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“Soy Carlos y tengo síndrome de Down ¿Y qué?…”

Las fiestas patronales de Cuenca, dedicadas a San Julián, han contado este año con un pregonero especial que ha sabido captar la atención de los asistentes: Carlos Martínez ha compartido, por un lado, sus impresiones de la ciudad; y por otro el camino que ha recorrido desde el colegio hasta el instituto y en su formación profesional y su oposición, acompañado por quienes apostaron por el desde el principio.

Dirigiéndose a un personaje situado de forma imaginaria en una silla junto al atril, Carlos Martínez tiró de desparpajo, sentido del humor, profundidad y reivindicación para defender su condición de persona con Síndrome de Down y reclamar unidad a los políticos para volcarse en las políticas sociales.

Por su interés, reproducimos el pregón pronunciado por Carlos Martínez en las fiestas de San Julián en Cuenca el pasado 22 de agosto de 2019.

Hola a todos.

Estimado señor Alcalde, corporación Municipal, Diputación Provincial y Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha; Señor Ilustrísimo Obispo de la ciudad; autoridades civiles y militares; corte de honor; familia; amigos y Álvaro mi sobrino, que tanto cariño me das; conquenses todos; público en general, gracias por vuestra asistencia.

Siéntate aquí un momento. Acompáñame hoy. Hace mucho tiempo que ya te marchaste y desde entonces han ocurrido muchísimas cosas en mi vida y en nuestra ciudad. Como sabes, apenas tenía unos poquitos años y te voy a contar una historia que, aunque sorprendente, es completamente cierta.

Estudiaba en el colegio del Carmen de Cuenca y recuerdo aquellos años con muchísima nostalgia, ya que te debo reconocer que era el preferido para compañeros y profesores. Aquel colegio encaramado en la roca, no solamente era precioso por fuera, si no que dentro tenía unos tesoros inigualables. Compañeros que desde los primeros años de mi vida comenzaron a sonreírme, a ayudarme sin pedirlo a comprenderme e incluso a pelotearme un poco por ser lo que por aquel entonces no me daba cuenta, pero era algo especial.

Mis profesores eran caso aparte, ya que con paciencia, con mucha paciencia, me enseñaron con ahínco a leer. ¡Cuánto os debo a mis maestros! Sé que era un tipo difícil pero resultón… Y que con amor, con muchísima paciencia y amor, sembraron en aquellos días la posibilidad de que hoy esté detrás de este atril. Sobre todo a Gerardo y a Jesús, como baluartes en el amor hacia los libros y que seguro hoy se refugian entre el público. No se los tengas en cuenta. Siempre fueron mis héroes de la enseñanza sin buscar un reconocimiento y eso les hace no sólo grandes docentes, si no enormes personas.

Aquellos años empecé mis andanzas en el mundo de la lectura y el teatro, siempre fijándome en aquellos protagonistas ochenteros que tantos malos ratos han hecho pasar a mamá. “¡Carlos, quita el ordenador! ¡Carlos, baja la música! ¡Carlos, a cenar! ¡Carlos!”.

Allí se fraguaba una figura propia. Y allí estaba Bárbara para recordármelo todos los días ya que el comentario era distinto. Ella siempre decía: “¡Vamos, figura! ¡Hazle caso a mamá que estás en tu mundo, ¿eh, figura?!”.

La verdad es que lejos de quedarme solo, mamá y Bárbara estaban conmigo a cada momento ¡y mira que yo les daba guerra! Pero en nuestra familia también vivía fuera de las paredes de nuestra casa. Vecinos tenemos todos, pero nosotros, además de eso, teníamos una familia.

Recuerdo a Javier, siempre en su estudio lleno de barro. A Angustias, con su mandil en la puerta de casa, esperándome como una segunda madre. A Alejandro, enseñándome a sus gatitos. A Pascual y Rafael a los que siempre arrancaba las matas de tomates en las huertas de los Hocinos. O a Marijose, que siempre me aupaba y se reía. ¡Éramos la familia del Castillo!

Aquel barrio casi olvidado por la gente que vivía en la ciudad nueva y que hoy –debo decirte que parece que se ha vuelto a poner de moda-. ¡Pero qué te voy a contar! Vivir en el castillo de una ciudad como Cuenca es inigualable.

