Se dice que el tiempo pasa volando. Hace diez años preparé maletas y dejé España para venir a Ginebra como un joven abogado cuyos planes eran trabajar en el ámbito diplomático y de los derechos humanos. He trabajado en asuntos variados, distintos expedientes y he estado en la primera línea de decisiones importantes que, con nuestro conocimiento y aprobación, o sin ellos, nos afectan. La influencia de las organizaciones internacionales en general, y de la ONU en particular, es muy superior a la que el ciudadano medio cree.

Varios cientos de reuniones, conferencias, negociaciones o charlas informales con gente de más de 150 países después, puedo decir de primera mano que muchos admiran España, aman la gastronomía y están deseando tener un finde largo para ir a disfrutar unos días de asueto, compras o cultura.

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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Lamentablemente, España en el ámbito internacional no siempre está bien considerada y raramente obtiene los resultados o se le da la relevancia que merece su Historia, Cultura o Economía. Ello no es por falta de voluntad o capacidad de nuestros diplomáticos que suelen ser excelentes. El problema, en la mayoría de las ocasiones, está en decisiones (o indecisiones) de España o en “deudas contraídas en Bruselas”.

La relevancia de España como nación soberana e independiente, al igual que el de las otras 150 que tienen presencia permanente en Ginebra debe estar fuera de toda duda. En las organizaciones internacionales se pierde frecuentemente la individualidad o la nación soberana en un todo o en los grupos regionales.

La imagen que tenemos de nosotros mismos en España o que damos al exterior es más negativa que positiva con demasiada frecuencia

Desde un punto de vista puramente práctico debo admitir que es más fácil negociar por grupos políticos o geográficos como la Unión Europea, la Unión Africana, el Grupo Asiático o el Movimiento de Países No Alineados que hacerlo como un país individual. Para eso se debe estar de acuerdo dentro de los grupos y ello implica que los intereses propios en muchos casos ceden a los del grupo.

Lamentablemente, la imagen que tenemos de nosotros mismos en España o que damos al exterior es más negativa que positiva con demasiada frecuencia. Es cierto que las noticias “que más venden” son las negativas y que los medios de comunicación tienen un efecto multiplicador. En muchas ocasiones, las charlas políticas informales versaban sobre el nacionalismo, la probabilidad o el razonamiento jurídico necesario para que Cataluña se separase de España. Ahí me di cuenta de que la gran mayoría de la información que recibían los diplomáticos, miembros de sociedad civil o funcionarios internacionales estaba, en el mejor de los casos, sesgada.

Como muestra podremos recordar un libro sobre las razones para la independencia de Cataluña que enviaron alrededor de 2013 los nacionalistas a los representantes de los países. El libro no estaba en catalán sino en inglés para que los diplomáticos lo pudieran comprender. Cuando buscaban reuniones con los diplomáticos ofrecían muchos más idiomas. El tiempo, los “liberados políticos” y los fondos públicos lo permitían.

En estas páginas ya denuncié que la llamada “diplomacia catalana” ha sido mucho más activa que la oficial española. Pedía “un claro plan de comunicación tanto en España como en la Unión Europea, en la ONU y en el resto del mundo. Todo ello en español, inglés, francés, italiano, alemán, ruso, chino, catalán y en cuantas lenguas sea necesario”. Es un hecho que, en estos últimos años, en Ginebra y en general en medios de comunicación o en el ámbito político, los independentistas y sus aliados han sido mucho más inteligentes y tácticos.

A Ginebra han venido a dar charlas magistrales en la Universidad en eventos relacionados con los Derechos Humanos, a dar entrevistas a medios de comunicación o a reuniones con parlamentarios suizos Puigdemont, Marta Rovira, Quim Torrá, Josep Costa o Anna Gabriel, entre otros. Algunos como Marta Rovira o Anna Gabriel se han establecido de forma permanente y no precisamente “en los barrios humildes”. Anna Gabriel, como ha hecho recientemente Pablo Iglesias, se adecuó a su nuevo destino. Dejó el flequillo y su imagen de antisistema para parecerse a la “mujer modelo y democrática” que quería aparentar.

En un evento que yo moderaba en el Consejo de Derechos Humanos de Ginebra, el presidente de una asociación de empresarios catalanes pidió la palabra y empezó a denunciar de forma vehemente el “genocidio en Cataluña” y como habían afectado a millones de personas las acciones de un gobierno criminal. Supongo que no se esperaba mi respuesta. Aproveché el privilegio de moderador y que no hizo referencias ni al tiempo ni a la Historia y le dije que tenía razón.

Le dije que la región de Cataluña (y subrayé la palabra región) sufrió de forma especial un genocidio de un gobierno y grupos criminales que afectó también a otras regiones en España. Le compadecí por ese genocidio y odio contra la Fe católica y la religión que mi familia también había sufrido en otras regiones de España. Busqué un punto de unión en ese sufrimiento, quema de conventos e iglesias y asesinato de sacerdotes y religiosos para pedirle después que nos centrásemos en el genocidio del que estábamos hablando: el del Estado Islámico contra minorías religiosas como los cristianos y yazidíes en Iraq y Siria. No di la palabra a los panelistas porque era una pregunta fuera de contexto.

Lo mejor vino cuando un guiño cómplice de un diplomático de Europa del Este y una sonrisa de un embajador africano confirmaron que muchos habían entendido lo que acababa de pasar.

Hace unos años cofundé en Ginebra una asociación denominada Coalición Internacional para el Desarrollo – CID, “asociación que tiene como objetivo promover los derechos humanos, el desarrollo internacional, la dignidad humana y el empoderamiento de los ciudadanos de todo el mundo. Queremos que los ciudadanos puedan tomar decisiones informadas y libres sobre los asuntos que más les afectan”.

Desconozco donde estarán las maletas de mi familia dentro de diez años. Lo que tengo claro es que la defensa de principios y valores fundamentales de matrimonio, familia, vida, libertad religiosa y unidad de España es necesaria. En muchas ocasiones, aquellos que promueven agendas contrarias están más preparados, tienen mejores medios y una presencia más determinante. ¿Qué hacemos para cambiar la situación?

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Rubén Navarro es abogado y licenciado en Administración y Dirección de Empresas. Le encanta viajar y comunicarse con amigos de otras culturas e idiomas, además de un buen café por la mañana. Habla inglés, francés e italiano. En Ginebra desde 2011, ha trabajado con diplomáticos, legisladores y ONG en la defensa de la familia, la vida y la libertad religiosa en el Consejo de Derechos Humanos dela ONU. Es autor de un capítulo en el libro ‘La Batalla por la Familia en Europa’, coordinado por Francisco José Contreras.