La crisis del covid, la de Ucrania y el shock de oferta y la inflación generan problemas de abastecimiento.
La crisis del covid, la de Ucrania y el shock de oferta y la inflación generan problemas de abastecimiento.

La conversación común es sobre los precios, que no hacen más que subir. Es lo que llaman inflación, un terminacho que se nos ha hecho familiar. Los precios se aceptan por una especie de ajuste psicológico, determinado por el uso social, la experiencia de que los artículos valen tanto. Desatado el proceso de subida brusca y continua, la reacción de la demanda es la de minorar la adquisición de los bienes o servicios que han subido en demasía. En cuyo caso, la respuesta del oferente es retirarlos del mercado, al menos, por el momento. Este tipo de estrangulamiento, si se reitera, puede derivar en una situación de desabastecimiento de ciertos productos, más psicológico que otra cosa. Todo es parte de los aspectos no económicos de la economía, si es que entendemos, así, los usos sociales.

Para comprar, si no alcanza el dinero disponible, se pide un crédito. Ahora, se nos ofrecen anuncios con esa generosa oferta. Pero, de repente, todo se altera. Cierto es que menudean las llamadas telefónicas, ofreciéndonos inverosímiles “descuentos” de algunos servicios, como la electricidad, pero, la procesión va por fuera. La asombrosa realidad es que empezamos a notar que escasean ciertos productos en los lineales de algunos supermercados. No acertamos a averiguar a qué se debe tan insólita situación.

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Puede ser que, a algunos agricultores o ganaderos, alarmados ante el incremento de sus insumos (energía, abonos, transporte, mano de obra, impuestos, etc.) se lo piensen dos veces. Ya, no les trae cuenta seguir llevando al mercado algunos de sus tradicionales productos. En otros casos, el plazo de entrega de los coches y otros artefactos se retrasa porque al fabricante no le llegan a tiempo todas las piezas. Ante la subida generalizada de los precios, algunos productos no encuentran salida, al decidirse el eventual comprador por opciones sustitutivas más baratas. Por estos caminos, llegamos a mercados enrarecidos, en los que, ahora, no se ofrece todo lo que antes abundaba.

La evolución previsible es que puede llegar el momento en que menudeen las restricciones eléctricas ocasionales. Más grave es que estalle un movimiento colectivo de negarse a abonar las facturas de la energía, contando con que suben, implacablemente, todos los meses. Es una situación de penuria, de momento desconocida.

Se adivina un insólito espectáculo, y no es por alarmar en vano. Algunos espacios de los lineales de los supermercados se verán vacíos. Incluso, aparecerá el aviso de que cada cliente, solo, puede llevarse una cantidad máxima de ciertos productos. Son limitaciones de imposible realización, pero, cumplen una función ante psicológica para la posible escasez. Más corriente es el hecho de la paulatina sustitución de ciertos productos de calidad por otros menos genuinos.

Los procesos anteriores se acelerarán si se introduce la moda de “topar” (fijar, controlar) algunos precios de los artículos más necesarios. De, ahí, a las “cartillas de racionamiento”, solo, hay un paso. Es sabido que el racionamiento desata el mercado negro, esto es, productos, todavía, más caros, asequibles, solo, a una minoría. La inflación se alimenta a sí misma. Como es sabido, ese proceso equivale a una especie de “impuesto de los pobres”. Bueno, ahora, se dice “los más vulnerables”. Por lo mismo que los niños son “los más pequeños”.

También es curioso que el nuevo clima de escaseces ocasionales coincida con los tambores de una guerra civil europea, la de Ucrania, que no lleva trazas de parar. Empero, resulta demasiado simplista imaginar que la inflación galopante sea una consecuencia de ese conflicto. No me pregunten a qué se debe, realmente, porque no sabría qué contestar; doctores tiene la ciencia económica que os sabrán responder.

Amando de Miguel. Artículo originalmente publicado en Actualidad Almanzora

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