Y así fui pasando mi niñez, con barreños para las cuestas cuando nevaba, con banderas en las calles para sofocar el calor en verano y refugiado en los libros que me regalaban y mandaban tito y los abuelos desde la lejana Barcelona.

ADOCU fue un regalo en mi vida. Y fue cuando empecé a comprender ciertas cosas

No puedo dejar de contarte que desde muy pequeñín formaba parte de un grupo de amigos que aún conservo hoy. Esos amigos que, por muchas cosas que pasen, siempre seguirán en mi vida y aquí quiero dejar constancia de ello hoy: Silvia, Paco, Irene y todos los demás integrantes de ADOCU [Asociación Síndrome de Down Cuenca] que desde el inicio de la andadura de esta historia y con gran protagonismo en mi niñez, me han acompañado.

ADOCU fue un regalo en mi vida. Y fue cuando empecé a comprender ciertas cosas. Al principio, madres y padres constantemente reunidos, teléfonos sonando… era completamente estresante para mamá y para Bárbara el pertenecer a esta asociación.

Pero de lo que pronto me di cuenta es de que no eran ellas las protagonistas, sino yo. Y ahí voy. No lo voy a esconder, porque lo dice mi cara. Sí, después de tanta nota de prensa, después de tanta entrevista y presentación, es verdad: soy Carlos y tengo Síndrome de Down ¿Y qué?

Lo importante de mi presencia aquí no es que tenga un cromosoma más, sino que lo realmente importante es que pese a eso puedo ponerme detrás de este atril ¡y bendito atril! Atril que ha acomodado las palabras d ético Medina, José Luis Coll, José Luis Lucas Aledón, Gustavo Tornel, Miguel Romero y, por última vez, mi predecesora, Almudena Serrano, entre otros. Todos ellos ilustres personas de Cuenca y grandes amantes de nuestra ciudad.

Hoy lo ocupo yo. Sí, vuelvo a decir: Carlos Martínez, un chico con síndrome de Down, para mandar un mensaje claro y conciso, ya que lo importante no es mi condición, sino que pese a la misma, uno puede llegar a la cima, demostrando a la sociedad que la integración, la diversidad, la normalización y sobre todo el misionado, son herramientas para que por mucho que demuestre nuestra cara la existencia de una alteración genética nada impide que consigamos aquellos que nos proponemos.

Nosotros no nos ponemos barreras, no sabemos nada más que quitarlas. Y debemos concienciar al mundo de que la discapacidad que nos señalan sólo está en los ojos de quien nos mira. Y así es, querido.

ADOCU fue José Antonio, fue Rosabel y fue Luis Emilio entre otros muchos. Acabé mis estudios en el colegio al que siempre añoraré y pronto comencé la educación secundaria obligatoria en el Instituto Fernando Zóbel. Eso fue otro mundo ¡Mamma mia, el primer día que llegué al instituto! Aquello era como las películas de guerra que en alguna ocasión había visto entre anuncio y anuncio.

La adolescencia llamaba a la puerta y comencé a descubrir el mundo del teatro como mi gran afición, compaginándolo con la natación y otros deportes que me permitieron recorrer innumerables ciudades de España, acudiendo a campeonatos regionales y nacionales con algún éxito que otro.

Pero siempre me gustó la gente. Siempre he sido un tipo gentil. Y esa quería que fuese me condición de ser. Me levantaba a pasear por nuestra Plaza Mayor a ser saludado por un montón de personas y por eso finalizada la ESO, decidí estudiar un módulo de comercio, donde sabía que el contacto con el público iba a estar presente en una profesión como esta. Allí me lancé.

Por si mamá había realizado pocos viajes al Instituto y a la piscina, me embarcaba en una nueva aventura. Te tengo que comentar lo de mamá, es capítulo aparte. ¿Y qué crees que pasó? Que finalicé los estudios y pronto comencé una faceta profesional. ¿Sabes dónde? En la residencia Sagrado Corazón de Jesús. Allí pasé una de las mejores épocas de mi vida, en contacto con aquellos que más necesitan de los demás. Aprendiendo que cuando se llega a determinadas edades, no solamente es necesario la ayuda de otros, sino que nos volvemos a convertir en niños desprotegidos a los que no solamente les hace falta ayuda, sino todo el cariño del mundo. Y de eso, la sociedad actual sabe muy poco.

