En los hospitales universitarios de Brighton y Sussex han abolido la expresión normal en inglés para dar el pecho, breastfeeding, por la más inclusiva de chestfeeding. Para los que no conozcan las sutilezas del idioma de Shakespeare, en el primer caso se refiere al pecho femenino y, en el segundo, al pecho en general, unisex. Tampoco se habla de «leche materna», sino de «leche humana». La inferencia, naturalmente, es que la mujer que dé el pecho podría identificarse como varón. Un paso de gigante en el avance de la medicina, ¿no les parece?

No es que sea exactamente nuevo. Llevamos ya algún tiempo en que los más ilustrados aconsejan -el paso anterior a imponer- que no se hable de «madre», sino de «progenitor gestacional», o de «servicios perinatales» en un hospital mejor que el más sencillo «Maternidad».

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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Sí, suena todo a una broma que se acaba haciendo pesada de tanto repetirla, carne de meme, ese tipo de noticias que nos encanta compartir con amigos cuerdos para echar unas risas sobre lo enfermo que está el mundo. Pero, créanme, no tiene ninguna gracia.

Naturalmente, eliminar las diferencias sexuales es destruir la familia, un medio de destrucción de la sociedad humana junto al cual el comunismo demente de Pol Pot es una novatada de instituto

Las palabras, el lenguaje, no son inocentes. Es lo que usamos para razonar y para describir el mundo. Cambiar las palabras, distorsionar su sentido, es cambiar la realidad. Confucio aseguraba que el primer paso, antes que ningún otro, para lograr un gobierno armonioso consistía en definir cuidadosa y claramente el significado de las palabras. Y esta lenta pero implacable imposición de nuevos términos tiene una finalidad muy clara: difuminar la diferencia de los sexos, o, lo que es lo mismo, lograr que las palabras ‘varón’ y ‘mujer’ acaben no significando nada.

Naturalmente, eliminar las diferencias sexuales es destruir la familia, un medio de destrucción de la sociedad humana junto al cual el comunismo demente de Pol Pot es una novatada de instituto. Hablamos de la vida humana, del modo en que venimos al mundo, a la ‘fábrica’ natural de los seres humanos. Eso es exactamente lo que está en juego.

Lo que no parecen haber previsto es que su propio argumento destruye otros de sus ‘avances sociales’ de los que no quieren por nada del mundo prescindir. Ya hemos contado aquí antes cómo destruye el femenismo en buena lógica: ¿qué ‘lucha de la mujer’, si no existe una esencia femenina, si no hay algo que podamos llamar ‘mujer’, con rasgos propios e inalterables? Pretender, por tanto, que existe una opresión de la mujer, siendo la mujer una categoría electiva, equivale a decir que hay gente que elige libremente ser oprimida.

Pero también vuelan en mil pedazos la que se ha convertido en causa favorita de los últimos años: la causa ‘trans’.

¿Qué significa “sentirse mujer”, si nada concreto define lo que es mujer? ¿Cómo se responde hoy a esa pregunta?

Todo lo transgénero es el último grito, es la tribu dominante del momento, las víctimas más victimizadas, lo que, en la jerga moderna, significa la más poderosa. Nuestra inefable ministra de Igualdad prepara un proyecto de ley que permitirá ‘cambiar de sexo’ (ya usted sabe a qué me refiero) a menores de edad contra la voluntad de sus padres y a cualquiera registrarse como miembro del sexo opuesto al biológico sin necesidad de contar con la opinión de nadie o someterse al menor cambio físico.

Tiene sentido dentro de esta lógica perversa: si hemos decidido que hay ‘hombres que menstrúan’ o ‘mujeres con pene’, también habrá mujeres con barba que hayan engendrado cinco hijos. Si partimos de que una mujer puede tener pene, ¿por qué habría de tener senos? ¿Por qué iba a tener que maquillarse? ¿Por qué habría de vestirse de un modo estereotipadamente ‘femenino’? ¿Por qué, en fin, no podría llamarse Enrique, ligar exclusivamente con mujeres y ser en todo, en fin, como cinco minutos antes de decidirse a registrarse como mujer, un mero dato burocrático?

Porque, rebobinemos, cuando empezó todo esto, el argumento sentimental con el que se trató de convencernos para que aceptáramos esta transformación seísmica era que estas personas son “mujeres encerradas en un cuerpo de hombre”. ¿Se acuerdan? ¡Qué tiempos aquellos, qué desfasados quedan hoy! Porque, ¿qué significa “sentirse mujer”, si nada concreto define lo que es mujer? ¿Cómo se responde hoy a esa pregunta? Sería horriblemente machista ahora identificar ese ‘sentirse mujer’ con el deseo de maquillarse, llevar vestidos, tener un cuerpo vagamente femenino o una voz y una piel más suave, no menos que asociarlo a unos genitales concretos.

Así que el viejo argumento de la transexualidad, ese deseo de ‘actuar’ y ‘parecer’ como el sexo opuesto, solo puede mantenerse manteniendo los peores clichés del Patriarcado.

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