Xi Jinping, presidente del partido comunista chino, quiere controlar a la Iglesia católica
Xi Jinping, presidente del partido comunista chino, quiere controlar a la Iglesia católica

El sábado pasado, el Papa Francisco finalmente cedió. Después de muchos meses de aplazamiento tras aplazamiento, terminó por aceptar al candidato del Partido Comunista Chino (PCCh) para obispo de Shanghai, un obispo llamado Joseph Shen Bin.

Shanghai, la diócesis más importante de toda China, fue en su momento la sede del cardenal Ignatius Kung Pin-mei (1901-2000), uno de los obispos más heroicos de la historia reciente. El cardenal Kung pasó tres décadas en una prisión comunista (1955-85) por negarse a doblar la rodilla ante el ateo PCCh y había sido nombrado cardenal en secreto por el Papa San Juan Pablo II en 1979. Fue exiliado en 1987 y pasó el resto de sus años en Estados Unidos.

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Ahora la catedral de Shanghai está ocupada por un hombre que tiene un largo historial de estrecha colaboración con el PCCh y sus organizaciones «católicas» de fachada. El obispo Shen fue durante muchos años vicepresidente de la cismática Asociación Patriótica Católica China, y el año pasado fue designado por el PCCh para dirigir algo llamado «Colegio de Obispos Católicos Chinos», una falsa conferencia episcopal bajo el control del Departamento de Trabajo del Frente Unido. En otras palabras, independientemente de sus ideas, Shen es un servidor fiel y de confianza del PCCh.

¿Cómo se llegó a este punto? No queda duda que fue cuando se firmó el, aún secreto, Acuerdo Sino-Vaticano en 2018. Siempre ha existido el rumor que al PCCh se le permite seleccionar a los candidatos para ocupar las docenas de sedes vacantes de China, relegando el papel del Papa a un mero respaldo a la elección del PCCh. En el mejor de los casos, se pensaba que el acuerdo otorgaba al Papa el derecho a vetar a los candidatos inaceptables, obligando al PCCh a designar a otro candidato más aceptable. No muchos se percataron que, incluso en el momento en que se firmó el acuerdo, los funcionarios chinos sugirieron que el apoyo del Papa sería una mera formalidad. El Papa no debería tardar mucho para aceptar a nuestros candidatos, advirtió un funcionario, o nos veremos obligados a seguir adelante sin él.

El Papa Francisco se opuso enérgicamente a esta interpretación, proclamando repetida y enfáticamente que «El Papa elige a los obispos». Sin embargo, este nombramiento del obispo de Shanghai demuestra que eso no es cierto en ningún sentido real.

La llegada del obispo Shen a Shanghai en abril de este año -sin consulta previa con el Vaticano- había puesto a la Santa Sede en un dilema. Shanghai ya llevaba diez años sin obispo y había la obligación de nombrar a alguno. Pero si el Papa Francisco rechazaba al elegido por el PCCh, que ya se había trasladado a la residencia episcopal de la diócesis más grande de China, hubiera estado anunciando al mundo que el obispo Shen estaba en cisma y que su enfoque conciliador hacia China no había producido más que fracasos.

Para cualquier observador objetivo, el fracaso del enfoque del Papa hacia China ha sido evidente desde hace mucho tiempo. En su carta del 26 de septiembre de 2018 a los católicos de China, el Papa señalaba que el acuerdo con China tenía como objetivo proporcionar «buenos pastores» para predicar el Evangelio en China y «restablecer la unidad plena y visible en la Iglesia». Pero permitir que el PCCh nombre obispos, sin embargo, prácticamente garantizaba que no serían «buenos pastores».

Por otro lado, los miembros de la Iglesia Católica clandestina en China no querían tener nada que ver con la Asociación Patriótica Católica China (APCCh), controlada por los comunistas. Tampoco confiaban en sus sacerdotes u obispos. En su momento, tratando de tranquilizar a estos millones de fieles católicos, el cardenal Filoni, entonces Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, declaró que ni el acuerdo ni la ley china obligaban a los católicos clandestinos a unirse a la APCCh.

Sin embargo, lo que ocurrió fue exactamente lo contrario, principalmente porque el texto del acuerdo es secreto. Sus términos pueden ser -y de hecho son- tergiversados por las autoridades comunistas ante los católicos chinos como una orden virtual del Vaticano de unirse al APCCh. Y la presión ha crecido tanto que Francis Shuxin An, el obispo oficial de Baoding, China, ha amenazado con negar los sacramentos a cualquiera que no se una a la APCCh.

