Hoy me he cruzado con un comerciante de mi barrio. Su negocio está cerrado, naturalmente. Y él tenía aspecto de estar bastante peor que cerrado. Son demasiados días sin entrar un céntimo en la caja.

Me he acordado de lo que estoy haciendo estos días. Casi cada día. Y me he sentido mal. No tengo la culpa, pero saberlo no me ha servido de nada. 

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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No soy responsable de que, por causa del cierre de casi todo el comercio nacional, me pase el día comprando en empresas radicadas en Estados Unidos o Asia.

No soy responsable pero me he sentido mal al ver la angustia de mi vecino.

Si el arresto domiciliario dura mucho tiempo más, ¿cuántas personas como él, personas que conocemos, que han atendido nuestras necesidades con su trabajo durante tanto tiempo, cuántas se quedarán por el camino?

Estamos reforzando, seguramente de manera definitiva, el monopolio de unas pocas empresas a las que nunca les hemos podido poner cara. Ya, ya sé, competencia, libertad de comercio y todo eso. Pero me sigo sintiendo mal.

Valores

Tampoco ayuda la información que recibimos estos días. Desde las residencias de ancianos (fingimos enterarnos ahora de que son un infierno) hasta los cadáveres que no sabemos ya dónde colocar.

Pero como todas las crisis, esta revela lo malo y también lo bueno:

El estado de alarma pone al descubierto la desarticulación territorial de España, la naturaleza de la Unión Europea, la robustez de la sociedad civil, la vigencia de valores profundos no ideológicos y la índole destructiva de los llamados proyectos de construcción nacional.

Vuelve a dar la talla el sujeto soberano, el pueblo español. Sus sanitarios, policías o soldados están demostrando una disposición, un espíritu de sacrificio y una profesionalidad admirables. También muchas empresas. Son la manifestación de una sociedad dotada de valores que desbordan las adscripciones ideológicas. (Juan C. Girauta: Lo que alarma y lo que conforta)

Valores tan por encima de principios ideológicos que hoy puedes coincidir con personas en las antípodas de tus valores: 

Desde fuera, percibimos la fuerza de España. Los españoles que vivimos en países más poderosos (como EE UU), más ricos (como Australia), más científicos (como el Reino Unido), más tecnológicos (como Alemania) o más igualitarios (como Suecia), envidiamos un hecho diferencial de España: la enorme tensión social.

Esto saca lo mejor de nosotros. España está llena de amplificadores emocionales, como la familia o los amigos, grupos que transmiten la urgencia y la contundencia de las acciones a tomar. Somos una nación de “pequeños pelotones”, que diría Edmund Burke.

Otras sociedades occidentales son más individualistas. Eso les da casas más grandes, pero familias más pequeñas. (Víctor Lapuente: La fuerza de España)

El virus comunista

Gobernar es tomar decisiones. Y nuestro Gobierno no las tomó cuando debía.

Es también tomar las decisiones correctas con el único fin de preservar el bien común. 

Y en nuestro Gobierno se han puesto en marcha iniciativas con un fin únicamente partidista.

Es inviable una coalición en la que el socio se está mostrando desleal no ya al presidente sino al Estado, cuyas debilidades pretende explotar en un momento especialmente dramático. La cacerolada organizada contra el Rey inhabilita a Podemos y a los separatistas como aliados; un Gabinete constitucional no puede depender de quienes se comportan como adversarios del símbolo de la unidad de los ciudadanos. (Ignacio Camacho: Un proyecto caducado)

La depuración de responsabilidades por la gestión de la crisis sanitaria empieza por Pablo Iglesias.

Este señor, su partido y lo que representan no encaja en modo alguno con el modelo de democracia liberal europea del siglo XXI (¡ni con la del XX!), que esa banda de casposos agitadores pretende destruir.

