
No sé cómo no le da vergüenza a una jurista seria y competente como Margarita Robles figurar en nómina de un gobierno de prevaricadores, con un desaprensivo por presidente que es a la Justicia lo que el agua al aceite, pero ya se sabe el refrán: «entre el honor y el dinero, lo segundo es lo primero».
Tampoco es concebible como ha caído tan bajo un diario antaño respetable como El País, de izquierda sí, pero que aún guardaba las formas, para convertirse en un Völkischer Beobachter o -ya que estamos en los fastos franquistas, tan caros a Sánchez- en un Arriba, un Pueblo, una hoja propagandística… Quería emular a Le Monde y se ha convertido en Pravda.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Basta asomarse a El País cada día para ver a un equipo de contorsionistas capaces de retorcer argumentos para decir que lo blanco es negro y que Sánchez es el salvador de la patria. Dos ejemplos recientes. Primero, una jurista (¿?) se marca un artículo de opinión, titulado ¿Qué significa hoy defender la institucionalidad?, de lo más alambicado, para defender a lo indefendible: al fiscal general Álvaro García Ortiz, ese que está imputado por un presunto delito de revelación de secretos contra un particular; ese que ha borrado todos los mensajes en el móvil, antes de que la justicia los requiriese. Se pregunta la autora: “¿quién está defendiendo hoy una virtuosa interpretación de lo institucional? ¿El fiscal general del Estado por permanecer en el cargo hasta que el proceso judicial contra él concluya o quienes defienden su dimisión antes de conocer el resultado de un enrevesado proceso activado con pretensiones más que dudosas?”.
Cuando todos sabemos que, en democracia, lo primero que debe hacer un cargo político cuando le investiga la justicia es asumir su responsabilidad y presentar su dimisión, sin esperar a que la justicia emita su veredicto. Y el fiscal general del Gobierno no puede ser más político, tanto tanto que hasta se puede acceder al cargo desde la puerta giratoria del ministerio de Justicia -véase Dolores Delgado-.
No actuó igual El País con Francisco Camps, el presidente pepero de la Generalitat Valenciana. Exigió su dimisión en una campaña mediática, que incluyó 169 portadas. Camps dejó el cargo, sin esperar el veredicto de los tribunales, y trece años después fue hallado inocente del delito de tráfico de influencias por la trama Gürtel. Habría que preguntar a El País: ¿Quién defendió, en este caso, una virtuosa interpretación de lo institucional?
El segundo ejemplo de El País es la sarta de sofismas e inexactitudes sobre el franquismo con los que un editorial justifica que Sánchez se gaste el dinero del contribuyente en crear un comisionado especial para celebrar el 50 aniversario de la muerte del Generalísimo. Resulta, por cierto, sospechoso que el Gobierno se haya negado a informar del coste exacto que va a tener este nuevo chiringuito.
¿Cuáles son esos sofismas? Estos:
– [El régimen] “situó a la mujer en un lugar subsidiario en la sociedad”. ¿Es subsidiario dedicarse a la crianza y educación de los hijos? Por otro lado, esa misma situación era prácticamente igual en todos los países de Occidente desde 1945 hasta los años 70. Hasta la década de 1960, por ejemplo, la esposa en Estados Unidos no podía abrir una cuenta corriente sin la autorización del marido. Ergo… Spain was not so different.
¿Dice El País todo es por el complejo del actual régimen, que permite (y alienta) que Cataluña se pase por el arco del triunfo las sentencias del Supremo, persiga a los niños que no se escolarizan en catalán o a los médicos que no curan en el idioma correcto?
