Las leyes permisivas con el aborto y la eutanasia suponen una idea sobre el ser humano en la que no se repara lo suficiente. Lo normal es que las discusiones sobre estos dos enormes problemas se produzcan mezclando argumentos biológicos, éticos e ideológicos, cuando lo cierto es que en estos temas la batalla está perdida para la Verdad desde el mismo momento en que hay discusión. El hombre siempre encontrará razones para justificar lo que desea, aunque lo que desee sea abominable. Hay tantos ejemplos en la historia que resulta ocioso enumerarlos.
Como digo, me voy a fijar en la idea de hombre que están suponiendo esa clase de leyes. Esa idea es la de que el ser humano es un ser sin un origen y fin remoto. En una primera impresión esto le asemeja bastante al animal. Fijémonos en primer lugar en la importancia del origen remoto. El animal no necesita de la historia para comprenderse como especie, ni de la tradición para entenderse dentro de su comunidad, ni de las costumbres para saber qué hacer, ni de los hábitos para adquirir virtudes. A la historia, tradición, costumbres y hábitos del animal se le llama genética. Pues bien, cuando la vida del ser humano depende de un consentimiento inmediato, el de la madre en el caso del aborto, lo que se está diciendo es que en el momento en que la madre decide o no matar al nasciturus comienza la vida de la persona. Absolutamente nada remoto a ese instante es importante. Ni la autoridad de Dios que, como creador de todo, está en el origen de esa vida, ni la tradición cristiana que durante más de dos mil años ha rechazado esa abominación, ni las costumbres y el hábito virtuoso de la madre y el padre de sacrificarse, quizás, por un hijo no querido.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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La fotografía del hombre en esta situación es lamentable. No es – y ahora corregimos la primera impresión a la que nos lleva ese tipo de leyes – la de que sea algo así como un animal (que es lo que se ha pensado por el utilitarismo de las ideologías liberales y socialistas); es mucho peor. Ya quisiera el hombre que decide dejar de ser persona ser una foca. Si ello fuera posible hoy, curiosamente, como foca estaría más protegido por las leyes. Pero no, no pasa a ser un animal el hombre que se olvida de su pasado remoto y fin último. Cuando el hombre decide vivir dando la espalda a su dimensión sobrenatural se vuelve inhumano, es decir, deformidad de sí mismo. El animal nace monstruoso por un fallo en su historia, es decir, en su genética. Pero jamás se dirá de un animal que sea un monstruo moral. En cambio, el hombre es el único ser de la Tierra que puede mutar en monstruo naciendo físicamente de forma correcta. Y, así, la ideología que se elabora a espaldas del origen remoto y último del ser humano generará, necesariamente, monstruos morales, seres inhumanos.
Que el arquetipo humano quede limitado al tiempo que media entre dos consentimientos humanos deja al hombre a merced de su origen y fines inmediatos. Es decir, el hombre queda relegado a ser sujeto y objeto satisfactivo inmediato. Si se prefiere, lo monstruoso del hombre le hace similar a una mercancía. Si es que se tiene deseos de tenerle, se decidirá traerle a este mundo, y ello de la misma manera que alguien compra algo porque le apetece. Y, lo mismo que la mercancía, su valor dependerá de los deseos que suscite y satisfaga. De manera que la vida de éxito no será la vida santa, sino la vida más capaz de colmar más apetitos.
Y, claro, en el momento que una vida deje de ser satisfactiva, será obsolescente y, por lo tanto, sustituible o eliminable. Esto es exactamente lo que podemos ver hoy en nuestra sociedad. La exaltación de la juventud, las relaciones personales de usar y tirar, los divorcios, el esfuerzo por llevar una vida a la moda, la exhibición de la vida humana en los escaparates de las redes sociales, etc.
Cada vez estoy más convencido de que existe cierta relación inversa entre el progreso tecnológico y el del ser humano. Es como si a medida que progresase la tecnología el hombre se fuera haciendo más y más inhumano. Es desolador e inquietantemente oscuro y perverso que en esta época quepa una discusión sobre la bondad de la matanza de seres humanos en el vientre de sus madres porque la “modernidad” haya dejado al hombre sin historia, o que haya personas que deciden poner fin a sus vidas porque la “modernidad” les haya arrebatado la esperanza en Dios.
Emilio Eiranova Encinas