Detalle de un lienzo de la pintora Paula Rego.

La Revolución nos trajo un concepto inexistente en el mundo material o natural y falaz en el terreno filosófico que denominó «igualdad». Al mismo tiempo, divinizó el mundo material y el natural (Darwinismo, evolucionismo) como dogma inapelable y destruyó en nombre de la razón el racionalismo: igualdad venía a significar que «todo da igual», incluso ontológicamente: da igual que un hombre tenga pene y una mujer vagina; da igual que esto sea lo que se ve y se palpa naturalmente; da igual que la razón perceptiva nos diga que es así: para la Revolución es una «construcción social»; lo que traducido significa que es solo una idea subjetiva elevada a la categoría de universal por el mero hecho de que lo dice un sujeto porque lo siente de ese modo. Muy científico todo ello, como pueden ver.

Divinizando la razón (la ciencia) y -seguimos con las incoherencias-, situando el sentimiento como base primera no ya del conocer, sino del ser, la Revolución trastoca toda ley natural y todo derecho, lo cual, como es obvio, es absolutamente irracional. Los revolucionarios se hacen así dueños del Bien y del Mal. Ellos van a decidir a partir de ahora qué es y qué no es. Y lo harán disfrazando sus dictados de «decisión popular democrática». No puedo ser más claro.

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Pero todo esto no es fruto de la casualidad ni de la estupidez de los revolucionarios y sus filósofos. Es fruto de que están al servicio de los mercaderes, de los comerciantes, del dinero. No por otra causa se produce la Revolución de 1789: desechado Dios como cúlmen de la jerarquía social, puede guillotinarse al rey; despachado el rey, pueden hacerse con el poder los amos del dinero. 

A partir de aquí, se trata, como dice Pablo Iglesias copiando a Gramsci, de ir ocupando todos los espacios, mintiendo sin rubor, y «vendiendo» aquello que es atractivo: democracia en vez de dictadura o libertinaje en vez de libertad.

Este planteamiento tenía que alcanzar al mundo del Arte antes o después; la revolución cultural es la clave

Lo hace con el Romanticismo. La destrucción paulatina del concepto de Belleza nos lleva al nacimiento de los «ismos» en pintura. ¿Por qué la pintura se ve tan afectada por esta corrupción? Porque es muy fácil enrollar un lienzo, muchos lienzos, y transportarlos de aquí para allá. La logística es, hoy lo vemos muy claro con Zara o Amazon, un factor financiero de primera magnitud. La pintura como mercancía. Como producto para especular.

¿Qué se necesita para especular? Gestionar la escasez y gestionar el valor. Gestiono el valor diciendo que es más valioso Monet, Van Gogh, Matisse o Picasso que Fortuny, Casas, Nonell, Sorolla, Kramskoi, Repin o Korovin. Promociono al pintor de la locura, Kandinski: sus obras decoraban las chekas. Promociono, en una ceremonia total de la confusión, a charlatanes que tienen que «explicar» su pintura en otro lenguaje, el escrito o literario, con lo cual no han hecho ni pintura ni literatura (véanse los Miró o Tàpies o el propio Kandinski).

Picasso (él mismo lo reconoce) es un caso paradigmático de individuo vendido al comercio: muchísima obra siempre muy original, de mucho valor comercial. Por esto vivió tantos años. 

Un vago como Modigliani tuvo que ser gestionado en la escasez y después de muerto. Un torpe como Van Gogh era necesario que sufriese una leyenda (lean sus «Cartas a Theo») y una muerte rápida para que los precios de sus obras, como los del italiano alcohólico, se multiplicasen por 100 en pocos meses.

Materia prima barata y vendida muy cara como algo que no es: Arte.

Naturalmente, para mantener este estado de solidez de las inversiones se necesitan «expertos» que deciden qué obra es de qué artista. Estos gurús están al servicio de los grandes museos y de las casas de subastas.

Bien. Comparen el asunto del arte con el aborto.

– Materia prima barata: mujeres que la ofrecen matando a sus hijos porque les han convencido de que el cuerpo del niño que se destroza no es el cuerpo de un niño que se destroza, sino cualquier otra cosa.

Gurús que deciden los precios del mercado de esos tejidos, órganos y demás. Por citar el ejemplo más conocido: Planned Parenthood (vinculada al padre de Bill Gates, por cierto).

Un mercado sólido gracias no a los museos y casas de subastas, sino gracias a la gran industria farmacéutica, química, cosmética y de alimentación, que paga los precios que dictan los «expertos» que gestionan la escasez. Si falta material, se elaboran campañas de «control de la población» en África, por decir algo que pasa cada dos o tres años masivamente y que ya han denunciado algunos gobiernos (el señor Gates y su fundación están en esto también, como no podía ser de otro modo).

En resumen: los restos del aborto me salen gratis, o casi. Los vendo al precio que me interesa. Me pagan y además me apoyan para que consiga más restos de niños. Perfecto. Great business.

¿Un cuadro de Picasso es un aborto? Sí, en todos los sentidos. 

Especialmente en el que afecta a la esencia de su ser porque parte de una mentira radical: la subversión, la distorsión, la destrucción del concepto de vida, belleza y bondad. Más aún, del concepto de verdad y mentira. Más aún, del concepto de Dios porque los mercaderes de Picasso y los abortistas sirven a satanás. Por eso, el aborto puede florecer como industria solo en un mundo que ha asumido como divinidad al dios dinero, una idolatría. 
La peor, según Jesucristo.

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