En otras palabras, el Acuerdo Sino-Vaticano ha permitido’de facto’ a las autoridades comunistas apropiarse de la Iglesia Católica y sus sacramentos en el esfuerzo por controlar a los católicos. Seguramente este no es el resultado que el Papa pretendía.

En su otro objetivo, el nombramiento de obispos, el acuerdo también ha sido decepcionante. En los últimos cinco años, sólo se han nombrado seis obispos nominados por el PCCh y confirmados por el Papa Francisco. Es decir, un promedio de poco más de un obispo al año.

Hay que tener en cuenta que, de las 104 diócesis definidas por el PCC en China, al menos 36 siguen sin obispo. La mayoría de las demás están dirigidas por obispos que se acercan rápidamente a la edad de jubilación, cuando no la han sobrepasado. La aceptación por parte del Vaticano de uno o dos obispos nombrados por el PCCh cada año no compensará en absoluto el continuo desgaste de sus filas, y mucho menos empezará a llenar las docenas de sedes vacantes.

Si el criterio con el que debemos evaluar el éxito del Acuerdo Sino-Vaticano es el nombramiento de «buenos pastores» para ocupar las sedes vacantes de China, hasta la fecha ha sido un fracaso. Esto es cierto incluso dejando de lado la cuestión de la lealtad principal de los nuevos obispos.

En mi opinión, como observador de China, el Acuerdo Sino-Vaticano está siendo utilizado por el PCCh para lograr la lenta decapitación de la Iglesia Católica en China. Ese es sin duda el objetivo de Xi Jinping, un dictador brutal que sigue el mismo patrón que Mao Zedong, Adolf Hitler y Joseph Stalin.

En un discurso pronunciado en diciembre de 2021, Xi dejó claro que pretende poner todas las religiones de China -católica, cristiana, musulmana, taoísta y budista- bajo el control directo del PCCh y hacer que sirvan a sus fines. Cualquier religión que no enseñe a sus miembros a amar al Partido y al socialismo es una religión «atrasada» que realiza «actividades religiosas ilegales», dijo Xi, y será erradicada. Las religiones sólo deben llevar a cabo sus actividades en lugares de culto aprobados y no deben interferir en la vida social ni en la educación de los jóvenes.

Xi Jinping tiene la clara intención de aplastar a la Iglesia clandestina y para ello se sirve del Acuerdo Sino-Vaticano. También está claro que, al impedir que la fe se transmita a la siguiente generación, pretende el mismo destino para el catolicismo en general. Mientras tanto, la Asociación Patriótica Católica China será utilizada para promover los objetivos políticos y la ideología del Partido Comunista Chino, así como al propio «Líder Principal» Xi.

Es más que evidente que el Acuerdo Sino-Vaticano, en lugar de conducir a un nuevo nacimiento de la libertad religiosa para los católicos en China, está siendo utilizado por el PCCh para sus propios fines. Y éstos son, ahora está muy claro, decapitar a la jerarquía eclesiástica ralentizando el nombramiento de obispos y, al mismo tiempo, estrangular lentamente al propio catolicismo.

A pesar de todo esto, el Vaticano renovó el Acuerdo sino-vaticano en 2020 y nuevamente en 2022.

Los diplomáticos del Vaticano siguen intentando salvar las apariencias, reconociendo tardíamente que el pacto secreto «no era el mejor acuerdo posible» y culpando a la «política interna china» de su fracaso. Pero la «política interna» de China no ha cambiado. El Partido Comunista Chino lleva mucho tiempo imponiendo una brutal dictadura de partido único en China y persiguiendo a los creyentes religiosos de todo tipo. El Vaticano lo sabía desde el principio. Han sacrificado a la Iglesia Católica clandestina en China a cambio de nada.

El Papa Francisco seguirá dando el visto bueno a los obispos elegidos por el PCCh. Lo contrario sería admitir que su política en China ha fracasado. Atrapado por su propio acuerdo, el Siervo de los Siervos de Dios se ha convertido, en lo que respecta a la Iglesia en China, en el siervo del PCCh.

(*) Este artículo fue publicado originalmente en inglés en Chinese Communist Party humiliates Pope Francis with Shanghai bishop appointment – LifeSite (lifesitenews.com)

Steven W. Mosher es presidente del Population Research Institute y autor de “The Politically Incorrect Guide to Pandemics”.

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