Joe Biden jura su cargo como presidente del Gobierno de los Estados Unidos
Joe Biden jura su cargo como presidente del Gobierno de los Estados Unidos

La fórmula del juramento presidencial en mi Argentina natal, que con algunos cambios sigue siendo la prescrita por la Constitución de 1853, incluye en sus pocas líneas dos referencias explícitas a Dios: “Juro por Dios nuestro Señor y estos Santos Evangelios, desempeñar con lealtad y patriotismo…. Si así no lo hiciese, Dios y la Patria me lo demanden”.

Lo tuve presente ante el discurso inaugural de Joe Biden, que recordó el Salmo 30 sobre la santidad de Yahvé: “Un instante dura su ira,/su favor toda una vida;/por la tarde visita de lágrimas,/por la mañana gritos de júbilo”. También aludió al libro del Éxodo (7, 13), pidiendo a sus compatriotas que “no endurezcan su corazón”.

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Esto no es inusual. Como escribieron Tevi Troy y Stuart Halpern en el Wall Street Journal, se trata de una larga tradición americana, que incluye a Washington, Jefferson y Lincoln. Veintisiete nuevos presidentes citaron textos bíblicos en sus inaugural addresses, con un total de 64 referencias: “cuarenta y cuatro de la Biblia Hebrea y veinte del Nuevo Testamento. John F. Kennedy, el único presidente católico antes de Biden, hizo más alusiones en un solo discurso que ningún otro: cinco”.

En un mundo donde la política ha crecido a expensas de la fe, y donde encontramos Gobiernos, como el nuestro, de abierta hostilidad a los valores religiosos, siempre es un alivio encontrar, como una luz en la oscuridad, referencias a Dios en los simbólicos compromisos iniciales de los jefes de Estado y de Gobierno de tantos países, empezando por los Estados Unidos, nada menos.

Esas menciones vienen desde antiguo, y ponen reiteradamente el énfasis en la necesidad de un Estado pequeño para preservar los derechos de los ciudadanos

Y allí también podemos descubrir otros motivos para la alegría: las numerosas referencias a la libertad.

Como recordó Ryan Bourne, del Instituto Cato, esas menciones vienen desde antiguo, y ponen reiteradamente el énfasis en la necesidad de un Estado pequeño para preservar los derechos de los ciudadanos. Así habló Thomas Jefferson en 1801: “Un Gobierno sabio y frugal no arrebatará de la boca del trabajador el pan que se ha ganado”.

Subrayó Grover Cleveland en 1893: “El despilfarro del dinero público es un crimen contra el ciudadano: que el gasto público esté limitado… es un claro mandato de la honradez y el buen Gobierno”.

Estuvo claro Calvin Coolidge en 1925: “Las mujeres y los hombres que trabajan en este país son quienes sostienen el Estado. Cada dólar que malgastamos empobrece sus vidas. Cada dólar que prudentemente ahorramos las enriquece. No podemos financiar el país, no podemos mejorar las condiciones sociales, mediante un sistema injusto, ni siquiera si se lo infligimos a los ricos: quienes sufrirán más serán los pobres”.

Y Warren Harding pidió más riqueza para lograr más bienestar social en 1921; George H. Bush, mercados libres para lograr la prosperidad en 1989; y Bill Clinton, competencia libre con todo el mundo en 1993. Por su parte, Ronald Reagan fue explícito en 1981: “El Estado es el problema, no la solución”. James Polk había advertido ya en 1845 sobre el riesgo de que el Gobierno favorezca a monopolios y grupos de interés en perjuicio de la mayoría del pueblo; mientras que Grover Cleveland atacó el paternalismo político como falso patriotismo en 1893.

Dios y la libertad, pues. Convendrá, sobre todo en tiempos de zozobra y desconcierto, repetir el salmo esperanzado: “Por la tarde visita de lágrimas,/por la mañana gritos de júbilo”.

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