Mientras trabajaba me propuse opositar y el resultado ya lo sabes. Lo habrá leído en la Prensa y mucho más en estos días pasados. El mérito no es sólo mío. Sino de todas y cada una de las personas que me ayudaron durante esos años tan duros y que hoy se convierte en la recompensa de estar en la Subdelegación de Defensa de Cuenca como empleado público. “¡Ufff cómo suena eso! ¡Carletes a las Fuerzas Armadas!” decía el graciosillo de mi cuñado.

Tanto tengo que agradecerle a Cuenca que daría para cinco pregones. Y me preguntarás el por qué. Pues mira, he de contarte que Cuenca es una ciudad difícil de describir y sencilla de sentir. ¡Y cómo ha cambiado cuenca desde que te marchaste!

Desde el arco de Bezudo a las 500, Cuenca se transforma cada día, como un león que se acomoda a cada circunstancia que queda por venir. Y todo ello gracias a sus gentes.

Empezaré por el principio.

Cuenca en septiembre es un vendaval de emociones, donde la ciudad se tiñe de colores, peñas y pasodobles para celebrar junto a la catedral, aquella conquista de Alfonso VIII que hoy Barrios ha inmortalizado para la posteridad. Es ruido de gentes, alborotos por las calles; zurras y maromas, unidos; donde nadie es un extraño y el turista bienvenido.

Son las callejuelas de Cuenca fieles visionarias de una tradición que entre vaquillas enmaromadas arrojan a las gentes de Cuenca a unos días intensos y cargados de emoción. Y es Cuenca en San Mateo una ciudad peculiar refugiada a la sombra de un pendón que se traslada, porque Alfonso VIII entregó no solo por valentía y honor, sino por no poderse ir de Cuenca sin agradecer a sus gentes que hicieran patria de Martín Adaja y por eso lo donó.

Navidad y Semana Santa

Y así se prepara Cuenca para un otoño de níscalos y hojas secas, moviéndose pronto entre las bambalinas de luces, puestos y decoración navideña que harán de la ciudad de Los Pecos una Navidad especial. La Navidad en Cuenca es incomparable. “Ha nacido el Mesías”, se anunciaba en aquella lejana Judea. Y como si no hubiese pasado el tiempo, los conquenses acudimos hoy a ver nacer a Dios a Carretería, el Hospital de Santiago, Las Camelias o la iglesia de El Salvador.

Cabalgatas en las calles anuncian a los más pequeños la venida de esos Magos de Oriente que dejarán en cada domicilio conquense un trocito de amor y tradición. ¿Y sabes por qué? Porque Cuenca es familia, hermandad y pasión. Y pasando estas fechas, casi tragando el último trozo de turrón, Cuenca empieza a descolgar túnicas del armario de la ilusión.

La primavera conquense requiere un parón. No sólo porque nuestras hoces se visten de gala y los días soleados hacen su primera aparición. Sino porque me gustaría que vieras cómo empiezan a latir los corazones conquenses esperando a que se abran las puertas de El Salvador. Semana Santa en Cuenca no tiene definición. Silencio en las aceras; rezos en el interior; luz de tulipa y empuje de lancero, para hacer de Cuenca recorrido de la Pasión. Y cuando se abren las puertas de El Salvador, no hay un estruendo en el mundo que tenga comparación.

Al acompañamiento que recibe el nazareno en la madrugada hasta la Plaza Mayor. Ruido ensordecedor. Entonces los corazones conquenses, al ser testigos directos de tal cruel sinrazón. Y después de ello, la calma donde una ciudad que hace unas horas clamaba muerte y dolor, ahora acompaña a nuestras angustias bajando por Palafox. Y es que no es sólo devoción. Si no que Cuenca sale a la calle para pedirle en silencio perdón por ser los herederos de lo que hace más de 2.000 años sucedió. ¡Qué triste despedida si dejáramos durante la primavera en el ambiente conquense esta desazón! Pero Cuenca de nuevo se engalana para proclamar desde su catedral que aquí en Cuenca también resucitó.

