decir, en la que fueron sepultados los fusilados entre el 1 y el 4 de diciembre de 1936. En estas dos fotografías aparecen varios rosarios -uno de ellos con la imagen de una Inmaculada-, además de crucifijos.
80 años después el cementerio de los mártires de Paracuellos de Jarama pasaría casi desapercibido si no fuera por la gran cruz blanca que asoma del cerro de San Miguel. La sobriedad domina el camposanto, donde las fosas comunes siguen intactas. Y así deben seguir, en opinión de la mayoría de los familiares de las víctimas que cada 7 de noviembre acuden a la misa en memoria de los caídos.
Paz, piedad y perdón
Eduardo González es nieto de un capitán guardia civil, militar de profesión, que acabó sepultado en Paracuellos de Jarama. Manuel López García fue detenido en Madrid por milicianos en septiembre del 36 y llevado ante la dirección general de seguridad, que decidió su ingreso en la cárcel Modelo. Más tarde, el 15 de noviembre, fue trasladado a la cárcel de Porlier. Y de ahí a Paracuellos.
Casado y padre de tres hijos, participó en la defensa a punta de pistola de algunas de las iglesias asaltadas en los años 30. «Mi abuelo lo único que hizo fue trabajar por España, la justicia y el orden, era católico y defendió la libertad y la justicia, por ello fue asesinado por Carrillo», declara Eduardo González a Actuall.

Para salir adelante en el Madrid rojo la abuela de Eduardo González tuvo que bordar insignias para los republicanos. Más tarde las cosas no serían más fáciles: al marido de Buenaventura Ramos no le fue reconocida la «muerte en acto de servicio», por lo que la pensión que le quedó fue insuficiente, más aún tras perderlo todo durante los saqueos del Madrid rojo.
Sin embargo, Eduardo González prefiere hablar de perdón y no de venganza. «Yo he perdonado, pero no olvido. He visto a mi madre sufrir durante toda su vida por la ausencia de su padre. No es justo que mientras muchos españoles murieron asesinados en Paracuellos de Jarama, su asesino, Santiago Carrillo, viviera como un héroe. Pero cuando murió Carrillo recé por él, para que el Señor en su infinita misericordia le haya perdonado todo el mal que hizo a tantas familias».
De paz, piedad y perdón también habla Marcial Cuquerella, cuyo abuelo corrió el mismo destino que el de Eduardo en el otoño de 1936. José Cuquerella Moscardó, sobrino del coronel -y luego general- Moscardó, héroe del Alcázar de Toledo, «fue fusilado por ser capitán de infantería de marina», sostiene.
«No olvidamos no por rencor, sino por el ejemplo que nos dieron los que murieron. Hemos perdonado y cuando murió Carrillo todos rezamos por él», dice un nieto de José Cuquerella
Pero al capitán Cuquerella no sólo lo detuvieron por militar, aclara su nieto 80 años después, sino porque se negó a jurar la Constitución de 1931 por su contenido ateo.
Además fue presidente de la Asociación de Familias Cristianas de Castilla-La Nueva. “Mi abuela sacó adelante a sus cuatro hijos fregando escaleras. Vivieron con esa historia presente, y eso se reflejó en el carácter de mi padre”, afirma Marcial.
Carrillo es culpable: lo dice hasta Preston
En esta historia también se conjuga el perdón con la memoria. «No tenemos derecho a olvidar porque la gran mayoría son mártires, y no olvidamos no por rencor, sino por el ejemplo que nos dieron los que murieron. Hemos perdonado y cuando murió Carrillo todos rezamos por él», dice el nieto de José Cuquerella.

Porque a estas alturas la responsabilidad de Santiago Carrillo en las matanzas de Paracuellos de Jarama está fuera de toda duda. «Hasta Paul Preston reconoció en «El Holocausto español” que Carrillo fue responsable», asegura el historiador Togores.
El historiador José Manuel Ezpeleta es uno de los máximos expertos en las matanzas de Paracuellos de Jarama. Fue vocal de la Hermandad de Nuestra Señora de Paracuellos, y a él también le mataron a un abuelo.
«Yo no tengo que perdonar a nadie, porque en el año 1936 yo no vivía, otra cosa es que los familiares tras la guerra hubieran perdonado. En mi casa no se hablaba sobre ello al igual que en cualquier otra en la que hubiera habido asesinatos».
A su juicio el problema 80 años después es que «desde la llegada al poder de Zapatero, España, que había perdonado, ha vuelto a revolver todo aquello. El pueblo español es muy puñetero y dado a destruir la historia, con la diferencia de que ahora lo hacen los nietos, que no tienen ni pajolera idea de lo que ocurrió», dice Ezpeleta.