En 1980 yo tenía solo 16 años. Recuerdo, sin embargo, que la gesta de Solidarnosc (en español, Solidaridad) –primer sindicato no comunista del bloque del Este- fue cubierta con cierta simpatía por una televisión pública que, ya entonces, y a pesar de encontrarse en el poder la UCD, estaba controlada por la izquierda. La izquierda española de 1980 era menos sectaria que la actual, y aún relativamente impregnada del espíritu reconciliador de la Transición, compuesta por un PSOE que acababa de abandonar oficialmente el marxismo en sus estatutos (1979) y un Partido Comunista de España que, aunque todavía presidido por Santiago Carrillo -señalado por los historiadores como responsable de matanzas en la Guerra Civil (1936-39) y férreo estalinista hasta 1956- se había subido al carro del “eurocomunismo” a lo Berlinguer. La simpatía inicial hacia una Solidarnosc que la izquierda quería interpretar como vanguardia de un “socialismo con rostro humano” se desvanecería en la mayor parte de la prensa española a lo largo de los años 80, cuando fueron trascendiendo hechos como que Lech Walesa era un ferviente católico y padre de ocho hijos, que Solidarnosc no era “socialista con rostro humano” sino totalmente anticomunista, y que la disidencia polaca era apoyada por personajes tan odiados por la izquierda como el Papa Juan Pablo II o el presidente Ronald Reagan.
Los socialistas españoles tenían buenas razones para temer a Solidarnosc. Pues el gran movimiento polaco implicaba, con su sola existencia, la deslegitimación de una izquierda que se había autoconcebido siempre como defensora de los trabajadores. El “Estado obrero y campesino” era rechazado abiertamente por los obreros y campesinos. Y no en un estallido efímero, sino en un movimiento de fondo, perseverante, capaz de pasar a la clandestinidad cuando el general Jaruzelski decretó la ley marcial, encarceló a miles de activistas y ordenó disparar con fuego real contra las manifestaciones (hubo decenas de muertos entre 1981 y 1984, entre ellos asesinatos policiales como el del padre Popieluszko).
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraEn realidad, Solidarnosc no solo tumbó al régimen comunista polaco, sino a todo el “socialismo real”, URSS incluida. Pues sin la deslegitimación de 1979-80, con millones de polacos en la calle para decir “no” al comunismo, no se habrían producido ni el intento de reforma de Gorbachov, ni las “revoluciones de terciopelo” de 1989 (encabezadas nuevamente por Polonia, con las elecciones semi-libres ganadas arrolladoramente por Solidarnosc y la designación de Tadeusz Mazowiecki como el primer jefe de Gobierno no comunista desde 1945). Al no conseguir aplastar a Solidarnosc como había hecho con el levantamiento berlinés de 1953, el húngaro de 1956 o la “primavera de Praga” de 1968, la URSS quedó a merced del efecto dominó desencadenado por Polonia.
La gran aspiración de la izquierda en el siglo XX había sido el socialismo; en 1989, el experimento se saldaba con la autoliquidación del sistema, tras haber dejado decenas de millones de muertos en la cuneta. La izquierda hubiera debido disolverse tras pedir perdón a la humanidad. En lugar de eso, lo que hizo fue reinventarse como “nueva izquierda” feminista-ecologista-indigenista-multicultural, sustituyendo (o, mejor dicho, completando y desarrollando) el marxismo clásico con el “marxismo cultural” o identity politics.
