Pedro y “Julieta”: el vértigo de la precaria madurez

    Cualquiera diría, con lo que le ha llovido en esta semana de promoción de su nueva película “Julieta” –papeles de Panamá, muerte de Chus Lampreave, suspensión de su parte de entrevistas y photocall, asedio mediático no demasiado elegante...–, que el manchego Pedro Almodóvar ha sido víctima de un poderoso y maligno encantamiento, justo en un año de aniversario shakespereano y cervantino.

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    'Julieta', la nueva película de Pedro Almodóvar.

    Dicen que el cumplir años conduce inevitablemente a la madurez –a la fuerza ahorcan, se suele afirmar–, y Pedro Almodóvar ya cuenta 66. La experiencia de la vida y las contrariedades, de las que esta semana ha conocido unas pocas, permiten una mirada más reposada a las cosas, y hasta puede que uno descubra lo que verdaderamente importa.

    Pedro Almodóvar nunca ha sido santo de mi devoción cinéfila, qué le vamos a hacer. No me logra emocionar. Hay pericia técnica y sensibilidad artística en su obra, originales ocurrencias, pero no me llega, me resulta ajeno lo que cuenta, su mirada a los hombres y las mujeres; y con frecuencia me parece demasiado superficial, aun cuando toque cuestiones de alto calado dramático, además su tendencia al exceso folletinesco y marginal le resta hondura.

    Algunas personas creen que La Sexta da información.

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    'Julieta', la nueva película de Pedro Almodóvar.
    ‘Julieta’, la nueva película de Pedro Almodóvar.

    Julieta es la mejor película de Almodóvar desde Volver, de 2006. Y la más pegada a tierra. Esto es así en gran medida porque el cineasta ha descubierto las virtudes de la sobriedad y la contención. Sin dejar de ser él mismo, incluidos el dominio técnico y el conocimiento de los grandes maestros del cine, aquí crea misterio al más puro estilo Hitchcock, su inspiración en Vértigo (De entre los muertos), Extraños en un tren, y hasta Recuerda, parece clara, aunque con su tamiz personalísimo, lo suyo no es mimetismo.

    Algunos le tacharán de cerebral, y hasta de frío, y es cierto que pueden faltarle el ímpetu y la espontaneidad juveniles de los tiempos de La ley del deseo, pero a cambio, en el recién descubierto vértigo de la madurez precaria, se le nota más reflexivo y hasta bergmaniano, dentro de lo que cabe. Así, aunque hable de infidelidad con ligereza, como si fuera admisible atendiendo a unas peculiares reglas del juego, alude a las consecuencias terribles, dolorosas, los famosos daños colaterales.

    Es cierto que toma como punto de partida de su narración tres relatos de la Nobel de Literatura canadiense Alice Munro, pero las hace suyas, se reconocen las señas de identidad almodovarianas. No faltan trazos autobiográficos en Julieta, la mujer que abandonó su pueblo en busca de una nueva vida en la gran ciudad, y que encauzó su sensibilidad artística en el amor a los clásicos griegos, lo que le llevó a la enseñanza como profesora de instituto. O en el tratamiento de la maternidad, a nadie se le escapa cómo el director quiso a su madre, lo ha declarado en mil ocasiones, y los personajes que hizo para él Chus Lampreave se inspiraban en gran parte en ella.

    Fotograma de la película Julieta.
    Fotograma de la película Julieta.

    No es habitual que este director hable de espiritualidad, y aunque aquí está lejos de renunciar a su típica y agresiva carnalidad, parece haber advertido que la vida interior no puede alimentarse sólo del cuerpo, que hay angustias e inquietudes, culpa y perdón, y que el silencio –“Silencio” iba a ser el título del film, aunque la coincidencia con el nuevo trabajo de Martin Scorsese le hizo renunciar a él–, enterrar los problemas, no los soluciona, se hace necesario expresarse, hablar. Incluso acudir a la fe, aquí presente ambiguamente en forma de una suerte de secta no identificada, y que también resulta insuficiente.

    Incluso la plasmación de los problemas personales, a modo de exorcismo, en una obra más o menos artística, una forma de expresión –en el film, el manuscrito de Julieta, que conocemos con una voz en off, en el caso personal de Almodóvar, sus propias películas– no basta, hay que tener alguien a quien comunicar, y que te pueda comprender y ayudar. Si no, otros hablarán –el dañino y chismoso personaje de Rossy De Palma–, y harán daño. El cineasta también parece aludir, sutilmente, a lo que otros dicen de él, y su dificultad para explicarse fuera de las películas, sobre todo ante el público que le muestra mayor hostilidad. Y está claro que a Almodóvar le duele que no le entiendan, o la falta de consideración, pienso en tal sentido en su disgusto no contenido antaño con las críticas de Carlos Boyero.

    De modo que ahí le tenemos, Pedro Almodóvar encerrado en su laberinto, y enfrentado a gigantes que, no lo sabe, son molinos de viento.

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    Zaragozano, ingeniero de telecomunicación, crítico de cine. Director de decine21.com. Ha dirigido las revistas Cinerama, Estrenos y DeVíDeo. Autor de numerosas críticas, entrevistas y ensayos relacionados con el Séptimo Arte, ha publicado un buen puñado de libros de cine, entre los que destacan "Escritores de cine" y "En busca de William Wyler".