Y así va calentándose la ciudad para llegar a la fiesta de marca mayor. San Julián es, en esta tierra, el fin del verano, lo esperado por todos. Es decir, el colofón.

El Recinto Ferial

– Oye, escúchame una cosa… ¡Basta de rimas!, ¿no?

– Creo que no he quedado muy mal.

Pues sí, así es un año en Cuenca y así se llega a la conclusión, que para mí son las fiestas de San Julián. Y por eso ahí va el fin de este pregón. Para mí San Julián es la insignia de esta ciudad. No sólo porque recuerde aquel hombre humilde que entre mimbres y cestillos paliaba la pobreza de esta ciudad. Sino porque solamente en San Julián jóvenes y mayores recuerdan cómo un día fue Cuenca y cómo es en la actualidad.

Remonte del río y subida al peñote; pasacalles por el centro de la ciudad; gigantes y cabezudos acompañados por dulzaineros, que hacen presente la Cuenca en blanco y negro, nuevamente en la actualidad. Y eso llena de alegría la ciudad. No sólo porque el niño disfruta, sino porque al mayor le dibuja la sonrisa de aquella nostalgia que sigue viva y que él se encarga de cuidar.

Niños en Santana, deportes en cada pabellón y en el Peral se tumban los bolos conquenses recordando nuestra tradición. En cuenca somos gente de bien: sencilla, trabajadora, honesta y tradicional. Porque aquello que nos dejasteis lo queremos conservar. Pero Cuenca crece y sobre todo se nota en San Julián: tardes de toros con carteles que ya quisiera cualquier ciudad; campeonato de hípica de carácter internacional; y al mismo tiempo una feria de artesanía que no viene a Cuenca por casualidad.

No existe tiempo para tanto, ni para podernos juntar. Ya que existe tal jolgorio, tantas festividades de las que disfrutar… que sólo existe un lugar, un solo lugar donde Cuenca coincide de lleno: y ese es el Recinto Ferial. A los pies del bosque de acero (que luego me lo tendréis que explicar…) se planta en Cuenca esos días el epicentro de diversión, entretenimiento y fraternidad.

No es que a mí me gusten en exceso las atracciones y las tómbolas, pero sí me gusta quedar. Y eso hace la Feria en Cuenca: invitarnos a quedar. Invitar a los más queridos, a los más despegados durante el año; a los viejos amigos y cada uno de los hermanos, para que niños y no tan niños puedan disfrutar: del colorido de las luces, de ese rico algodón ferial; de alguna sardina asada, o de algún churro, que luego… ¡vaya ardor que da!

Pero lo menos importante es eso. Lo principal es quedar.

Para dar por finalizado el verano junto a aquellos que todos los días nos vemos y con aquellos que sólo en estas fiestas están. Conciertos, verbenas, carpas, atracciones y un Recinto Ferial que hace en las noches de San Julián que Cuenca sea lugar de fiesta donde todo el mundo quiere estar.

Cuenca es una ciudad de todos y así se celebra en San Julián: al unísono. Pues eso es la feria de cuenca y la gente de este lugar donde lo que hacemos, lo hacemos grande porque somos unidad.

Mensaje a los políticos

Y no podía acabar este pregón sin miraron a vosotros. Sí, a vosotros, para hablar de unidad. Aquella que tantas personas como yo necesitamos y aquella que nos debéis brindar para que estas palabras no sólo se queden en un pregón conquense si no en un mensaje de unidad.

Y para que en los próximos años no sólo se pueda contar que un joven con Síndrome de Down un pregón puede dar.  Si no que sois una ciudad encantada por dar a gente como yo una oportunidad.

Oportunidad para integrarnos, oportunidad para trabajar, oportunidad para hacer cosas bonitas en esta única ciudad. Donde espero que dentro de no mucho se haya extinguido la palabra discapacidad.

Y con esto ya quería llegar al final. Ya ves lo que ha cambiado cuenca y lo que juntos podemos alcanzar. Porque esta ciudad, como te he contado lo tiene todo especial. Vámonos para la feria, porque Carlos se despide ya deseando que paséis unas felices fiestas y gritando un ¡Viva Cuenca! y un ¡Viva San Julián!

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