El Manifiesto Comunista propugna la eliminación de la familia.
El Manifiesto Comunista propugna la eliminación de la familia.

La hostilidad del socialismo hacia la familia viene de tan lejos que ya Marx y Engels recomendaron su abolición en el Manifiesto Comunista de 1848 con estas palabras:

«¿Sobre qué base descansa la familia burguesa en nuestra época? Sobre el capital, el provecho individual. En su plenitud, la familia no existe sino para la burguesía, que encuentra su complemento en la supresión forzosa de toda familia para el proletario y en la prostitución pública. Las declamaciones burguesas sobre la familia y la educación, sobre los dulces lazos que unen al niño con sus familiares, resultan más repugnantes a medida que la gran industria destruye todo vínculo de familia para el proletario y transforma a los niños en simples objetos de comercio, en simples instrumentos de trabajo»

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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Nada de lo que afirman aquí los próceres del socialismo parece ser cierto.

La familia no se basa solamente en el provecho individual. Se basa en el provecho del individuo y del grupo: por eso se ha mantenido a lo largo de los milenios. Es una prueba primigenia de que las relaciones sociales no son juegos de suma cero, como sostienen las supersticiones socialistas. En la familia, como en el mercado, no gana uno a expensas del otro, sino que todos pueden ganar. Por eso es una institución, y por eso ha superado los embates de sus numerosos y poderosos enemigos, empezando por los socialistas. Y hablando de capital, es en el seno de la familia donde comenzamos a acumular el capital más importante, cuyo rendimiento nos beneficiará de muchas maneras en el futuro: el capital humano.

Tampoco es la familia una cuestión de empresarios o trabajadores, puesto que existe en toda la sociedad y en todas las sociedades, como existe su gran aliada, la religión, a la cual también, y no por casualidad, el socialismo en sus diversas variantes rechaza y hostiga.

Otra asociación sistemática del comunismo es la que establece entre capitalismo y prostitución. Dicha asociación es doblemente dudosa. En primer lugar, porque la prostitución es mucho más antigua que el capitalismo. Y, en segundo lugar, porque si hay algo incuestionable es que la eliminación del capitalismo no equivale a la supresión de dicha actividad, como lo prueba su notorio florecimiento en la dictadura cubana.

La demonización del capitalismo empezó señalando a la industria, como hacen Marx y Engels en el Manifiesto Comunista. No tenían razón entonces, como tampoco la tienen ahora las izquierdas que abominan de las multinacionales tecnológicas. Las empresas crean empleo, riqueza y bienestar, y no destruyen a los trabajadores ni a sus familias, sino más bien al contrario, al abrir oportunidades para la prosperidad de todos.

Una imagen particularmente absurda, pero que fue muy cultivada por el antiliberalismo, particularmente en el siglo XIX, pero también después, es culpar al capitalismo de los rigores del trabajo infantil. Como si los niños no hubieran trabajado antes de la multiplicación de las empresas en la economía de mercado. La verdad, por supuesto, otra vez, es lo contrario. Los niños trabajaron duramente, igual que los mayores, a lo largo de toda la historia de la humanidad, y solo empezaron paulatinamente a dejar de hacerlo, precisamente, cuando el crecimiento económico impulsado por el libre mercado capitalista permitió que millones de familias dejaran atrás la pobreza más extrema.

Los “dulces lazos” de la familia, de los que se burlaban Marx y Engels, y tantos otros supuestos progresistas después de ellos, son reales y efectivos, y preservan la dignidad y los derechos de las personas. Por eso mismo son atacados, como las demás instituciones y tradiciones que también protegen la libertad de todos.

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