La esencia de la izquierda es el conflictualismo: la interpretación de la Historia como lucha entre dominadores y dominados. Para Marx, los protagonistas del conflicto eran las clases sociales. El marxismo cultural, sin renunciar a la lucha de clases, la completa con la lucha de sexos, de razas, de culturas, de orientaciones sexuales…, manteniendo el esquema de opresores vs. oprimidos. La izquierda no cree en los individuos, sino en las tribus. Necesita dividir a la sociedad en colectivos, considerar opresores a unos y oprimidos a los otros, y lanzarlos a una guerra civil que en principio es moral y social, pero que puede llegar a ser física. Si la izquierda del siglo XX atizó sobre todo el resentimiento de clase, la del siglo XXI alienta el rencor sexual, racial y de género, intentando convencer a mujeres, homosexuales, razas distintas de la blanca, etc., de que son víctimas oprimidas por el “racismo y machismo sistémicos”: en definitiva, por el varón blanco heterosexual. En el caso del ecologismo marxistoide/”sandía” –que no es el único posible- la víctima resulta ser el planeta, amenazado por el perverso capitalismo (olvidando que el socialismo fue mucho más destructor de la naturaleza que el capitalismo desarrollado).
VOX anunció hace semanas su apoyo a un nuevo sindicato que se llamará precisamente “Solidaridad”. No será un sindicato de partido, sino un movimiento independiente cuyo nacimiento ha saludado VOX. El guiño histórico a la resistencia anticomunista polaca parece deliberado. Solidarnosc supuso una formidable deslegitimación de la izquierda del siglo XX: su sistema socio-económico, el socialismo, no había servido para la promoción de los trabajadores, sino para su empobrecimiento, denegación de libertades y hasta exterminio (entre los millones de víctimas del Gulag, el Holodomor y demás masacres hubo muchos obreros). La nueva Solidaridad española pretende deslegitimar a la izquierda del siglo XXI, la izquierda feminista-ecofanática-antioccidental, mostrando que también ha traicionado a los trabajadores.
Al anunciar la aparición del sindicato, el vicepresidente de VOX, Jorge Buxadé, declaró que “los españoles necesitan que acabemos con la confrontación de padres contra hijos, mujeres contra hombres, y que exista un sindicato que responda a una causa común: la defensa de los trabajadores, de la economía nacional, de los pequeños empresarios y de los autónomos”. En efecto, los inventos de la nueva izquierda han lesionado a toda la sociedad, pero especialmente a los más pobres. La clase baja es la más perjudicada, por ejemplo, por la fragilización de la familia (hundimiento del matrimonio, sustituido por la unión libre; aumento de los divorcios), que priva a tantos hijos de la necesaria presencia de ambos progenitores en el hogar; la nueva izquierda ha contribuido a la crisis de la familia con sus leyes de “divorcio exprés”, inseminación artificial de mujeres sin pareja masculina, reconocimiento jurídico de las uniones de hecho (que desincentiva el matrimonio), etc. La ruptura familiar es uno de los principales factores de empobrecimiento económico, fracaso escolar infantil e inadaptación social juvenil.
Si se hace cada vez más difícil formar familias duraderas, es también por la atmósfera de “guerra de sexos” alentada por la nueva izquierda. El feminismo clásico razonable alcanzó sus objetivos hace al menos medio siglo, con la supresión de la discriminación legal de la mujer en ciertos campos. El nuevo feminismo del resentimiento, en cambio, exige asimetrías legales, partiendo de la conceptuación del sexo femenino como víctima estructural necesitada de una protección especial: cuotas preceptivas de representación femenina en profesiones y cargos, tipos penales asimétricos como la “violencia de género” (la cual, por definición, solo puede ser cometida por varones, y comporta penas más graves que la violencia doméstica ordinaria)… La criminalización colectiva de los hombres como “opresores” y “privilegiados” genera un ambiente de desconfianza entre los sexos que dificulta la creación de familias, o favorece su ruptura. Y la más perjudicada por todo esto es la clase obrera. ¿Cuántos trabajadores han pasado por el calabozo a causa de acusaciones infundadas de “violencia de género”? ¿Cuántos han sido privados de sus hijos, o del domicilio conyugal?
