Imagen de Isabel la Católica en la sede de la Organización de Estados Americanos.
Imagen de Isabel la Católica en la sede de la Organización de Estados Americanos.

Antes de entrar en materia, es oportuno aclarar que cuando la Iglesia eleva a los altares a un determinado personaje se pretenden dos finalidades:

*Presentar un ejemplo de cómo sí es posible vivir la Fe a plenitud.

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*Mostrarle al mundo entero como –a partir de ese momento- cuenta ya con un nuevo intercesor ante Dios.

Así pues, los santos a la vez que nos sirven de ejemplo interceden por nosotros siempre que se lo pedimos.

En el caso de que Isabel la Católica, la madrina espiritual del continente americano, fuese elevada a los altares se producirían varios beneficios.

Por lo pronto se confirmaría el sentido misional de la presencia de España en América la cual no se limitó al descubrimiento y colonización sino que fue más allá al ponerse en marcha la empresa evangelizadora más importante de todos los tiempos.

Una empresa sin parangón de la cual Isabel la Católica fue el motor principal.

Consecuencia de lo anterior sería que los pueblos del Mundo hispánico tomaríamos conciencia de que se estaría santificando a la gran mujer que trajo la Fe.

Y junto con la Fe, Isabel la Católica trajo también una larga lista de benefactores sociales que, al predicar el Evangelio, hicieron mucho bien a los pueblos que habitaban las tierras recién descubiertas.

Grandes benefactores sociales como San Junípero Serra en la Alta California, el Venerable Vasco de Quiroga en Michoacán, el Hermano Pedro en Guatemala y los misioneros jesuitas en las Reducciones del Paraguay.

El caso es que una larga lista de proezas espirituales y materiales no hubiera sido posibles si Doña Isabel no les hubiese dado el primer impulso.

Debido a que los pueblos de Hispanoamérica y Filipinas son católicos, la deseada beatificación de la Gran Reina sería un motivo más para que dichos pueblos fuesen más religiosos y, por lo tanto, se recuperase mucho de lo perdido en estos tiempos de descristianización que estamos padeciendo.

Se reconocería a Isabel la Católica como una gran defensora de los derechos humanos, lo cual es de una gran importancia en una época en la cual los grandes problemas tienen su origen en la falta de respeto a la persona humana.

La deseada beatificación ayudaría a conocer mejor la fuerte personalidad de una mujer santa y de recio temple como también lo fue Santa Teresa.

Otro punto digno de resaltar es que el ejemplo de Isabel como Reina podría ser aprovechado por los gobernantes de nuestra época.

Y es que, ya fuese sentada en el Trono del Alcázar de Segovia o ya fuese viajando a caballo, Isabel dio testimonio de servicio a su pueblo así como de desprendimiento de sus bienes en aras de una gran empresa.

Este ejemplo de servicio y desprendimiento ayudaría mucho a elevar la calidad moral de los gobernantes pues, por desgracia, no son muchos los buenos ejemplos que en nuestros días tienen los pueblos de sus dirigentes.

En fin, consideramos que hacer de Isabel un ejemplo de virtudes es lo mejor que puede hacerse en un futuro inmediato.

Quiera el Cielo que muy pronto se reconozcan las virtudes heroicas de tan extraordinaria mujer y, después de seguir los trámites que exige la Iglesia, podamos venerar en los altares a toda una Santa Isabel de España, cuya fiesta bien podría ser el 26 de noviembre, aniversario de su muerte.

Dios lo quiera.

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Abogado, historiador y periodista. Editorialista de el Heraldo de México (1973-2003). Colaborador de varias revistas mexicanas y españolas. Corresponsal en México de la revista Iglesia-Mundo (1981-1994). Autor de 'La cruzada que forjó una patria' (1976); 'Forjadores de México' (1983); 'Los mitos del Bicentenario' (2010) e 'Isabel la Católica. Su legado para México (2013).