Disney ha añadido advertencias a esas películas que hicieron las delicias de tantas infancias, la mía incluida, y que construyeron la marca –Blancanieves, Dumbo, El libro de la Selva, La Dama y el Vagabundo– en las que avisa al incauto consumidor que las obras en cuestión contienen “descripciones sociales anticuadas”.

Hace no muchos años, harta ya de tragarme las películas de estreno que suelen ver, sometí a mis hijos a una sesión triple de cintas antiguas: ¡Qué bello es vivir!, La fiera de mi niña e Historias de Filadelfia. Droga dura en vena.

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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El caso es que les encantó, especialmente al mayor de mis hijos que no hacía más que comentar cómo hemos podido cambiar tanto. Volviendo a verlas yo misma me daba cuenta de que el cine ha avanzado inconmensurablemente en casi todo, desde actuación hasta ritmo, fotografía, guion… Todo, menos en mensaje, que es hoy sólidamente negativo y absolutamente alejado de la realidad antropológica observable a simple vista.

Mi hijo, entusiasmado, se propuso ver tantas cintas de ese tiempo pasado que nos dicen que fue espantoso y que a él le parece luminoso, pero se topó con problemas casi insuperables. Han desaparecido. Netflix tiene un apartado de ‘Clásicos’, que si eso son clásicos, las películas que yo veía de niña son directamente el Paleolítico Superior. Y les juro que todas eran habladas y la mayoría, en color. Hay prisa por hacer desaparecer el pasado por el «agujero de la memoria» de 1984.

Hay un esfuerzo consciente por eliminar el pasado, y de modo muy especial el pasado reciente, el de nuestros padres y abuelos, quizá para que sea imposible establecer comparaciones. De la historia de ayer parece importar solo lo que pueda hacer de ella un apólogo moral en apoyo de la ideología omnímoda que reina hoy en todo Occidente, ese Hitler omnipresente, ese Franco hasta en la sopa.

Blancanieves aparece rogando cantarina que aparezca el amor de su vida, intensamente heteropatriarcal. ¿Una mujer rezando por encontrar un hombre? Eso no se puede consentir, de ninguna manera

Observamos a diario cómo el PSOE, por poner un ejemplo, se atribuye todos los avances sociales y políticos habidos y por haber, sin que muchos le tosan o les recuerden que, en no pocos casos, se deben a esa denostada dictadura que esgrimen como el coco cada vez que quieren movilizar a sus bases.

¿Quién fue Miguel Ángel Blanco? La mayoría de los jóvenes nunca han oído hablar de él, pero sí de las Trece Rosas. En un ‘reality’ español aparecían los concursantes discutiendo sobre el muro que separaba el mundo libre del comunista hasta hace ahora treinta años, y la ‘enterada’ del grupo explicaba paciente que era un muro que separaba en América a los ricos de los pobres y que hubo una revolución y los pobres lo echaron abajo. Recuérdenme por qué la Celaá está tan empeñada en que todos los niños aprendan del mismo libro.

Por supuesto, el prototípico “cómo hemos cambiado” se hace patente viendo las viejas películas de Disney, esas que convirtieron a la productora en el actual imperio. Blancanieves, por ejemplo, aparece rogando cantarina que aparezca el amor de su vida, intensamente heteropatriarcal. ¿Una mujer rezando por encontrar un hombre? Eso no se puede consentir, de ninguna manera. Blancanieves tiene que empoderarse, trabajar como ejecutiva en cualquier empresa woke y ser muy consciente de que una mujer necesita a un hombre “tanto como un pez necesita una bicicleta”, por repetir la frase de Gloria Steinem.

Por no hablar de que el Principe Encantador (con ese nombre ya podrá) le besa sin rellenar los consabidos formularios de consentimiento informado. Me imagino a las activistas del #MeToo haciendo cola en la casita del bosque para animarla a presentar una demanda en los tribunales y contar su drama en Oprah.

Hace tiempo que las viejas películas de dibujos animados de Disney reciben críticas de los espíritus puros de la modernidad por todo tipo de imperdonables pecados, como racismo: la descripción del orangután Rey Louie en El Libro de la Selva, por ejemplo, o los gatos siameses de La Dama y el Vagabundo, que despliegan todos los estereotipos sobre los insidiosos orientales. De hecho, en la película con personajes reales que Disney hizo con el mismo guión, la canción de los gatos siameses ha sido convenientemente retocada.

Es fama que el dictador comunista camboyano Pol Pot, líder de los ‘Jemeres Rojos’ (miembro de una familia de la nobleza y licenciado en la Sorbona, faltaría más), decretó el Año Cero, el año en que empezaba la historia, condenando al olvido toda la historia anterior a su gloriosa aparición en una simbólica y gigantesca quema de libros.

Pol Pot era, naturalmente, un principiante, un amateur. Debería de haber sabido que, de esa manera, todo el mundo tendría curiosidad por ese pasado que se convertía ante sus ojos en humo y cenizas. Es mucho más inteligente el sistema moderno, que no avisa de lo que va a hacer, simplemente mutila, esconde, cambia, tacha, borra o hace casi imposible hallar lo que podría hacernos dudar de que vivimos en el mejor de los tiempos posibles.

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