El pasado sábado asistí con mi familia al espectáculo nocturno del Puy de Fou; había oído hablar del parque y quedé convencido. No es un parque temático al uso, mucho menos es un parque “de atracciones”, porque en el Puy de Fou hay algo atractivo que no es la mera atracción por sí misma. Es la propia historia de España.

Pero como dirían los Golpes Bajos, corren malos tiempos para la lírica… y para la historia. Patrice Gueniffey, un prominente historiador francés lo explica muy bien: “Somos los primeros seres humanos que ya no experimentamos la necesidad de situarnos en el espacio y en el tiempo vinculándonos a algo más grande y más antiguo que nosotros mismos”. Perdemos toda raíz, y no encontramos necesidad alguna de medirnos con la historia; lo que, sin dejar de ser triste, es absolutamente compatible con tener los museos llenos a todas horas; se puede consumir Museo del Prado o cualquier otro museo exactamente igual que consumimos televisión o hamburguesas, contra estas últimas -todo sea dicho- no tengo nada, es más me encantan.

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No es una clase de historia, sino una evocación, una invitación a amar una historia gloriosa.

También es compatible la irrelevancia social de la historia con el atento cuidado del “patrimonio”. Gueniffey lo dice sin pelos en la lengua: “[…] la voz ‘patrimonio’, esta pasión un tanto ridícula por la conservación de los viejos castillos, las viejas profesiones o los viejos cacharros de la abuela. El patrimonio encarna, de alguna manera, lo que queda de la historia cuando ya no hay historia: es la espuma que la marea deja en la arena. No es la historia, sino lo viejo. Nada importa de qué cosa vieja se trate: el viejo folclore, sacado de su contexto y sin orígenes, no tiene otra significación que las apropiaciones individuales de las que se le puede hacer objeto”. Donde dice “apropiaciones individuales” podemos leer “consumo” en el sentido fuerte del término y nos aclaramos.

El patrimonio se convierte así, en una atracción más -más culta ciertamente- pero básicamente muerta; ya no nos dice nada, nuestra vida no necesita saber lo que otros hombres vivieron y porqué lo vivieron; gran parte de la experiencia cristiana que ha marcado el desarrollo de la historia y del arte, de las instituciones y de las costumbres de nuestros pueblos es, en muchas ocasiones, ignorada o vista como algo accesorio y superado. Si visitamos un museo seguimos sin enterarnos de nada. Hemos perdido el espíritu que animó toda una civilización cristiana, pero ¡albricias!, por lo menos, nos hemos dado cuenta de su valor como generador de empleo y desarrollo económico: miles de familias viven de la conservación y explotación turística del patrimonio. No sé qué sería de Castilla León sin su románico y su gótico. Porque, ¡oh, ironías de la historia!, la sociedad que se encierra jueves, viernes, sábado y domingo en discotecas y boites acusa a la época que levantó catedrales góticas de ser oscura. Quizá la historia sirva ya para poco, pero al menos nos hace sonreír.

Pues volvemos al Puy de Fou. El recinto está en obras. De todas las “atracciones” que se van a realizar en ese terreno solo se ha abierto una: un espectáculo nocturno de algo más de una hora de duración. El terreno sobre el que se asienta es amplísimo. Del parking a la grada principal se tardan más de cinco minutos andando. El camino discurre sinuosamente hacia abajo, y de noche se ve, al fondo, esta gran grada que parece una sección de un estadio, flanqueada por dos torres de madera. Gran parte de la extensión está por hacer, pero con los síntomas de la juventud y el vigor; la obra acaba de nacer y hasta el personal que está en taquillas, parking, muchos de ellos jóvenes, se esfuerzan por hacerlo bien y ser agradables. Enfrente de la grada que parece de un estadio se halla el macroescenario, donde se han construido numerosos edificios de cartón piedra, puente con tren, lago con carabela, castillos, palacio andalusí, fortalezas… De noche, con los diversos juegos de luz, una música excelentemente bien escogida, un sonido con un balance que roza la perfección, es toda una experiencia.

Pero no es una clase de historia, sino una evocación, una invitación a amar una historia gloriosa. Los textos son ligeros, etéreos, y acaba siendo más duradera la visión de los trajes, las carrozas, caballos, banderas, cañones, fusiles, etc… Bienvenido el Puy de Fou, por tanto: una invitación a encontrarnos con la historia, y quién sabe, a lo mejor hasta nos sentimos tentados de incorporarla a nuestra vida.

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Pablo Gutiérrez Carreras es doctor en Historia por la Universidad CEU San Pablo y ha puesto en marcha, recientemente, un sello editorial: Ediciones More, que, entre otros proyectos, pretende completar lo que aún queda por publicar de Chesterton en español. Casado, padre de ocho hijos (siete niñas y un niño), escribe también crítica de cine en la página www.pantalla90.es y toca la guitarra en un grupo de versiones pop-rock.