Nadie lo diría, pero el Cuento de Navidad de Dickens se cuela por un resquicio del guión, después de tres horas y media de crímenes y sordidez, en la escena final de El irlandés, de Martin Scorsese. El malo malísimo, un Robert De Niro despojado de grandeza trágica o del aura shakespiriana que podía tener Corleone en El padrino, un mediocre funcionario del crimen, capaz de pegar un tiro en la nuca a lo más parecido a un amigo que ha tenido, va y se convierte.

Lo hace un poco a regañadientes, confesando sus pecados en el asilo donde apura, en silla de ruedas, el final de una vida patética. Ni siquiera su caída del caballo es una emotiva catarsis como la de Al Pacino en El Padrino III, en la que, con el corazón destrozado, cuenta al sacerdote que llegó a matar a su propio hermano. En El irlandés, por el contrario, el cura del asilo tiene que explicarle a De Niro que arrepentirse no significa sentir, no hace falta que sienta nada especial, sino que haga un acto de voluntad y manifieste sus pecados. Vamos que no es San Agustín, ni -por volver al cine- tampoco Schindler llorando porque no ha sido capaz de salvar a más judíos.

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El resumen de una historia de traición, asesinato, chantaje, robo… no es el mal perpetrado sino el bien recibido

El ciclo mafioso de Scorsese (Uno de los nuestros, Casino y El irlandés) carece de la ternura y la amabilidad de la literatura dickensiana, pero resulta inevitable la asociación de ideas, cuando justo después de confesarle y antes de despedirse el cura la recuerda al irlandés que la Navidad está encima. Podría tratarse de una casualidad del guión pero ¿por qué situar la escena en vísperas de Navidad y no en verano? o -ya que toda la película es el reverso oscuro de la historia de EEUU- ¿por que no en el 4 de julio o en Thanksiving Day?  Intencionada o no, lo que el espectador ve es que El irlandés acaba con una alusión a la llegada del Redentor, justo ante de los títulos de crédito. El resumen, la síntesis de una historia de traición, asesinato, chantaje, robo… una vida que no hay por donde cogerla, no es el mal perpetrado sino el bien recibido. Una odisea marcada por la muerte, termina con un Nacimiento. 

En este contexto, el personaje encarnado por De Niro evoca a Míster Scrooge, el avaro del Cuento de Navidad de Dickens. Cambia el escenario: la América mafiosa en lugar de la Inglaterra victoriana, pero ambos personajes tienen algunos rasgos en común.

Imagen de Mr. Scrooge de Cuento de Navidad

Como Scrooge, el sicario de Scorsese desprecia a la humanidad, y en concreto a los débiles, y no lo hace con palabras, sino con hechos: cepillándoselos a tiros. Como Scrooge, parece materializar la voluntad de poder del superhombre de Nietzsche, que desprecia a los seres inferiores, a los que les falta valor y ambición para dominar a los demás mediante el uso de la fuerza. 

Como Scrooge, está solo, porque los demás son peldaños, no personas. Material de desecho, a los que usar y tirar. Su familia es postiza. Vive como si no la tuviera, y el secreto de sus despiadados crímenes le aleja más y más de los suyos, representados por su hija, silencioso Pepito Grillo, cuya mirada implícitamente acusadora el sicario rehuye.

Pero como hace Dickens son Scrooge, también Scorsese da una oportunidad para cambiar a De Niro, aunque sea casi in articulo mortis.  También a él le visita el fantasma de las navidades pasadas. En el cuento de Dickens es el espectro de Marley, el socio difunto de Scrooge; en El irlandés es el líder sindicalista Hoffa (Al Pacino), su jefe y amigo al que él mismo ha matado, y no se le aparece en sueños pero sí en forma de sutiles remordimientos. Parece como si el fardo de esa culpa le impidiera andar con el bastón, y sufre una patética caída en el pasillo de su casa, donde no hay nadie que pueda levantarle. 

Como el Raskolnikoff de Dostoyevski que quería demostrarse a sí mismo que estaba por encima del bien y del mal, de las leyes que rigen la vida del común de los mortales, también De Niro sufrirá un duro escarmiento y vivirá su Crimen y castigo. La cárcel, la enfermedad, la vejez, y sobre todo el peso terrible de sus culpas.

El fantasma de las navidades futuras es en Dickens la tumba vacía que le aguarda a Scrooge y con ella el olvido más absoluto, pues el odioso personaje se ha quedado sin amigos, no tendrá quien le llore. También el De Niro solitario del asilo de ancianos se enfrenta a su fantasma del futuro cuando elige el ataúd, y mendiga la compasión que él no tuvo con los demás, queriendo reconciliarse con una hija que no le habla. 

El correoso Scorsese no es Dickens ni mucho menos Frank Capra

Al menos James Stewart tiene amigos y una esposa enamorada en Qué bello es vivir (otra revisitación de Dickens, en la que no faltan fantasmas del pasado y tumbas). Pero el correoso Scorsese no es Dickens ni mucho menos Frank Capra. Su historia es más brutal;  su final más seco y desolado; y su personaje, un caso aún más desesperado. Digamos que le pone la salvación muy difícil. Un caso perdido solo apto para el Especialista en ovejas perdidas. o en buenos ladrones, salvados in extremis, a las puertas de la más allá.

El cuento de Navidad de Scorsese no termina con redoble de campanas a lo Capra, ni con alegres villancicos a lo Dickens. Sino con un anciano impedido que pide que no le cierren la puerta de su habitación. La puerta, metáfora de su propio corazón, que por primera vez en su vida, deja abierta.

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Nacido en Zaragoza, lleva más de 30 años dándole a las teclas, y espera seguir así en esta vida y en la otra. Estudió Periodismo en la Universidad de Navarra y se doctoró cum laude por el CEU, ha participado en la fundación de periódicos (como El Mundo) y en la refundación de otros (como La Gaceta), ha dirigido el semanario Época y ha sido contertulio en Intereconomía TV, Telemadrid y 13 TV. Fue fundador y director de Actuall. Es coautor, junto con su mujer Teresa Díez, de los libros Pijama para dos y “Manzana para dos”, best-sellers sobre el matrimonio. Ha publicado libros sobre terrorismo, cine e historia.