Vista de la Cruz de la basílica del Valle de los Caídos / @hospederiavc
Vista de la Cruz de la basílica del Valle de los Caídos / @hospederiavc

En una época en la que no se piden estudios para ser diputado, experiencia laboral para ser ministro o la posibilidad de mejorar el silencio, como único requisito de cortesía, para abrir la boca, la ignorancia es tan atrevida que se cree capacitada para dar lecciones sobre aquello que no solo desconoce sino que carece de menor intención de investigar.

Esto ha explicado durante muchos años la mala reputación del Valle de los Caídos entre nuestros jóvenes -y no tan jóvenes-. Aquellos a quienes ni le habían contado bien su Historia, ni habían tenido el valor de ir a comprobar con sus propios ojos aquel presunto “mausoleo del fascismo” que se escondía bajo la gran cruz del Valle de de Cuelgamuros.

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Pero la verdad no se puede esconder eternamente, siempre termina saliendo a la luz, y para desgracia de nuestro presidente del Gobierno, su vergonzosa revancha contra un régimen que terminó hace más de 40 años no ha hecho más que despertar nuevas inquietudes entre las mentes más abiertas –lo crean o no– de nuestra atrevida juventud española.

Son estos jóvenes, y sus familias, los que en los últimos años han multiplicado exponencialmente las visitas al Valle. Los que han organizado constantes peregrinaciones por el viacrucis que muchos desconocen que se encuentra allí. Los que han incluido en sus trabajo de fin de carrera la verdadera historia que encierra el poblado de los trabajadores que se encuentra en el recinto, la nueva forma de entender la arquitectura que fue necesaria para construir una cruz de dimensiones aparentemente imposibles a los ojos del hombre o el complejo entrelazado de normativas canónicas y civiles que fueron necesarias para dar forma a todo el proyecto ideado en su día por el mismísimo Franco.

Si es la cripta de un dictador ¿por qué no hay estatuas en su honor o alabanzas de su régimen?

El hecho de que desde el fin del confinamiento haya adoraciones eucarísticas en la basílica cada mes, organizada íntegramente por un grupo de jóvenes voluntarios, con la ayuda los monjes benedictinos, y todas las pegas posibles de Patrimonio Nacional, no hace sino reforzar la idea de que esas cuatro paredes esconden no solo un gran tesoro, sino un inconmensurable poder: el poder de la Verdad.

Si el Valle buscaba la humillación de las víctimas ¿por qué tiene inhumados en iguales condiciones a caídos de los dos bandos? Si se construyó con el esfuerzo de prisioneros a punta de pistola, ¿por qué éstos traían a sus propias familias a vivir y ser educados en las dependencias que se crearon para tal fin? Si es la cripta de un dictador ¿por qué no hay estatuas en su honor o alabanzas de su régimen? Si con esta basílica solo se quería exaltar a cierto movimiento ¿por qué los arcángeles que defienden la entrada principal se encuentran en posición de disculpa, al igual que el resto de esculturas de la nave central? Al final va a resultar que no es oro todo lo que reluce, ni verdad todo lo que aparece en un titular.

Al Valle tienes que ir para entenderlo, tienes que dar la espalda a una de las mejores vistas de la sierra de Madrid, para comprender el verdadero lugar que le corresponde a la Piedad en este mundo. Tienes que ponerte a los pies de la cruz más alta de toda la Cristiandad y entender que si es sostenida por las cuatro virtudes cardinales, no es por un antojo del destino. Tienes que adentrarte hasta lo más profundo de la montaña, para encontrarte con ese crucificado medio desnudo, que a pesar de todo lo que le ha hecho la humanidad, está ahí, esperándote, para hablarle de ti al Padre. Tienes que ir a misa, por supuesto, ver cómo cuidan hasta el mínimo detalle estos benditos monjes. Tienes que cerrar los ojos ante la música celestial que cantan los pequeños de la escolanía y tienes que alzar la vista a ese cielo dorado que cubre la cúpula de la basílica con todos esos santos españoles que una vez hicieron grande este país. Descartes tenía razón, porque “para mejorar nuestro conocimiento debemos aprender menos y contemplar más”.

Porque el Valle no es solo un libro de historia, de arquitectura, de derecho, arte, música o religión, el Valle es una lección, un recuerdo de lo que no debió pasar, una disculpa bidireccional que vivirá por siempre en el corazón de la montaña… y de los españoles. El Valle es paz, es silencio, es luz y ahora también, una puerta para la esperanza. Esperanza en un mañana sin odios, sin rencores, sin rencillas personales. Esperanza en una juventud inquieta, sacrificada y perseverante, que busca la verdad y no se deja engañar. Esperanza en un ideal, que por más tierra que se le eche encima nunca morirá, un ideal que un día de malentendidos nos hizo despertar en armas, pero que un día de claridad nos devolverá las alas de la inmortalidad.

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