Dos presos musulmanes consultan los horarios de rezos en una prisión española.
Dos presos musulmanes consultan los horarios de rezos en una prisión española.

Las cárceles se han convertido en uno de los principales focos de radicalización, junto a los domicilios particulares, las mezquitas y actividades organizadas para tal fin al aire libre.

El 73,8% de los detenidos en España por delitos relacionados con el terrorismo yihadista se radicalizaron dentro de nuestras fronteras, particularmente en los presidios.

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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En España hay más de 7.000 presos musulmanes y son precisamente estos los más expuestos al riesgo de ser radicalizados. Constituyen un filón para los predicadores yihadistas, una cantera de la que pueden llegar a salir terroristas dispuestos a actuar en cuanto abandonen la prisión.

Tan inquietante es el problema que las autoridades han decidido tomar cartas en el asunto. Desde finales de 2016, un grupo de 300 funcionarios de prisiones voluntarios, formados de forma específica, forman parte del Proyecto Saladino que trata de detectar cualquier conducta o indicio de radicalización. 

De esta manera, se elaboran informes que son remitidos al Ministerio del Interior, evaluados por la Guardia civil y el Centro Nacional de Inteligencia para su clasificación.

Del casi cuarto de millar de presos vigilados por este sistema, unos 125 eran considerados terroristas o presuntos terroristas; algo más de treinta, ojeadores o captadores y el resto, individuos objeto de adoctrinamiento.

En el Reino Unido 1 de cada 4 reclusos en términos generales y el 20% de los recluidos en prisiones de máxima seguridad tiene origen musulmán

Europa despertó tras Charlie Hebdo

El experto del Observatorio Internacional de Estudios sobre el Terrorismo (OIET), Carlos Igualada Torres, describe en un artículo publicado por el Instituto Español de Estudios Estratégicos (Ministerio de Defensa), cómo los programas de control de la radicalización en las prisiones no comenzaron en Europa hasta después del atentado contra la revista satírica francesa Charlie Hebdo. 

Tras la masacre en la redacción de la publicación en enero de 2015, Francia tomó conciencia de que 6 de cada 10 de sus 700.000 presos tenían orígenes musulmanes, circunstancia que elevaba de forma muy significativa las posibilidades de radicalización entre los internos.

Veinticinco imames moderados visitan decenas de cárceles de Francia para contrarrestar la narrativa yihadista

Así comenzaron a desarrollar algunas políticas contra la radicalización. Por ejemplo, en Francia un grupo de 25 imames visita cada semana decenas de cárceles para expandir las interpretaciones menos rigoristas del Islam y combatir la narrativa yihadista.

Sin embargo, no todas las iniciativas están teniendo éxito. El pasado mes de julio Francia anunció el cierre de un centro de desradicalización tras una escasa participación de voluntarios.

Países como Dinamarca, Italia o Reino Unido también han activado protocolos para evitar el radicalismo yihadista en las cárceles.

En el Reino Unido, donde se ha concentrado un número significativo de atentados en los últimos meses, 1 de cada 4 reclusos en términos generales y el 20% de los recluidos en prisiones de máxima seguridad tiene origen musulmán.

Para muestra, un botón. Khalid Masood, responsable del atentado contra el Parlamento británico, del pasado marzo, que causó la muerte de cinco personas, se radicalizó en sus diferentes estancias en prisión.

Khalid Masood, autor de los ataques terroristas en Londres en marzo de 2017.
Khalid Masood, autor de los ataques terroristas en Londres en marzo de 2017.

De Camp Bucca (Irak) salieron 9 integrantes de la cúpula del Estado Islámico y 17 de los 15 grandes líderes de las más importantes organizaciones yihadistas

El avispero de las cárceles tras la Guerra de Irak

El hecho de que las cárceles se hayan convertido en un ecosistema favorable a la radicalización yihadista no es nuevo. Mucho antes de Charlie Hebdo, Occidente era consciente de que estos procesos podían darse.

No en vano, algunas de las prisiones instaladas en Irak por los Estados Unidos tras el derrocamiento de Sadam Hussein se convirtieron en una suerte de incubadora de radicalismo yihadista.

Según detalla Carlos Igualada, determinados errores de los Estados Unidos como proteger únicamente algunos puntos estratégicos o disolver las Fuerzas Armadas (400.000 hombres con preparación militar sin trabajo) fueron foco de inseguridad y violencia en Irak después de la guerra.

Esto, sumado a otros errores llevaron a la población nativa a considerar la presencia extranjera como «un enemigo invasor», la insurgencia fue ganando terreno y se dio un incremento de atentados que precedió a una respuesta basada en el abuso de autoridad.

Las detenciones masivas hicieron desbordar las prisiones, donde se practicaron todo tipo de abusos, como mostraron las filtraciones del interior de Abu Ghraib. Pero también se fomentó, por hacinamiento, la radicalización yihadista en su interior.

Ejemplo de ello fue especialmente el centro penitenciario iraquí de Camp Bucca, de donde salieron 9 integrantes de la cúpula del Estado Islámico y 17 de los 15 grandes líderes de las más importantes organizaciones yihadistas, como Abu Bakr al Baghdadi, su segundo, Abu Muslim al Turkmani o el portavoz del grupo yihadista Abu Mohamed al Adnani.

La confluencia masiva de potenciales terroristas en un mismo lugar convirtió la cárcel en una especie de universidad para yihadistas donde se distinguían grupos por su grado de implicación y se impartían cursos tanto de adoctrinamiento como de fabricación de explosivos o preparación para atentados suicidas.

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