–“Asfixió cultural y lingüísticamente a las comunidades con una lengua distinta del español”. ¿Se refiere a la Barcelona en la que habitualmente convivían pacíficamente castellanohablantes con catalanohablantes?, ¿o al País Vasco, al que el régimen benefició con largueza apoyando la industria de los altos hornos?, ¿no tenían apellidos vascos los emprendedores de la gran banca? ¿De verdad asfixió el franquismo la Barcelona del boom literario y la gauche divine de los años 60? O ¿El País dice todo esto por el complejo del actual régimen, que permite (y alienta) que Cataluña se pase por el arco del triunfo las sentencias del Supremo, persiga a los niños que no se escolarizan en catalán o a los médicos que no curan en el idioma correcto?
–“Persiguió con ferocidad cualquier alternativa a la heterosexualidad”. Exactamente con la misma ferocidad que en todo Occidente. Y con menos ferocidad con la que actualmente se multa o cancela a quien discrepe de la ideología LGTB o a quien trata de defender a los menores a los que se les facilita la mutilación o la hormonación para cambiarse de sexo.
-”Canceló la vida civil y profesional de los derrotados que sobrevivieron a la victoria franquista en el interior y mantuvo en el exilio a decenas de miles de españoles bajo la acusación de ser antiespañoles”. ¿Se refiere a los derrotados Buero Vallejo, exitoso autor teatral; a Ortega, que pudo regresar en 1945; o a Ramón Menéndez Pidal, director de la Real Academia Española a pesar de significarse como disidente, que desafió al franquismo al negarse a sacar a concurso las plazas de académicos de los exiliados Niceto Alcalá-Zamora y Salvador de Madariaga?
-“La enseñanza estuvo monopolizada por el catolicismo más preilustrado de la Europa contemporánea” El monopolio no es de Franco, por la sencilla razón de que España venía siendo católica no desde el franquismo sino un poquito antes, desde los visigodos (primer Concilio de Toledo, año 589), es decir de siempre. De forma que se puede predicar de España que es católica, igual que las góndolas son venecianas; las matrioskas, rusas; la sardana, catalana o el agua, húmeda. Por otro lado, ese catolicismo fue muy similar al resto de la Europa católica antes del Concilio Vaticano II. La España de Franco compartían las mismas raíces cristianas que ahora se esfuerza en extirpar la Unión Europea.
El mismo catolicismo, por cierto, que fue perseguido con saña durante la II República y Guerra Civil, -gobiernos del PSOE incluídos-, cuando más de 6.800 sacerdotes y religiosos fueron asesinados; las monjas expulsadas de los conventos o violadas; y las momias de los cementerios desenterradas.
Tan solo dice El País una verdad como una casa: “El régimen que impuso Franco a partir de 1939 y hasta su muerte en 1975 extinguió la libertad de prensa y la libertad de expresión —prohibidas por ley— “. Pero en ningún momento se le ocurrió presumir de ser una democracia. En ese sentido no engañaba a nadie. A diferencia del sanchismo, que bajo la apariencia de una democracia formal es una dictadura material. Véase, el acoso al poder judicial, con la proposición de ley con la que pretende blindarse él, su esposa y su hermano. La famiglia, que diría don Corleone.
Y El País trata de justificar, en fin, a Sánchez y su francomanía alertando del peligro del fascismo: “la gravedad de la amenaza regresiva que los autoritarismos constituyen en las sociedades de hoy”. Eso lo dice el BOE de un Gobierno de extrema izquierda, liberticida, aliado de separatistas y proterroristas. Pero el peligro es el fascismo…
El órgano de Sánchez (órgano periodístico se entiende) ve franquistas debajo de las piedras, como el macartismo veía comunistas hasta en la sopa. Unos historiadores (¿?) llegan a decir en otro artículo de El País que el PP tiene un origen posfranquista (la Alianza Popular) en su afán por justificar a Sánchez y a la izquierda y teñir de fascismo a la derecha. Pero se callan que el PP hace tiempo que no es Alianza Popular, en tanto que el PSOE sigue siendo el mismo PSOE de 1934. La paja en el ojo ajeno.
Nada peor que los pelotas. Si Franco tenía el NoDo, Pedro Sánchez tiene El País.