Como pasa con todas las modas, la de incorporar palabras sonoras al vocabulario corriente es algo que se impone por imitación de las lenguas de prestigio. Durante mucho tiempo, el idioma venerado fue el francés; ahora, lo es el inglés.
Valga un recuerdo personal, uno de los primeros que me asaltó a la mente en formación. Cumplía yo tres años, hijo y nieto único. Nada menos que hice este sensacional descubrimiento: había otras lenguas, aparte del castellano. El caso fue el siguiente, muy significativo en mi vida. Mi padre acababa de volver de la guerra, y volvió cargado desde los frentes con el regalo más preciado que he tenido nunca: un enorme caballo de cartón.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraLo disfrutaba con otros niños del pueblo, dejándoles montar el equino según mis preferencias. Yo presumía del mustango, diciéndole a todo el mundo: “me lo ha traído mi papá de la guerra”. Mi abuelo Amando me replicó: “¿Qué es eso de papá? Es una palabra francesa. Nosotros, los castellanos, decimos padre”. En efecto, sus hijos, siempre, lo llamaron padre y de usted. Esta fue mi primera rebeldía idiomática con la incorporación de un galicismo. Como es notorio, lo de papá y mamá había, ya, fructificado en nuestro idioma y en otros muchos. Tienen la ventaja de que son los primeros sonidos que logra emitir una criatura antes de romper a hablar. Por tanto, los incorporan, de forma natural, muchas lenguas, a despecho del nacionalismo lingüístico de mi abuelo Amando.
Son innúmeras las voces corrientes del español emparentadas con el francés y otras lenguas romances. Tanto es así, que se han incrustado, perfectamente, en el castellano. Por ejemplo, banalidad, de ascendencia francesa, por encima de otros términos castizos, como trivialidad o nimiedad. Es una palabra de prestigio, tras el exitoso libro de Hannah Arendt La banalidad del mal. Se refiere a la barbaridad del holocausto o genocidio de los judíos durante la II Guerra Mundial. El texto se podría haber traducido como La perversión sin sustancia, pero, no es tan sonoro.
No sé de dónde vendrá el sesgo, pero, es corriente que personas empingorotadas digan bajo mi punto de vista. Lo correcto y lógico es desde mi punto de vista. Sin ir más lejos, acabo de oír por la radio a una destacada figura parlamentaria, Gabriel Rufián, quien, por dos veces, en una breve intervención, repitió la muletilla bajo mi punto de vista. La dejó caer con tanta seguridad que me apabulló.
Más que los galicismos, en el español, abundan los anglicismos, de abolengo griego. Por ejemplo, se incrusta en la moda de algunos prefijos. El de macro suena despectivo (macrogranjas) y el de micro produce admiración y respeto (microprocesadores). Conforme a la parla anglicana, se utilizan mucho los prerrequisitos (bastaría decir requisitos, los que son previos a lo sustantivo), los preacuerdos o los ejercicios de precalentamiento.
Algunos prefijos de ascendencia griega se convierten en palabras apocopadas. Así, el súper o el híper, los comercios en grandes superficies, más dotados que las tiendas de toda la vida. Ambas especies conviven con toda facilidad. Bien es verdad que la tradicional de alimentación se llama de ultramarinos. Aludía, quizá, al café o el chocolate.
Hay un prefijo griego que está muy de moda: meta. Su traducción, también, priva mucho en la prosa periodística y política: más allá de.
Diríase que la abundancia de prefijos exóticos en el discurso concede al emisor una suerte de aura de persona ilustrada.
Amando de Miguel, artículo originalmente publicado en Actualidad Almanzora