Imagen referencial / Pixabay
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El Gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias nos roba la satisfacción de estar equivocados a todos los que advertimos su deriva antidemocrática. Es una deriva animada por un totalitarismo moderno, cauteloso, experto, que serpentea por los recovecos de la democracia. Un totalitarismo renovado, que mantiene sus esencias, pero que se muestra revestido con nuevos ropajes.

En una sociedad democrática Gobierno y Estado son entidades distintas. El Estado es un conjunto de instituciones, dizquefuncionales, pesadas, onerosas, pero sometidas a una cierta racionalidad. Y tiene vocación de pertenencia; ¡vaya si la tiene! El Gobierno marca la dirección política de los recursos del Estado y está sometido al escrutinio de los apoyos electorales. Este Gobierno busca una confusión con el Estado, adherirse al mismo y servirse de él. Porque, como el Estado, tiene una indisimulada vocación de permanencia. 

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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Para lograrlo, Sánchez y sus bandas han sustituido la realidad con la propaganda. No es fácil, vive Dios, pero aúna las cualidades morales de desvergüenza y amor por el poder por encima de cualquier otra consideración, y profesionales, reconocidas, en personas como Iván Redondo y Miguel Ángel Oliver.  

Uno de los hallazgos científicos de estos dos señores es el de la adhesión inquebrantable de los votantes del PSOE o de Podemos a sus líderes, la impermeabilidad de la realidad a su mirada y la memoria de pez sobre las mentiras del pasado, aunque muchas de ellas se desmientan según las pronuncia uno u otro. 

Pero el Gobierno sabe que su comunicación es más efectiva cuando no se contamina con el “ruido” de la realidad. ¿Cómo va a sustituirla, si no? Por eso ha aprovechado la suspensión del proceso político, este estado de alarma literalmente antidemocrático en que su actuación no está controlada por el Parlamento, para aprobar una ley cínicamente dedicada a luchar contra la desinformación. 

Aparte de algún medio entusiasta, del Gobierno y por tanto de la censura, como es el Huffpost, la propuesta del Gobierno de juzgar él qué es desinformación y qué no lo es, ha sido recibida por los medios con frialdad, si no con una abierta hostilidad. Ya se les pasará. Quitando unos cuantos recalcitrantes, muchos de ellos se darán cuenta de que una democracia no puede funcionar sobre las fake news, que la lucha contra ellas es, por tanto, la lucha contra la democracia, y que este Gobierno, adalid de nuestro amado sistema político, es la institución más indicada para señalar a los mentirosos. Todo ello, mientras riega de millones al duopolio televisivo. ¿Censura? Pero si casi tendríamos que darles las gracias. Yo ya estoy a punto de hacerlo.

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