
En nuestro sistema pedagógico progresista, no sé si se enseña a escribir con propiedad. El hecho comprobado es que, en los escritores profesionales, predomina un estilo adocenado y ramplón. No me refiero, solo, a esa degeneración del gusto y del sentido común, que se llama “lenguaje inclusivo”, propio del feminismo imperante, pero, que parece una tacha del retraso mental.
Sin llegar a tanto, muchos plumíferos (realmente, “teclíferos”) a la moda se entretienen, hasta la exasperación, con mayúsculas y acrónimos, especialmente, en los textos reputados como profesionales o científicos. Puede que sea un efecto de la influencia del inglés ubicuo. Recuérdese que, en el idioma de Shakespeare, el pronombre “yo” (I) se escribe con mayúscula. Por desgracia, cuentan mucho las modas, lo que se estila para quedar bien. Por ejemplo, en el lenguaje escrito y oral, se recurre a esa incontinencia del “etcétera, etcétera”, que, incluso, se puede repetir hasta tres veces. Otro caso: carece de explicación el deseo imperante de sustituir el verbo “suponer” por el de “conllevar”, que, en rigor, no son intercambiables. Solo, que “conllevar” parece más refinado. Por la misma razón, en los escritos y parlamentos actuales, estraga el abuso de una voz tan difusa como “ámbito”. La escritura profesional, impresa a partir de teclados, lleva a alargamientos eufemísticos, como “países en vías de desarrollo”, para etiquetar a los países pobres. Otras veces se recurre a acortamientos y apócopes por temor de parecer sospechosos de xenofobia: tal es el caso del “covid-19”, al tener que describir la actual epidemia del virus chino.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraLa influencia del inglés mal aprendido se manifiesta en la profusión de algunas cláusulas inútiles, como “en cualquier caso”, “a mi juicio” o “muy importante”. Confieren al discurso de una suerte de falsa experticia, de ridícula profesionalidad. Puestos a simplificar, del lenguaje, pretendidamente ilustrado, han desaparecido los ordinales más allá del “décimo”. Por ejemplo, se acaba de celebrar por todo lo alto el “40 Congreso del PSOE”. Se lee “cuarenta congreso” y no, como debería ser, el “cuadragésimo”. Claro que peor es que, en el citado cónclave, no se haya visto ninguna bandera española. Lo de pedir a los congresistas que, en posición de firmes, escucharan el himno nacional, suena a sarcasmo. La ausencia de tales símbolos de identificación con la “E” de España es, también, una forma de lenguaje.
Hace más de un siglo, solo, escribían contadas personas; además, tenían que hacerlo a mano. Ahora, la proporción de españoles obligados a redactar un texto corriente es más alta que nunca en la historia, gracias a los cachivaches electrónicos. El teclado se ha hecho universal. Precisamente por eso, tendríamos que ser algo más exigentes con las normas de escritura de palabras (ortografía), acentos (prosodia) o frases (sintaxis). Por desgracia, impera el desorden, disfrazado de espontaneidad. El hecho es que se deteriora la comunicación escrita, cuando más necesaria es. Lo que pasa es que son tantas las formas de degradación actual, que poco importa si se añade la del idioma.
En los escritos actuales, el mayor avance sintáctico sería construir los textos con frases cortas. Un efecto del castellano escrito de todos los tiempos es el gusto por las oraciones largas. No vale la defensa de que “es, así, como se habla”. La escritura tiene otras reglas, que, hoy, son más necesarias que nunca. La razón es que los escritos de todo tipo suelen servirse de un teclado. Lo malo es que esa posibilidad técnica acentúa la tendencia nefasta de recurrir a las frases sesquipedálicas.
No he logrado convencer a nadie de la disciplina de escribir con frases que, entre punto y punto, no superen las 30 palabras. Añado que los párrafos no deben pasar de las 30 líneas, ni los capítulos de las 30 páginas. Pocos libros, en castellano, se escriben con tales normas de contención. Son necesarias porque, en la vida corriente de cualquier profesional, es imprescindible embaularse, cada día, el equivalente de docenas de folios. La lectura diaria de los artículos periodísticos supera esa marca. Comprendo que el idioma castellano se presta a periodos largos, con oraciones subordinadas y aposiciones de todo tipo, pero hay que saber limitar la facundia. Conviene que los escritores se impongan una cierta disciplina para que los lectores no se pierdan en la jungla literaria.
Amando de Miguel. Artículo originalmente publicado en Actualidad Almanzora