El nuevo sindicato no seguirá a los sindicatos de izquierda en su oposición sistemática a las medidas de flexibilización laboral, ni en el abuso del derecho de huelga, con piquetes coactivos y violentos
La nueva izquierda también ha traicionado a los trabajadores de otras formas. Con su política pro-inmigración -controlar la inmigración es “racista”- ha facilitado la entrada irregular en España de millones de extranjeros de baja cualificación profesional, muchos de los cuales, trabajando en negro o hundiendo los salarios, son competencia desleal para la clase obrera nativa, además de consumir servicios sociales sin aportar a su sostenimiento (al trabajar irregularmente o con salarios muy bajos, apenas pagan impuestos directos). Aunque la mayoría de los inmigrantes no son delincuentes, la inmigración ilegal tiene una propensión estadística a la delincuencia superior a la de la población nativa; inmigración incontrolada es, pues, sinónimo de deterioro de la seguridad. Y no en las urbanizaciones de lujo en las que viven los ministros de izquierda, sino en los barrios populares.
La izquierda deja a los trabajadores sin familia, sin seguridad en las calles, a veces sin vivienda (pues protege con sus leyes anti-desahucio a los ocupantes ilegales de pisos)… Los deja también sin patria: la izquierda española ha pactado repetidamente con unos nacionalismos periféricos que impiden la enseñanza en lengua castellana, educan a los jóvenes en el odio a España y apuestan abiertamente por la secesión.
El prurito ecofanático del Gobierno de izquierdas –materializado en el proyecto de Ley de Cambio Climático y Transición Energética más radical de Europa- perjudicará también muy especialmente a la clase obrera. El coche eléctrico es un lujo pijo-progre; el diesel es el combustible del currante. La imposición coactiva y prematura de las energías renovables, combinada con el innecesario abandono de la energía nuclear, conducirá a un rápido encarecimiento de la factura eléctrica, que destruirá empleo y penalizará sobre todo a los más pobres.
La izquierda deja a muchos trabajadores sin empleo, condenándolos a malvivir de subsidios estatales y destruyendo así su autonomía y autoestima. Las tres veces que la izquierda ha pasado por el poder en España desde la Transición (1982-96, 2004-11, 2018-20), ha destruido empleo, dejando al país en niveles de paro muy superiores a como lo encontró: el 22.1% en 1996, el 22.6% en 2011, y en los próximos meses nos aproximaremos al 20%, tras el impacto del COVID y su nefasta gestión por el Gobierno. Los sindicatos y partidos de izquierda combatieron las medidas de flexibilización del mercado laboral introducidas por los Gobiernos de José María Aznar (1996-2004) y Mariano Rajoy (2011-18), cuyo resultado fue la reactivación económica y una notable creación de empleo.
Las primeras declaraciones de responsables de Solidaridad dan a entender que el nuevo sindicato no seguirá a los sindicatos de izquierda en su oposición sistemática a las medidas de flexibilización laboral (han defendido el derecho de las plantillas de empresas a negociar acuerdos empresariales no vinculados por el convenio colectivo sectorial), ni en el abuso del derecho de huelga, con piquetes coactivos y violentos (han pedido que se active por fin la previsión constitucional de una Ley de Huelga, incumplida durante 42 años). Aunque, tratándose de un sindicato independiente, habrá que esperar y ver.
Solidaridad podría ofrecer a los trabajadores estabilidad familiar y concordia entre los sexos, en lugar de victimismo y rencor. Una patria a la que pertenecer y una historia de la que enorgullecerse, en lugar de desintegración nacional y autodenigración histórica (la izquierda enseña a la juventud que el pasado español fue una larga noche de intolerancia, machismo e imperialismo). Seguridad en las calles e inmigración controlada. Reformas que permitan la creación de empleo, en lugar de inmovilismo laboral y subsidios que convierten al ciudadano en parásito del Estado. Realismo energético en lugar de ecodelirio rojiverde.
En otros países, los trabajadores han hecho ya su “Leftxit” en masa. En Polonia ocurrió hace 40 años. España no debe ser la excepción.
Versión española del artículo publicado en la revista polaca Teologia polityczna