El coronavirus ha irrumpido como un tornado en la vida de la nación y exige cambios inmediatos de modelo. El país ha aceptado con enorme espíritu solidario una suspensión general de derechos, y ese sacrificio requiere contrapartidas de comportamiento en el ejercicio de un poder que debe ser consciente de su limitado crédito. (Ignacio Camacho: Un proyecto caducado)

El modelo de Pablo Iglesias es un Partido Comunista que construye un hospital en 10 días, 1.000 camas, 25.000 metros cuadrados, y lo convierten en un acto de propaganda.

El modelo de nuestra democracia es que en Madrid habilitan un hospital en 18 horas, 5.500 camas, 35.000 metros cuadrados, y convertimos la proeza en atención sanitaria, no en propaganda. 

[El coronavirus] le sirve al cubanófilo con castroenteritis de Podemos o al sanchista con sesgo retrospectivo para cargar contra el neoliberalismo salvaje que ha diezmado el Estado de bienestar y recortado la sanidad pública. Así, una enfermedad nacida en una dictadura comunista gigante se convierte en una prueba de cargo contra el PP. (Jorge Bustos: El virus expiatorio)

Llegó la hora de señalarle la puerta a Pablo Iglesias.

Tres perlas

De muy distinto signo. Tres comentarios que han llamado mi atención por motivos bien diferentes. Te los comparto, por si a ti también te resultan sugerentes.

La nostalgia. Gabriel Albiac:

Una morada solitaria y en silencio puede ser el paraíso. Si la pueblan libros. Pascal y Borges dan versiones, lúcidas y sucintas, de eso. «Yo, que me imaginaba el paraíso / bajo la especie de una biblioteca».

Vivo bajo la plaga igual que he vivido estos años. Mi biblioteca es aceptablemente buena. Y, si me viene el capricho, puedo ser infiel al silencio pascaliano con la universal música que regala la telemática. Nada ha cambiado en mi vida. Salvo el mundo que me rodea. O sea: todo. Básicamente: muere gente. Básicamente: hay responsables de esas muertes. Básicamente: ponen cara de no serlo. (Otro Gobierno)

La impaciencia. Rosa Belmonte:

Deseando ver esto dentro de diez años. Deseando saber qué pasó. Qué demonios está pasando. Quién tenía razón. 

Y, por suerte, viendo también dentro de diez años cómo Cary Grant sube las escaleras de dos en dos y rescata a Ingrid Bergman de la cama. Cómo se la lleva de la casa de Claude Rains, donde su pérfida madre, Madame Konstantin, la está envenenando desde el día de la fiesta. 

Cuando el champán empezó a acabarse y hubo que bajar a la bodega a por más. (Los víricos años 20)

El futuro (tal vez). Esteban Hernández:

A pesar del aislamiento, tenemos lo necesario para superar este momento, desde los bienes esenciales hasta las formas de entretenimiento pasando por el contacto con las personas a las que no podemos ver. 

La pandemia nos ha conducido de golpe hacia todo aquello que nos dijeron que sería la revolución 4.0, la innovación digital, la gig economy. Nos aseguraron que era el futuro, lo que no imaginábamos es que llegaría tan pronto y de esta manera.

Lo que estamos viviendo es un buen ejemplo de lo que significa la economía del contenedor. Es la vida organizada a través de Amazon, Google, Facebook, la propietaria de Whatsapp, Uber o Netflix, entre otras. (El gran dilema de la economía que viene: el coronavirus como ensayo general)

Y tres tuits

También distintos. Y los tres, justo en la diana.

La cita

Gideon Rachman, jefe de política internacional del Financial Times:

Toda mentira que contamos es una deuda a la verdad. Y esa deuda tarde o temprano la tendrás que pagar.

Y la imagen

El Roto:

Comentarios

Comentarios

Jamás pensé que uno pudiera ganarse la vida hablando de la vida de los otros, así que sigo creyendo que no soy un periodista. Dicen que éste, el segundo oficio más viejo del mundo (el que estás pensando es el tercero), se ha profesionalizado. Yo me dedico a intentar disimularlo. Este es mi blog http://mvidalsantos.tumblr.com/