El otro día, se le ocurrió a un servidor escribir en twitter que era necesario prohibir a la multinacional de la pornografía “pornhub”. La excusa, era que se había descubierto que difundían vídeos de menores en su página. El fondo de todo, no obstante, era la necesidad de prohibir una lacra que participa –como otras tantas- en la disolución de cualquier tipo de moral objetiva tanto en nuestro país como en el resto de Occidente.
No es mi intención escribir un artículo sobre lo nefasta que está siendo la pornografía en nuestro tiempo. Eso ya lo hizo, en esta casa, el profesor Contreras con mucha mayor brillantez de lo que yo pudiera hacerlo. No obstante, pronto saltaron los sempiternos sofistas de internet para aclararme la inviolabilidad de la libertad individual o mi supuesto parecido a los puritanos que cruzaron el Atlántico, hacia Nueva Inglaterra, hace ya cuatro centurias. El que más me llamo la atención, fue un supuesto católico que me recordó que la virtud es algo “individual” y que no debe ser impuesto. Es realmente llamativo lo simplista que puede resultar la gente en los pozos negros de las redes sociales, donde casi todo el mundo cree que puede hablar de cualquier cosa sin la formación básica necesaria.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Evidentemente, -y así se ha visto desde época de los clásicos- la búsqueda de la virtud o “arethé” es un proceso de lucha contra uno mismo. Ahora bien, esto no significa que los individuos seamos seres aislados, plenamente autónomos y alejados de de cualquier tipo de interacción con lo que nos rodea y quienes nos rodean. El ser humano es un “animal social” por mucho que a liberales y libertarios les cueste aceptarlo. No somos semidioses capaces de, por nosotros mismos, liberarnos de todo lo nocivo de la naturaleza humana y transitar imparables hacia el objetivo teleológico de la virtud. El ambiente resulta verdaderamente clave y lo que se permita en la plaza pública, también.
¿Acaso no desalentaron grandes promotores de la virtud como Catón el Joven o Octavio Augusto vicio tales el lujo innecesario, el juego o las fiestas bacanales? ¿No decían Padres Fundadores como John Adams que la Constitución estaba hecha para gente religiosa o pensaban los miembros de nuestra Escuela de Salamanca –que ahora los libertarios se quieren apropiar- que el deber del buen gobernante era crear el ambiente más propicio para la Salvación de las mayores almas posibles?
El ser humano resulta casi incorregible. Su naturaleza caída es irreversible. Los que han intentado cambiarla han fracasado estrepitosamente y solo han conseguido crear monstruos. El ejercicio más realista que podemos realizar como comunidad es asumir la misma naturaleza humana y crear vínculos trascendentes que permitan domesticarla. Las sociedades más brillantes han sido las capaces de conseguir que sus miembros repriman lo máximo posible los instintos más básicos, más animalescos del ser humano. Estamos, hoy, retornado a un estrato de civilización que no existía en gran parte del mundo desde el paleolítico. El ser humano hace lo qué le da la gana en ese momento, amparándose en la libertad individual y alentado por los servidores de cierto establishment político- financiero, ansioso de crear un consumidor perfecto. Nuestro mundo no es más que un burdo trampantojo. Acaso, ¿creen ustedes que muchos son más libres que un siervo de la Rusia de los zares? ¿Son capaces de salir de ese círculo consumista- placebo que no hace más que retroalimentarse?
Dos cosas son necesarias para intentar recuperar la virtud pública en nuestras sociedades. La primera, radica en modificar el significado contemporáneo de libertad, restaurando el concepto antiguo. El tótem de la “Libertad Individual”, del “yo hago lo que quiero mientras no interfiera en la vida ajena” ya no sirve. Quizás suene muy romántico, sí, pero esa concepción moderna de la libertad nos ha llevado a aprobar el aborto, la eutanasia y romper el modelo de familia tradicional. Esta es la realidad aunque algunos “liberales” quieran seguir viviendo en el siglo XIX.
Por lo tanto, la labor del conservadurismo ha de ser la de “restaurar” la concepción clásica- cristiana de libertad, vista como el camino más noble para llegar a la virtud. La libertad como un medio, no como un fin. El fin, ha de ser la “vida buena”, en la que el hombre consigue llegar a domesticar de la manera más armónica posible sus instintos más primarios. Para los que somos cristianos, la situación más análoga a la ausencia de pecado. Un objetivo imposible por nuestra naturaleza caída pero, no por ello, menos digno de ser buscado.
La segunda, es romper de lleno con la “neutralidad” del Estado, imperante hoy en día. Esa idea de que las autoridades públicas deben ser meras árbitras mientras cada individuo “vive su vida”, siendo cada modo de vida considerado verdadero y legítimo. Todo es relativo y, en verdad, nada importa. Esta concepción del Estado es, amén de nociva, más moderna de los que muchos piensan. Por ello, debemos aprovechar las oportunidades que nos brinda el Estado Administrativo para llevar a cabo un activismo político sin complejo alguno. Tal como hace la izquierda.
Esto equivale a enseñar la noción clásica-cristiana de la Ley Natural y una Educación Nacional en los colegios. Que los niños aprendan a buscar la “vida buena” y cuáles son sus deberes para con la comunidad y, que estos, están al mismo nivel que sus libertades. También, equivale a defender y promocionar ciertos modos de vida y condenar otros. Es decir, desincentivar –e, incluso, ilegalizar- actividades como la prostitución o el juego y premiar con exenciones fiscales y ayudas a aquellos que deciden formar una familia tradicional en estos momentos de invierno demográfico. Implica, también, financiar y defender instituciones que ayudan a la promoción de la virtud pública como las iglesias u otras instituciones con labores caritativas y verdaderamente didácticas. Pero no ha de hacerse con coacción y amenazas como hoy ocurre sino con afán de ayudar, de ser necesario, a instituciones que enseñan valores objetivamente verdaderos y justos y que ayudan a la cohesión comunitaria.
El ejército de enemigos que irán contra esto será numeroso. Y vendrán desde la izquierda como de la derecha. Utilizarán argumentos como la “inviolabilidad” de la libertad individual o, las tesis de lo peor de psicología, diciendo que la prohibición o la desincentivación generan mayor deseo por hacer aquello que se prohíbe o desincentiva y, no erradican su existencia. Entonces, ¿por qué los asesinatos son ilícitos y, aún así, siguen existiendo? Soy consciente, perfectamente, de que desalentar el juego no acabará con el juego. Pero su nivel de nociva influencia en la vida de la gente se verá enormemente reducido. Más, si viene acompañado de incentivos que conciencien sobre sus terribles consecuencias. Vale la pena intentarlo. Aunque tengamos a todos en contra. Vale la pena recuperar la noción de Bien Común. Vale la pena defender lo verdadero, lo justo y lo bello.
Como habrán podido algunos lectores percatarse, el título de este artículo es un guiño al libro homónimo del filósofo católico Alasdair MacIntyre. Pero, a diferencia de la traducción de tal fabuloso trabajo al español, en la que la palabra inglesa after fue traducida como tras con la acepción de “después de”, yo he querido utilizar la otra acepción de tras: “en busca de”. Ese ha de ser nuestro objetivo.